Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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      Las piernas me tiemblan y también las manos. ¡Ni que estuviera viviendo una pesadilla! Mi inseguridad me está volviendo loca.

      Caminamos hacia el ascensor, Bryan se queda dentro del vehículo.

      Subimos hasta la planta 11. Observo que dentro del ascensor hay una cámara de vigilancia.

      —Este ascensor es solo para personal autorizado. Hay otros tres ascensores para el resto de personal. Tú accederás por este; te asignarán una plaza de aparcamiento en la zona reservada. Cuando te instales en el apartamento te entregarán un utilitario. Hasta entonces Bryan se encargará de llevarte donde necesites.

      Antes de decir algo se abren las puertas del ascensor.

      Salimos a un luminoso y amplio hall que se abre a ambos lados del ascensor. Frente a nosotros hay un gran mostrador, tras él, una chica más o menos de mi edad atiende una llamada. Nos hace un gesto con la cabeza a modo de saludo y el señor Carson se lo devuelve. Observo que hay unos cómodos sillones a la derecha y a la izquierda frente al mostrador donde seguramente hagan esperar a las visitas. A nuestra derecha y a nuestra izquierda hay un largo pasillo. Todo él está iluminado con luz natural que entra a través de la vidriera exterior del edificio y del techo abovedado de cristal.

      —Marian, sígueme.

      Nerviosa, le sigo por nuestra derecha.

      Entramos en un amplio despacho donde una mujer pelirroja de ojos verdes, barbilla afilada, de unos treinta y cinco años de edad está tomando nota a alguien que tiene al otro lado del teléfono. Pronto advierte nuestra presencia y enseguida nos dedica una emocionada sonrisa. El señor Carson se para frente a la mesa devolviéndole una sonrisa igual o casi más emocionada que la de la propia pelirroja. Yo espero unos pasos más atrás del señor Carson. La pelirroja se despide de la persona con la que está hablando y le comunica que más tarde se volverá a poner en contacto con ella.

      La chica se pone en pie sin abandonar la sonrisa que ilumina su cara.

      —Buenos días, señor Carson.

      —Buenos días, Allison, te presento a Marian Álvarez, mi asistente.

      —Encantada de conocerla —alarga su mano para que se la estreche—, ya tenía ganas de conocerla.

      Me aproximo a la mesa y se la estrecho.

      —He oído hablar mucho de usted, sobre todo estos últimos días.

      —Espero que bien —intento ser simpática pese a los nervios.

      —Puede apostar a que así es. El señor Carson está muy orgulloso de usted y eso es algo que no oculta a nadie.

      Ella no deja de sonreír y de mirarme de arriba abajo.

      —Allison lleva trabajando con nosotros siete años, es mi secretaria y la persona que te ayudará en todo lo que necesites al igual que lo hacía Isabel en Madrid.

      —Muchas gracias. Espero aprender mucho de usted —le dedico una sonrisa.

      —Yo también espero aprender de usted —contesta Allison.

      —Marian, tu despacho se encuentra tras esa puerta —el señor Carson me indica la puerta que está a mi izquierda, se encamina hacia ella y la abre para que yo entre—. Puedes echar un vistazo.

      ¡Guau!

      Un despacho de estilo minimalista diferente al que tenía en Madrid.

      El suelo es de cemento pulido en color negro pizarra, las paredes están revestidas con paneles de color blanco. La mesa de despacho es de diseño, en acero y cristal, hay un sillón negro con forma anatómica en piel y con detalles en acero. Al otro lado del despacho una enorme televisión extraplana pende de la pared y bajo esta un mueble en acero y cristal con cajones y puertas. Dos sillones pequeños con ruedas a juego se encuentran a un lado de la estancia, acompañados también de una mesa baja y redonda de cristal.

      —Vaya, es un despacho enorme y muy luminoso.

      —Es importante aprovechar la luz natural.

