Inés Galiano

La luna de Gathelic


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de una de las minas, ¿cierto? ―le volvió a preguntar la señora.

      ―Sí… ―dijo Kiru.

      Una exclamación se escapó entre los asistentes de la sala.

      ―¡Magnífico! ¡Os dije que los encontraríamos! ―exclamó Sethor triunfante y comenzó un aplauso al que el resto del grupo se unió titubeante.

      ―Esto nos da algo de ventaja, desde luego. ¿Tu nombre? ―le dijo la señora.

      ―Kiru ―contestó ella.

      ―Ah, sí, escapaste de los Sertis ―asintió la señora, como si supiera ya la historia―. Lástima que tu camión se desviara.

      ―¡Perfecto! ―volvió a exclamar Sethor, entusiasmado―. ¡Tenemos alguien que sabe dónde está la mina secreta y que ha estado dentro!

      Sethor volvió a aplaudir, pero la señora lo miró con una mirada desaprobadora y nadie se le unió.

      ―Ya hablaremos de esto más tarde. Ahora continúa con las noticias.

      ―Ah, sí, claro ―Sethor de contuvo, y volvió a ponerse serio―. Bueno, como os decía, el Consejo ha empezado a hacer registros en casas de la ciudadanía. Por el momento creo que no saben nada y que son registros aleatorios para asustarnos. Ninguno de los que han registrado tiene conexión con nosotros.

      La gente en el salón contenía la respiración.

      ―Sin embargo, estad preparados, por si acaso.

      ―Podéis traer aquí todo lo que temáis que encuentren ―dijo la dueña de la casa, muy calmada.

      ―¿Y si registran aquí? ―dijo el pescador en voz baja.

      La dueña de la casa, sin embargo, lo escuchó.

      ―No se atreverán a registrarme ―dijo, muy seria―. Y si lo hacen, ya sabéis lo que haré.

      A juzgar por las miradas del grupo, a Kiru le pareció que eso no les calmaba. «¿Qué haría?». Probablemente usar el Eco durante un registro sería algo contraproducente.

      ―También ―continuó Sethor―, han empezado a controlar los accesos a Gathelic. Los guardias de las puertas están vigilando quién entra y quién sale. ―Más miradas preocupadas―. Por ahora no hay problema, siempre y cuando justifiques la salida. Simplemente tendremos que prepararnos mejor.

      ―¡Vila ha salido antes! ―dijo un chico, con un gorro amarillo de paja que le ocultaba casi toda la cara.

      ―Lo sé ―respondió Sethor―, ha salido bajo mis órdenes y os aseguro que ha salido preparada.

      ―¿Y Taras? ―preguntó la mujer del pijama―. ¿Registrarán el Consejo también?

      ―Por el momento no sabemos nada del Consejo, pero seguro que Taras está también preparado ―le dijo Sethor, volviéndose a poner las gafas.

      ―Bueno ―dijo la señora, esbozando una sonrisa como si no hubieran dicho nada preocupante―. Eso es todo, ¿verdad, Sethor? Ya nos seguirás informando cuando haya noticias, ¿sí?

      Sethor asintió y se marchó sin despedirse. A nadie le pareció extraño.

      ―Creo que es hora de retirarse ―la señora dio unas palmadas, y todos empezaron a recoger. Algunos salieron y otros se adentraron en la casa, susurrando.

      ―Un placer conocerte, Kiru ―oyó que alguien le decía, a la vez que le daban un toque en el hombro. Se giró y se encontró con el chico del sombrero amarillo―. Yo soy Rib.

      Kiru no se atrevió a decir nada y simplemente asintió.

      ―Kiru ―la llamó la dueña de la casa―. Ven conmigo.

      Volvió a salir al pasillo y Kiru la siguió hacia el interior de la casa. El pasillo zigzagueaba continuamente y parecía que descendía. Pronto, Kiru se dio cuenta de que no estaba segura de en qué parte de la casa se encontraban. La señora, en cambio, no se detuvo. Continuaron girando esquinas del pasillo y descendiendo durante otro par de minutos. «¿Dónde iban?». Kiru escuchó.

