Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


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Me sorprende que me hable en español.

      —Muchas gracias, Bryan —le contesto también en español.

      Bryan es un armario de cuatro puertas y debe de tener unos cuarenta años. Mide casi dos metros por lo menos. Pelo rapado, su rostro es alargado con la mandíbula cuadrada y tiene la tez bronceada. Sus ojos son redondos y marrones, algo hundidos. Vamos, brutote total.

      Me acomodo en los amplios y deportivos asientos de piel negra del todoterreno. Atino a ver el logotipo Dodge en sus llantas antes de acceder al interior del vehículo. El tacto de la piel es suave. El interior es imponente, moderno, con un panel de navegación táctil en el centro del salpicadero. No hay ni un solo botón. Dispone de mampara de cristal entre el conductor y los ocupantes. El salpicadero y las puertas son de color negro con detalles en acero y aplicaciones en piel de color gris muy clarito, el techo del vehículo es del mismo color gris que los detalles. Veo delante, en el respaldo del asiento del conductor y del copiloto dos pantallas pequeñas también táctiles con lucecitas de colores rojo, verde, amarilla y azul. ¡Guau, nunca había visto nada igual! Parece futurista. Me imagino que se podrá ver la televisión o conectarse a Internet.

      —Discúlpeme, Bryan. —le hablo en español.

      —Señorita —responde también en español.

      —¿Es usted latino?

      —Soy de Panamá. Concretamente de Aguadulce. Allí cursé mis estudios primarios en un colegio español.

      —Ya se va notando el acento —sonrío. Él me observa a través del retrovisor.

      —Por mucho que quiera evitarlo el acento de mi tierra… me delata. ¿Quiere que suba el cristal? —me pregunta.

      —No, por favor. —digo con aire de… ¡Cómo va hacer eso! No soy una “diva”.

      —¿Quiere escuchar música?

      —No, gracias.

      —Como desee señorita.

      El trayecto discurre en silencio. Observo con curiosidad cada kilómetro. El paisaje es tan distinto al de España: el bosque, las casas, los coches, las señales de tráfico; la gente. Me parece increíble estar aquí, es todo tan típicamente americano, parece que estoy metida en una de sus películas es… tal cual, como lo vemos en ellas, es extraordinario.

      Tardamos unos cincuenta minutos en llegar al hotel.

      —Señorita Álvarez, ya hemos llegado.

      Se apresura a bajar del coche y seguidamente me abre la puerta. Bajo del vehículo y me doy cuenta de que hay una persona a mi lado, una mujer.

      —Señorita Álvarez. Soy Donna Jones, de protocolo. —me extiende la mano con una blanca y enorme sonrisa.

      ¡Madre mía! Esto es como en una de esas películas americanas en la que parece una agente de la CIA o del FBI por sorpresa. Me quedo pasmada y ella actúa con sorpresa al ver mi reacción.

      Se dirige a mí en inglés.

      Lleva media melena rizada de color caoba; su tez es morena. Los ojos los tiene rasgados y son de color verde esmeralda, sus labios están perfectamente dibujados y tienen forma de corazón, su nariz está bien ajustada a las dimensiones de su rostro y su barbilla es afilada. Es… unos diez centímetros más baja que yo y viste un traje chaqueta azul marino con raya diplomática y camisa también del mismo color en seda.

      —Mucho gusto —le digo mientras le estrecho la mano.

      —Todo está dispuesto señorita Álvarez, sígame.

      Cojo el bolso del asiento del coche y la sigo rodeando el Dodge en dirección a la entrada del hotel. Mientras, un botones acude a recoger mi equipaje que se encuentra en el todoterreno.

      Entramos en el hall del Hotel Donovan House. Es un hotel de diseño tipo boutique. La recepción es de estilo retro. El color gris perlado del suelo y el techo juega con el tono rojizo de la madera y con el verde, rojo guinda y blanco de las tapicerías de los sofás y sillones repartidos por todo el hall.

      —El señor Carson ha escogido este hotel. Espera que sea de su agrado. Es uno de los más modernos y actuales de la ciudad, ya que aquí suelen ser bastante clásicos —pone énfasis en lo de “clásicos”.

      Subimos en silencio hasta la penúltima planta.

      Saca del bolsillo una tarjeta llave y abre la puerta. Entra en la estancia y sujeta la puerta para que pase.

      —El botones subirá el equipaje enseguida. Una camarera colocará el equipaje en el armario. No tiene que preocuparse de nada.

      Entro con reparo en la estancia. Es una Premier Suite. Me gusta el estilo, es mejor que una de esas suites rancias y clásicas. Esta tiene un aire fresco con una combinación de toques asiáticos y retro a la vez. Quien la diseñó ha combinado con gusto ambos estilos. Consigo atisbar a través de los grandes ventanales unas vistas interesantes de la ciudad. El dormitorio está separado de la zona de estar. La estancia me resulta cómoda y funcional: televisión, sofá, sillón de lectura, etc.

      —Esperamos que sea de su agrado, señorita Álvarez —oigo su voz tras de mí.

      —Lo es —respondo con voz distraída.

      —Cualquier cosa que necesite hágalo saber en recepción. Tienen orden de atender cualquier necesidad que usted requiera sin excepción. Tiene mi número grabado en el teléfono. Si necesita algo de mí no dude en llamar.

      —De acuerdo —respondo con voz dócil.

      —Le subirán algo de comer a la habitación si así lo desea, o bien… puede bajar al restaurante. Le prepararán lo que usted guste, tienen una amplia carta. Mientras tanto… la camarera lo tendrá todo dispuesto. La dejo descansar —me sonríe con condescendencia—. Mañana la volveré a ver. Aquí tiene la llave de la habitación.

      —Gracias por todo, Donna —me atrevo a tutearla.

      —Gracias a usted —se despide con una alegre sonrisa mientras cierra la puerta de la habitación.

       CAPÍTULO 4

      Miro alrededor con cierto sopor. Soplo y resoplo mientras hago un exhaustivo reconocimiento a la estancia. La nostalgia comienza a invadir de sensaciones dolorosas mi cuerpo y mi mente. Sola y desamparada.

      Llaman a la puerta de la habitación.

      El botones, pienso. Voy hacia la puerta y abro.

      —Buenos días, señorita. Traigo su equipaje.

      —Buenos días —le dejo entrar. Le acompaña una camarera.

      —Señorita, voy a ocuparme de colocar su equipaje. ¿Hay algo del equipaje que no quiera que coloque? —se dirige a mí la camarera.

      Lo pienso unos instantes. Solo he traído dos maletas grandes y una mediana con recuerdos y cosas personales.

      —Coloque solo las dos maletas grandes. Gracias.

      —Como guste.

      Decido bajar a comer al restaurante mientras la camarera se ocupa de mi ropa. Cojo el bolso y me encamino hacia el ascensor.

      Al llegar a la planta baja me dirijo al hall.

      Me acerco al mostrador.

      Un caballero de unos treinta años, afroamericano, me sonríe con sus grandes dientes blancos. Lleva una chapita en el bolsillo de la chaqueta con su nombre: Peter Harris.

      —Buenos días. Quisiera comer algo. Pero acabo de llegar y no sé dónde está el restaurante.

      —Buenos días, señorita Álvarez, tenemos a su disposición al RRPP del hotel. Él le mostrará el restaurante y si lo desea el