      Echo un vistazo tan rápido al despacho que casi no me doy cuenta de que hay una puerta más justo al otro lado de los sillones.

      —¿Esa puerta adónde da?

      —Tras esa puerta hay un vestidor y un baño. Siempre tienes que estar preparada para cualquier eventualidad o improvisto. Debes dejar parte de tu vestuario aquí ya que nunca se sabe dónde vamos a acabar. Ya te irás dando cuenta que el día nunca comienza como uno quiere ni tampoco acaba como uno espera. El ritmo de trabajo es distinto al de Europa. A veces tenemos compromisos y visitas inesperadas que no podemos eludir.

      —Es bueno saberlo. No me imagino corriendo como una loca hacia el apartamento en busca de ropa adecuada para una reunión, cena o evento.

      Después de cotillear mi despacho y el del señor Carson y de intercambiar impresiones con Allison, nos dirigimos a una planta inferior donde algunos de los responsables nos esperan en una sala de juntas.

      La presentación no ha podido ir mejor; no se encontraban todos los responsables de los diferentes departamentos ya que algunos de ellos tenían compromisos que no podían eludir. Ya habrá tiempo de conocerlos.

      Mi primer asalto lo he salvado sin problemas. Todos parecen encantados con mi llegada y con la del señor Carson. Piensan que es bueno para la empresa la llegada de savia nueva y joven. He podido comprobar a simple vista que existe un buen clima entre todos ellos. Espero que ese buen clima también se traslade a mi relación con ellos.

      Todo parece ir bien de momento pero no dejo de fustigarme con mis miedos e inseguridades. ¡Para qué variar! Pánico, siento pánico solo de pensar en el momento de conocer a Alan Carson. Noto un bulle bulle por todo el cuerpo, la ansiedad está comenzando a apoderarse de mí y la mente es un ir y venir de preguntas que me hago a mí misma sobre… ¿cómo será ese hombre al que tanto admira su propio padre? Lo normal sería que el hijo admirase a su progenitor y no al contrario. Su mérito tiene que tener, no lo dudo.

      Volvemos al despacho del señor Carson. Me detengo a mirar las fotografías enmarcadas que hay colgadas en las paredes, desde sus primeros inicios hasta la actualidad. Observo con detenimiento las fotografías más antiguas. Llama la atención una en concreto, una en la que aparece un edificio antiguo de ladrillo de seis plantas, con pequeñas ventanas y una escalera exterior metálica en zigzag en un lateral del edificio. Por entonces, debieron utilizarlo como almacén, tiene toda la pinta. En la segunda planta hay un cartel que pone: Carson Imports.

      ¿Carson?

      Si su padre era descendiente de padre español… su apellido debería ser…

      Tendrá su explicación —me digo a mí misma.

      —Señor Carson… su apellido debería ser español —digo sin apartar la mirada de la fotografía— ya que desciende de españoles por parte de padre.

      —Lo es. Esa es la primera empresa que fundé en 1970. Contaba con veintidós años y estaba a punto de pedir matrimonio a mi mujer, Cristina. Ella en realidad se llamaba Christine, pero yo siempre la llamaba Cristina y eso le gustaba.

      Vuelvo la vista hacia él, la nostalgia se cierne en su mirada. Avanza hacia mí y se detiene a mi lado, mira con melancolía la misma foto que yo estoy observando.

      —Menéndez resultaba poco comercial entonces… y decidí cambiar el apellido de mi padre por el apellido de soltera de mi madre.

      —Me imaginaba que habría un por qué.

      —Para entonces ya hacia un año y medio que conocía a mi mujer. En dos meses estábamos locos el uno por el otro y en seis meses estábamos dispuestos a casarnos a toda costa, pero… los padres de Cristina no estaban dispuestos a que su hija se casara con el hijo de un inmigrante; sobre todo… mi suegra. Ella no aceptaría de modo alguno que se desposara con un simple asalariado, quería algo mejor para su pequeña