      Los suelos de madera crujiendo debajo de sus pies y por encima de su cabeza. Había varios pisos más por encima y un par por debajo. Pasos lejanos, correteando de un lado al otro. Agua salpicando contra el suelo. Botes de cristal. Risas. Sonidos de sábanas. Gente yéndose a dormir. Luz, vibrando. Una cocina. Alguien masticando. Susurros. Casi podía entender lo que decían…

      ―Ya vale ―dijo la señora, que se había detenido de pronto y se había girado a mirarla―. En la casa no espiamos, ¿de acuerdo?

      Kiru enrojeció. ¿Cómo lo sabía? Nunca nadie antes había podido distinguir cuando estaba escuchando.

      ―Que podamos hacer cosas, no quiere decir que las hagamos continuamente. Aquí en la casa nos respetamos, ¿entendido?

      Kiru asintió. La señora dejó caer la mueca de enfado y volvió a sonreír.

      ―Ya hemos llegado a tu cuarto. Lo compartirás con Vila, ¿te parece bien? Cada vez llega más gente y no hemos podido empezar las obras de ampliación.

      La señora abrió la puerta y la invitó a pasar. Kiru se sorprendió al encontrar una habitación enorme, más grande que la que había tenido nunca en Sertis. Había una cama en cada esquina. Un lado estaba completamente vacío mientras que el otro tenía multitud de objetos y decoración sobre las estanterías. Supuso que era el lado de Vila.

      ―Cómo sabes, Vila ha salido, pero no creo que tarde…

      Kiru entró y se fijó en una ventana al fondo, que daba al exterior. Se podía ver la casa de Jink, algo ennegrecida, pero sin rastro de llamas.

      ―Las llamas ya no están… ―susurró Kiru.

      ―Ah, sí, claro ―le respondió la señora―. Las llamas que provoqué eran de corto alcance. Lo suficiente para distraerlo un poco, pero no causan más que un poco de humo.

      Kiru se quedó mirando la casa de enfrente, sin atreverse a preguntar…

      ―Jink estará bien, pero mejor que no te dejes ver hasta que se le olvide. Es bastante molesto y no necesitamos más gente detrás de nosotros.

      Un gato saltó fuera de la ventana y se apoyó en el alféizar. Kiru abrió los ojos. Era el mismo gato que había visto saltar al principio de la noche delante de la casa abandonada… ¿Dónde estaba exactamente? Se giró a preguntarle, pero no encontró las palabras.

      ―Sí, sí, es la casa abandonada ―sonrió―. Que no es otra cosa que un anexo a la mía y que mantenemos oculta. Ya te explicaré como funciona ―parecía orgullosa―. El gato es de la casa, se llama Eme.

      ―¿Y usted…? ―se atrevió a decir Kiru.

      ―Ah, ¿no me he presentado? ¡Qué despiste! Yo soy Nora, aunque he oído que me llaman Maestra a veces, así que igual te suena más ―parecía hacerle mucha gracia el apodo, como si aún no lo tuviera asumido.

      ―¿El Maestro…? ―se corrigió, dándose cuenta del error―. ¿La Gran Maestra del Eco?

      Kiru no pudo contener la expresión de asombro. Estaba en casa de la legendaria Maestra del Eco que, según las historias de los Sertis, había conseguido vencer los elementos y había creado una academia en la que los Malditos aprendían a dominarse a ellos. Las leyendas no decían que fuese una maestra, pero eso no le sorprendía; las leyendas siempre ocultaban a las mujeres. De todas formas, los Sertis hablaban de esta persona como la más poderosa del continente, solamente después del emperador de Nixandría, y aunque había venido precisamente a encontrarla, no podía creérselo. Sin embargo, ahí estaba, delante de ella, con una sonrisa afable y divertida, viendo todo lo que le pasaba por la cabeza en unos segundos. Kiru había embarcado en las cámaras frigoríficas, huyendo de su tierra natal para conocerla y ahora que la tenía delante... Kiru comenzó a temblar.

      ―Tranquila,