Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


Скачать книгу

veces haciendo reír a inocentes y curiosos niños. Todo esto me ha recordado a los largos paseos que dábamos Carlos y yo por El Retiro. Las mismas escenas en escenarios diferentes.

      Conmovedor.

      Aún siendo de diferentes culturas… no somos tan diferentes.

      Después de la reconfortante ducha me siento ante el portátil y conecto Skype por si acaso se le ocurre a alguien conectarse y charlar unos minutos. Saco la tarjeta SD de la cámara fotográfica, la inserto en la ranura del portátil y comienzo a cargar las fotografías. Preparo la presentación. Ciento setenta y tres imágenes recopiladas. ¡No están nada mal! La luz era estupenda.

      He conseguido captar con muchas de las fotografías momentos entrañables e increíbles: a niños con cara de sorpresa o de susto al ver como se movían las diferentes figuras estáticas, o correteando tras sus padres, o comiendo un perrito caliente entre sus dos pequeñas manos por las que resbala la salsa, o con la nariz untada de kétchup… o… como acaba la hamburguesa de un inocente pequeño en la boca de un perro con más hambre que el propio niño. También son buenas las fotos que he hecho a un pequeño grupo de adolescentes haciendo piruetas y arriesgados saltos con los patinetes y patines aunque… a algunos transeúntes les hacía poca gracia el verse casi atropellados por ellos. Su falta de control y la falta de percepción ante el peligro que causaban irritaba a más de uno.

      Después de revisar y borrar las fotos defectuosas decido bajar al restaurante a cenar. Ya voy tarde, espero que a Gaizka no se le ocurra dejarme sin cenar. Tengo que hacer un esfuerzo y adaptarme a los horarios de comidas o me tocará comer o cenar más de una vez comida rápida.

      Amanece el lunes, 13 de mayo.

      Tengo curiosidad por conocer el lugar donde voy a vivir. Estoy preparada media hora antes de la hora concretada con Anne. Puntual como nadie, Anne, me espera en el hall del hotel.

      —Buenos días, Anne. Me dirijo a ella por su nombre, pienso que como voy a pasar mucho tiempo con ella, prefiero sentirme a gusto y que ella también lo esté.

      —Buenos días, señorita Álvarez. Bryan nos espera en el coche.

      Caminamos la una junto a la otra hacia el vehículo que está estacionado justo ante la puerta del hotel.

      —Perfecto, Anne —hago una pausa—, preferiría que nos tuteásemos por favor, me hace sentir más cómoda.

      —No debo… pero si así te sientes más cómoda… por mí no hay inconveniente —me guiña un ojo a la vez que sonríe.

      Bryan, al ver que salimos del hotel abre la puerta del coche y al llegar junto a él me recibe con una sonrisa.

      —Buenos días, señorita Álvarez —hace un gesto con la cabeza.

      —Bryan, por favor. Te agradecería que me llamaras por mi nombre.

      —Sí, señorita Marian.

      —¡Por favor, dejar de llamarme también señorita! —es imposible con ellos.

      —¡Está bien! —contestan los dos al unísono.

      Bryan se pone en marcha en cuanto ve que ya estamos acomodadas en nuestros asientos. Anne gira su cuerpo hacia su izquierda para mirarme y a su vez yo hago lo mismo pero hacia mi derecha.

      —Tengo entendido que estuvo ayer visitando algunos de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.

      —Sí —digo con entusiasmo—. Pasé un día estupendo. El señor Carson me llamó nada más y nada menos que en seis ocasiones para saber cómo me iba el día —le confieso con extrañeza.

      —¿Es algo que te extraña? Lo noto en tu respuesta —dice muy seria.

      —Pues sí. No estoy acostumbrada a que estén tan pendientes de mí —pongo cara de fastidio.

      —Permíteme —dice riendo—, es algo a lo que debes acostumbrarte.

