Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


Скачать книгу

que trabaja para él.

      De todos modos… ¡Cuántas tonterías se me pasan por la cabeza!

      —Marian. Este es Alan, el motor de Carson & Carson.

      Me quedo inmóvil sin saber qué hacer.

      Con soltura y elegancia felina, Alan camina hacia mí ofreciéndome su mano. Noto como palidezco y como las manos se me quedan heladas. Miro su mano, pero no soy capaz de reaccionar, no soy capaz de estrechársela.

      Le miro a los ojos; su mirada es limpia y serena.

      Tras unos tortuosos y agobiantes segundos consigo reaccionar. Le estrecho la mano con timidez. La calidez de su mano me hace esbozar una pequeña sonrisa, menuda tontería pero así es. Noto como las mejillas se me encienden al tenerle tan cerca. Su olor delicado y sutil invade mi cerebro. No es de los tipos que se bañan en perfume; con solo unas gotas en su piel es capaz de atraer a docenas de mujeres como si de un afrodisíaco se tratara. Creo que se me han puesto los ojos como platos y que además, Alan se ha dado cuenta de ello. El tenerle tan cerca me seduce de manera extraña.

      —Gracias por aceptar venir a trabajar con nosotros —murmura mientras retiene mi mano entre sus dos manos haciendo que mis ojos se abran aún más al sentir las caricias de estas sobre mi piel.

      Seguimos con las miradas enfrentadas.

      —Es una buena oportunidad —contesto escuetamente no sin mostrar timidez.

      —Haremos todo lo posible para que no te arrepientas de esta decisión.

      —Estoy segura de que no me voy a arrepentir—afirmo con rotundidad.

      Suelta mi mano y retrocede dos pasos. Le miro atenta, procuro mantener el tipo y no arrugarme.

      —Ya teníamos ganas de conocerte —sonríe a la vez que sus manos apartan hacia los lados la americana hasta posarlas en sus caderas con aire despreocupado.

      Tiene todo un tipazo, cero michelines. Si lo viera Andrea… vamos, le asaltaría sin contemplaciones.

      —Eres de mucha ayuda para mi padre —gira la cabeza para mirarle—, le aportas mucho… y espero que los dos… sigáis aportando lo mismo con la misma intensidad a esta empresa.

      Que pose tiene este hombre, le sale tan natural… es un hombre con mucho estilo, parece un modelo de Armani.

      —Sí que eres exigente hijo —ríe el señor Carson con ganas mientras se acerca a Alan—. Eres increíble, siempre tratando de sacar el mayor rendimiento al personal.

      —He aprendido de un buen maestro —hace un guiño a su padre y este pasa el brazo para rodear los hombros de su hijo.

      —Vas a asustar a Marian, va a pensar que eres un explotador —le dice al oído.

      Alan deja tímidamente asomar una sonrisa ladeada al oír el comentario que le hace su padre. Parecen divertirse los dos a mi costa. Me observan a la espera de que haga algún comentario. Me mata la vergüenza y no soy capaz de soltar palabra.

      —Estoy preparada para aportar todo lo mejor de mí, ya lo estoy deseando —afirmo.

      Intento ser lo más firme posible en mis respuestas pero… me traicionan los nervios. Me muerdo el labio sin darme cuenta. Alan se fija en mi boca y me lanza una mirada fría y penetrante a mis tímidos y asustados ojos. Estoy pasando por unos instantes bastante duros. Me he pasado tanto tiempo imaginando cómo sería mi presentación y como sería Alan que… el momento me supera y hago malabarismos para poder resistir sin tambalearme sobre los tacones.

      Me siento observada por padre e hijo.

      El silencio envuelve el momento.

      No sé qué más esperan que haga o que diga… Una gran confusión se cierne sobre mí. En este preciso instante en que trato de darme una respuesta oigo abrirse la puerta tras de mí. Marcia la había cerrado después de que yo entrara en el despacho.

