Rosa Castilla Díaz-Maroto

El frágil aleteo de la inocencia


Скачать книгу

      —¡Y yo! —contesto con emoción— Todo llegará.

      —¿Qué tal el hotel?

      —Bastante bien. La gente es muy amable, ¡claro qué tratándose de un cliente como el señor Carson!… Ya te puedes imaginar… lo que no pueda hacer el poder y el dinero… ¡estos magnates…! Tú ya me entiendes.

      —Sí, claro, resulta que te vas a codear con la crème de la crème de Estados Unidos. Con el máximo poder mundial y sus conspiraciones. ¡Qué privilegio!

      —Pero, ¿qué te crees? ¿Qué esta gente es como esos magnates de las series televisivas como Dallas o como tantas otras series o películas que hemos visto cargadas de conspiraciones y traiciones?

      —Amiga… No andas mal encaminada.

      —¡Anda ya! ¡Tú estás loca! No veo en absoluto al señor Carson como me lo quieres pintar.

      —¡Eso es lo que tú no sabes! —dice con reticencia.

      —Puedes estar segura de que no es así. Tienes una imaginación…

      —Ya lo verás por ti misma.

      —¡Vamos a dejarnos de tonterías, anda guapa!

      —Sabes que me encantan ese tipo de series.

      —Y también sé que te gusta muchísimo fantasear —le reprocho.

      —Solo trato de ponerle algo de salsa a nuestra conversación y desviarnos un poco de la nostalgia que sentimos las dos ¿o no es así?

      —Eres increíble —río resignada.

      —Ánimo chica, disfruta de tu momento. A ver si dentro de poco tiempo te veo en las publicaciones más importantes de economía.

      —Sí claro, ¡cómo que me voy a hacer famosa!… “Joven promesa de las finanzas arrasa en los mercados americanos con su arrollador y rutilante ascenso en el mundo financiero”. ¡¿Tú estás loca?!

      —Hija mía, que poca fe tienes en ti misma.

      —Soy realista.

      —Pero chica… ¡No pierdas la ilusión! Tú misma me has comentado que el señor Carson está muy orgulloso de cómo has progresado en tan poco tiempo.

      —¿Y qué? —me estoy empezando a cansar de tanta fantasía.

      —Pues…—veo como encoge los hombros y pone esa cara que suele poner cuando algo o alguien le produce buenas vibraciones. —Puedes llegar a ser alguien importante para ellos y su conglomerado de empresas.

      —Para llegar a lo que tú dices… estoy a años luz chiquilla. ¡Anda, anda, déjate de absurdeces!

      Suspira

      —¡Es tan bonito soñar!

      —Y barato… no te digo.

      —Vale, voy a dejar por ahora de fantasear.

      —Estoy deseando ver el apartamento donde voy a vivir —cambio de tema.

      —Ya me contarás como es.

      —Tengo ganas de estar instalada en él y comenzar mi vida con normalidad.

      —Ya me imagino. ¿Qué tienes previsto para el domingo?

      —Ni idea. Aún no he pensado lo que voy hacer —digo apesadumbrada—. Puede que me dé un paseo por la mañana y vaya a ver los monumentos principales de la ciudad, ya sabes: Lincoln, monumento a Washington, United States Holocaust Memorial Museum, etc. Hará buen día y seguramente esté lleno de familias con sus hijos y perros disfrutando del cálido sol jugando, comiendo perritos calientes o hamburguesas con grandes y jugosos pepinillos, o crujientes aros de cebolla o patatas fritas bañado todo ello con kétchup y mostaza chorreando por las manos o las comisuras de sus bocas… ¡Es tan típicamente americano… que hasta me conmueve!

      —¡Seguro!

      —Eso es lo que haré, dar una vuelta para ir reconociendo el terreno. Tomaré fotos que luego te mandaré por e-mail. Disfrutaré de uno de esos grasientos perritos calientes sentada en el césped o en algún escalón de uno de sus monumentos como hacen ellos. Tengo que integrarme —le recuerdo.

      —Claro… mimetizarte.

      —¡Exacto! —suelto una carcajada.

      —Sí señor, buen comienzo.

      —Pero eso sí; no le comentes a mi madre lo del perrito… me armaría la de San Quintín. ¡No veas que pesada se ha puesto con el tema de la comida!

      —Ella piensa que allí solo comen pizza, hamburguesas, perritos calientes o comida china, ¿no?

      —Ya la conoces —asiento con la cabeza.

      —Ok, entendido.

      Suspiro a la vez que mis pensamientos vuelan hacia la soledad que voy a sentir en cuanto finalice la conversación con Andrea.

      —Ya hablaremos mañana y te cuento mi primera excursión, sola, a esta gran ciudad.

      —Perfecto, no se te olvide tomar fotos y mandarlas.

      —Descuida.

      —Hasta mañana, amiga.

      —Hasta mañana, Andrea. Un beso muy fuerte.

      —Otro para ti —dice con tristeza.

      Se nota que me echa de menos. Trata de disimular para que no me sienta peor de lo que ya me siento. No tengo a mano a mis seres queridos y eso se hace difícil de llevar.

      —Desconecto.

      —Vale. Pero recuerda que si necesitas hablar… puedes llamarme a cualquier hora.

      —Lo sé, Andrea.

      Desconecto Skype y empiezo a buscar información en Google sobre la zona que quiero visitar y sus monumentos. Pronto doy con diferentes páginas, recopilo todo lo necesario y guardo lo que me parece interesante en la memoria de la tablet.

      Busco en la maleta la cámara fotográfica y pongo a recargar la batería. No soy una experta pero me defiendo. Tengo fotos geniales con mis amigos en acampadas, viajes y excursiones que tanto y tanto hemos disfrutado juntos.

       CAPÍTULO 8

      Después de hablar a primera hora de la mañana con los míos y de tomar un delicioso desayuno… me apresuro a disfrutar de la mañana del domingo. Hace un día estupendo, no hace mucho calor lo que voy a agradecer ya que voy a tener que andar bastante. Una chaqueta finita de punto me vendrá bien.

      Ando bien de ánimo. Me siento como una niña pequeña con zapatos nuevos, deseosa de descubrir con mis propios ojos todo aquello que tantas veces he visto en los programas de televisión sobre las experiencias de otros españoles en esta ciudad y de conocidos que han tenido la suerte de poder viajar hasta aquí en sus merecidas vacaciones.

      Encantada, me paso el día caminando por la ciudad.

      Ha sido un día estupendo, soleado y alegre.

      Exhausta, suelto el bolso, la chaqueta y la cámara fotográfica sobre el sofá. Me acerco al mueble bar a coger una botella de agua mineral y un vaso. Estoy sedienta y cansada.

      Son las siete menos cuarto de la tarde.

      Me preparo una merecida ducha. Pienso que me sentará genial quitarme de encima el cansancio. Rememoro cada instante que he pasado visitando, observando y fotografiando todo aquello que despertaba mi curiosa mirada. Me sentía bien observando a aquellas familias, parejas, grupos de amigos, solitarios y solitarias disfrutando de una buena lectura a la sombra de un árbol o escuchando música o simplemente observando a los demás… ¡al menos no