      —¿Qué es lo que tiene tanta gracia, Anne?

      —Si me lo permites… la cara que has puesto.

      —¿Cómo? —la miro con cara de no entender nada.

      —Bien, entiendo que… según referencias que el señor Carson me ha facilitado sobre ti y siguiendo tu recomendación de que te tutee… te voy a ser franca: me ha puesto al día sobre las costumbres de tu país y en concreto sobre las tuyas, para de alguna manera facilitarnos a las dos tu adaptación. El señor Carson en todo momento está informado de tu situación tanto si estás en el hotel, como haciendo turismo por la ciudad o en este caso de camino a tu apartamento. Es normal que esté tan pendiente de ti ya que no conoces la ciudad. No creas que has estado sola cómo crees, varias personas de seguridad te han estado siguiendo. El señor Carson… te llamó para cerciorarse de que te encontrabas bien y de que de verdad estabas disfrutando de tu paseo por la ciudad. No sé si sabrás que referente a lo que le importa… prefiere enterarse por sí mismo.

      La miro asombrada sin saber que decir. Me he quedado anonadada al saber que varias personas estaban velando por mi seguridad, pero… ¿quién soy yo para que tenga que ir con guardaespaldas? ¡Esto es delirante!… En mi vida me he visto en una situación así. Ahora mismo estoy que hecho humo por las orejas. Tomo aire, respiro profundamente y…

      —Creo que no es necesario tomar tales medidas de seguridad conmigo —digo ceñuda.

      Anne me mira con cara de resignación mientras aprieta sus labios intentado reprimir algo que parece ser… no prudente decir por su parte.

      —Anne contéstame, por favor. ¿Han tomado alguna vez estas medidas tan desproporcionadas con otras personas en circunstancias similares a la mía?

      Sonríe a la vez que piensa unos segundos su respuesta.

      —No.

      —¡¿No?! Rotundamente… ¿no? —me extraña.

      —Exacto.

      —Y…—trato de pensar pero no se me ocurre otra cosa que preguntar qué… ¿por qué?

      Anne mira de repente a Bryan y veo como este le devuelve la mirada a Anne a través del retrovisor con gesto serio.

      Entiendo por la expresión de la cara de Anne que no puede hablar delante de Bryan.

      —Bien…—cierro los ojos y los vuelvo a abrir consternada y algo mosqueada. Será que debe de ser así… No pregunto más para que Anne no se vea comprometida por mi incisiva curiosidad—. Estoy sola y el señor Carson solo quiere velar por mi tranquilidad.

      —Eso es, Marian. Cuanto antes lo aceptes… mejor.

      Me coloco bien en el asiento y vuelvo la cabeza hacia la ventanilla del coche zanjando así la conversación. Observo el resto del trayecto sin volver a pronunciar palabra recordando la conversación con Anne y cabreada por sentirme espiada.

      Bryan abre con un mando a distancia el portón del garaje de un edificio de apartamentos y aparca el coche en la plaza nº 22. Anne desabrocha su cinturón de seguridad y baja del vehículo. Después, tras cerrar la puerta, decido hacer lo mismo; desabrocho con parsimonia mi cinturón y bajo del vehículo. Anne me espera a dos metros, llego a su altura, está seria y algo molesta. Comienza a andar hasta uno de los dos ascensores del edificio, yo la sigo sin mediar palabra. Parece que hay algo que le ha molestado por parte de Bryan en ese cruce de miradas silenciosas que solo ellos pueden entender.

      Entramos en el ascensor y pulsa el botón del ático.

      Al llegar se abren las puertas y salimos a un pasillo.

      Este es largo y tiene el suelo enmoquetado en color chocolate. Las paredes están pintadas en liso en un color blanco roto. Todo el pasillo está iluminado con luces led situadas en el techo. Los dos ascensores quedan justo en medio del largo pasillo.

      —Esta es la última planta. Como puedes comprobar