       CAPÍTULO 12

      Me percato de que una persona pasa por mi lado como una exhalación. Se dirige al señor Carson. La veo de espaldas: una mujer más alta que yo, cabello largo rubio platino, taconazos de infarto… un traje de falda y chaqueta color verde botella y un ancho cinturón negro ceñido a su cintura a juego con los zapatos.

      —Dios mío. ¡Cuántas ganas tenía de tenerte aquí, te he echado tanto de menos! —dice esta con la voz tomada por la emoción.

      Acto seguido se funde en un caluroso pero corto abrazo con el señor Carson.

      —Rachel, hija. ¡Cuántas ganas tenía de verte!

      Esta contesta con aire despreocupado:

      —Bueno papá ya sabes, he estado viajando de aquí para allá. No he tenido tiempo ni de descansar pero ahora, por fin, ya he aterrizado en Washington. Tantas entrevistas y reuniones me han dejado agotada. Pero ya estoy aquí —la oigo reír mientras le da a su padre unos golpecitos con la palma de las manos a ambos lados de los hombros.

      —Espero que se te dieran bien los asuntos que tuvieras que tratar —dice el señor Carson.

      Vuelvo a sentirme ignorada, ¿o es que me estoy volviendo un poco… quisquillosa? No puedo ser siempre el centro de atención.

      —Alan, hermano.

      Rachel suelta a su padre y se va hacia su hermano, le coge por los hombros y le planta un beso rápido en la mejilla mientras este la coge por los antebrazos.

      Rápidamente Rachel se vuelve hacia mí.

      Ese traje verde que viste, hace perfecto juego con el verde de sus ojos.

      Lleva puesto en su rostro una ligera base de maquillaje. Sus grandes y brillantes ojos verdes solo están maquillados con máscara de pestañas negra. En sus mejillas lleva un sutil toque de colorete en tono coral y sus labios finos están perfectamente maquillados con un lápiz de labios rojo terciopelo. Dos mechones ondulados caen a ambos lados de su rostro, su mandíbula es cuadrada, su nariz fina y recta; en sí es una mujer muy atractiva al igual que su hermano, de hecho se parecen mucho. Apoya el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda y la derecha la estira hacia el lado, coloca las manos a ambos lados de su estrecha cintura como si de una modelo se tratara. Su pose algo chulesca y desafiante me enerva. Sus ojos recorren mi cuerpo con descaro: una, dos, tres y hasta cuatro veces. Sin embargo yo no soy capaz de mirarla con la misma desfachatez con la que ella me mira. Es una descarada mal criada.

      Me siento intimidada por esa mujer. Es desagradable la forma en la que me mira, como si fuese un bicho extraño. Lo siguiente… es ladear su bonita cabeza a un lado mientras pone en su boca una mueca de aprobación mientras asiente con la cabeza. El tono de su voz cambia. Antes tenía un tono despreocupado y ahora se ha convertido en un tanto burlón.

      —Vaya… ya te tenemos aquí. La nueva adquisición de Carson & Carson —dice mientras gira la cabeza para mirar a Alan y acto seguido le guiña un ojo mostrando una sonrisita pícara. Parece estar diciéndole: ¡hermanito, menudo bombón acaba de traerte papá!

      Procuro mantener las formas, me resulta ofensivo su comentario y el gesto que acaba de hacer a su hermano. Estoy empezando a cabrearme, pero pienso que a lo mejor exagero aunque no me gusta nada la manera en la que me trata esa rubia de bote.

      ¡¡Dios santo, parece que estoy a la defensiva todo el tiempo!!

      Respiro hondo. Vale, tú siempre eres prudente y normalmente no te tomas a pecho comentarios o acciones que la gente tiene contigo nada más conocerte, les das tiempo y te das tiempo a ti para conocerlos.

      Alan dirige una mirada de desaprobación a Rachel. Esta encoge los hombros como diciendo: ¡no he dicho nada, no me mires así!

      El tiempo pasa pero parece que ninguno: padre e hijo piensa mediar entre la rubia y yo.