Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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parecen clavarse más y más profundos.

      “Te prometo que nos veremos antes de que te vayas” —dijo.

      No cumplió su promesa, le pudo más la decepción que sus sentimientos hacia mí. Le perdono… No puedo guardarle rencor.

      Casi no puedo sostener el móvil en mis manos para marcar. ¡Qué manera de temblar!

      —Hola Carlos —tiembla hasta mi voz.

      —Marian.

      Su fría voz resuena en mi mente, para perderse en la frágil alegría que siento al escucharle.

      Sonrío y pienso en esa palabra “Volvoreta” que tanto le gusta decirme.

      —¿Cómo estás? —pregunto.

      —Bien ¿y tú?

      Se hace un largo silencio.

      Sinceramente… mal.

      Dudo sobre si es el momento de hacer reproches o de intentar cruzar el puente confiando en que su disposición a un acercamiento sea verosímil y de que no sea un espejismo de lo que quiero, sino de lo que queremos los dos. No deseo que la oportunidad se esfume sin más, simplemente, por culpa de una desmedida soberbia por mi parte; no quiero caer en ese error.

      —No te despediste de mí y me lo prometiste —le digo con voz suave, sin ánimo de reproche.

      Otro largo e inquietante silencio se cierne sobre nosotros.

      —Te vi marchar —dice con voz apagada.

      ¡Me vio!

      ¡Qué sorpresa! ¡¿Cómo me vio?!

      Me late acelerado el corazón.

      ¡¿Y no me dijo nada?! ¡¿Nada?!

      —¿Dónde estabas? —le pregunto un tanto escéptica.

      —Te vi montar en el coche que la empresa mandó para llevarte al aeropuerto.

      Me vio montar…

      ¿Por qué no me detuvo?

      —¿Y por qué no te acercaste a mí y…? —no puedo seguir, se me quiebra la voz.

      —Llevaba más de una hora esperando en el coche a que salieras para… mira… no sé que me detuvo —hace una pausa.

      —¿Qué pasó para que no te acercaras?… Necesitaba verte, hablar contigo. No me gustó cómo quedó lo nuestro —le digo con voz rotunda—. Es muy doloroso para los dos, no debimos dejar lo nuestro en el aire.

      —Asumo mi culpa. Creí volverme loco, estaba hundido. A mí tampoco me gustó, te lo aseguro. No lo he llevado bien estos días, aunque a ti te parezca lo contrario.

      —Carlos, soy consciente de ello. Nos conocemos bien.

      —Sí, demasiado bien.

      —No lo entiendo Carlos. Estabas a unos pasos de mí, a unos pasos de que… esta amargura que siento… —elevo un poco el tono de mi voz—no existiera. Podías…

      Se me llenan los ojos de lágrimas. Mi voz parece haberse quebrado. Sólo de pensar que… mi marcha podría haber sido más llevadera, más liviana. Me castiga.

      Quiere castigarme.

      —Marian. Ha sido duro para mí mantenerme alejado de ti. Ignorar tus llamadas… Tenía que curarme ¡¿Lo entiendes?! —dice desesperado.

      —Es… es mucho el daño que te he hecho ¿verdad?

      Suspira.

      —Sí —confirma mi sospecha—. No… no supe qué hacer cuando te vi salir del portal y montarte en el coche. Estuve… debatiendo toda esa hora conmigo mismo sobre qué hacer. No supe decidirme a subir y hablar unos minutos contigo y… dejé escapar la oportunidad. Me frenó el miedo a que me rechazaras y te marcharas en medio de una discusión poniendo en peligro más aún, nuestra malograda relación.

      —Dejaste escapar esa oportunidad, sí, pero yo no me he escapado de ti. Sigo queriendo estar contigo. Hay más oportunidades y formas… de estar juntos.

      —He sido cruel al no darte una oportunidad para hablar como pretendías.

      —No. No pienses eso ahora. Respeto tus sentimientos… son las circunstancias, nada más.

      La mente me juega una mala pasada, los recuerdos parecen atravesar mi cuerpo como si fuesen dagas impregnadas de sensaciones y momentos vividos por los dos. Me distraen de la conversación.

      —Me vi atrapado por el miedo. Miedo a perderte, miedo a sentirte lejos para siempre.

      —Hemos abierto una cisura en nuestra relación. Y digo “hemos” porque los dos tenemos parte activa, tenemos culpa de ello; para mí no se trata de algo insalvable.

      —¡Vale! —inesperadamente eleva la voz. ¿Qué puedo hacer? Estoy a miles de kilómetros. He cometido el mayor error de mi vida y ahora… ¿Qué quieres que haga, Marian? —dice con la voz tomada por la impotencia.

      Se me seca la boca y mi respiración parece ahogarse en un mar de nervios e inseguridad.

      —Lo hecho… hecho está. Hay un vacío entre los dos, ese espacio de tiempo… ese tiempo que te tomaste y que ya no volverá… Pero escucha, no te lo reprocho —murmuro—. Quiero que vuelva el Carlos de siempre, el chico seguro de sí mismo que conozco y que adoro. Te necesito fuerte.

      El silencio habla unos instantes por los dos.

      Los sentimientos afloran libres por mi ser. No debo ahuyentar al hombre que me reclama y que se siente arrepentido, perdido. Si lo hago… me volveré loca. Le apartaré definitivamente de mí, no estoy dispuesta a ello, no estoy dispuesta a perderle.

      —Tú decides, Marian. Seguimos o… aparcamos lo nuestro.

      —Sinceramente… veo que te rindes fácilmente.

      —¡No me jodas, Marian! —exclama elevando la voz.

      Me descoloca por completo su aptitud.

      —Carlos… ¿por qué me hablas así?

      —Perdona, Marian… me pones en una posición… —dice sin perder el tono autoritario de su voz— ¿Quieres que me presente allí? ¿Quieres que te demuestre que me perteneces y que no te voy a dejar por nada ni por nadie? ¡Ay Marian, no me pongas al límite! No me hagas ir a por ti y traerte de vuelta.

      Su actitud me alarma. No debería desafiarle. Es capaz de presentarse aquí y… no quiero ni pensar lo que haría en estas circunstancias. Si viniese a por mí… me temo que me iría con él sin rechistar. Así que si no quiero decepcionar al señor Carson, mejor será andarme con cuidado con Carlos.

      —Perdóname tú a mí. Estoy agobiada con todo esto.

      —Quiero que estés tranquila y que no le des más vueltas a lo ocurrido. Tendremos oportunidad de dejar todo claro entre nosotros en cuanto te visite en Washington. Por mi parte todo sigue como siempre.

      —Por mi parte también, Carlos.

      —Mi pequeña… ¡Dios! No podía esperar menos de ti —murmura.

      Evitar que sonría… es imposible. Hablar con él… es el mejor ungüento para mi desecho corazón.

      —Lamento tener que dejarte Carlos. Tengo una reunión dentro de media hora con el señor Carson aquí en el hotel y tengo que vestirme.

      —Está bien, Volvoreta. Cuídate mucho.

      —Lo mismo digo. Te quiero Carlos.

      —No pienso vivir sin ti, Volvoreta. Yo también te quiero mucho. Hablamos.

      Después de hablar con Carlos vuelvo a sentir un inmenso vacío en mi interior. Le extraño,