Inés Galiano

La luna de Gathelic


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tú eres nuevo, o qué? ―le gritó alguien desde el fondo del grupo, muy cerca de Taras.

      El guardia miró en su dirección, susurrando un pequeño:

      ―Sí…

      Entonces reparó en Taras. Una expresión de alivio le pasó por el rostro.

      ―¡Consejero! ―exclamó―. No sabía que formaba usted parte de la expedición… esta… lunar.

      Taras no tuvo tiempo ni de responder cuando la señora al frente del grupo gritó:

      ―¡Pues claro que forma parte! Además, es de nuestros miembros lunares más antiguos.

      ―Yo… ―tartamudeó Taras.

      ―Venga al frente, ¡señor consejero! ―dijo la señora.

      Y como si hubiera sido una orden, los demás miembros del grupo empujaron y arrastraron a Taras al frente. Se encontró con el guardia cara a cara mientras la señora lo agarraba de un brazo.

      ―¿Usted va entonces a la expedición lunar? ―preguntó el guardia, y bajó la voz para que solo lo oyera Taras (y la señora, que había pegado la oreja) y añadió―. Es que, verá, esta noche tenemos órdenes de registrar todos los movimientos de entrada y salida y dar información al Consejo. Las salidas que no tengan una motivación relevante no se permitirán…

      El guardia pareció preocupado mirando la fila de gente detrás del grupo que seguía aumentando. Taras lo pensó un momento y se dio cuenta de que no tenía ninguna justificación que darle al guardia. Salir con el grupo de ritualistas de la luna era quizá la mejor excusa que podía dar. La religión no estaba prohibida en Gathelic y los ritualistas lunares tenían una larga tradición. Nadie se sorprendería si un consejero se volvía ritualista…

      ―¡Llegamos tarde! ―gritó la señora en su oído, casi dejándolo sordo, a la vez que le apretaba el brazo―. Señor guardia, ¡que se nos hace la hora y se nos cae la luna! ―añadió, con el dicho popular.

      ―Sí, eso… Llegamos tarde, por favor ―añadió Taras, mirando al guardia.

      ―De acuerdo, señor consejero ―dijo el guardia―. La verdad es que me alegra que esté usted aquí. Es un honor verle ―dijo, haciéndose a un lado.

      «Es un honor verme y traspasarme la responsabilidad», pensó Taras mientras cruzaba la muralla, empujado por el grupo de ritualistas.

      VII

       LA MAESTRA NORA

      Kiru acompañó a la señora por un pasillo muy adornado con molduras de madera llenas de relieves hasta la puerta de otra sala, cubierta con grandes cortinajes de color azul amarillento algo desgastados. Observó a la señora, pensativa. Era difícil saber su edad; tenía el pelo completamente blanco, pero se movía con mucha agilidad. La señora colocó la mano en el picaporte y la abrió muy lentamente como si no quisiera hacer ruido. Kiru se fijó en que tenía unos arañazos recientes en el dorso de la mano.

      La puerta cedió y la señora entró. Kiru la siguió, expectante. Dio un paso adelante y se quedó parada. Había alrededor de quince personas en la sala, de diferentes edades y aspectos, distribuidos en círculo, algunos sentados en sillones, otros en el suelo, otros de pie. Todos la miraban. Kiru dio un paso atrás sorprendida, pero la señora la tomó del brazo y la obligó amablemente a acercarse.

      ―Bueno, ya la hemos encontrado.

      ―Un poco más y fríes al de enfrente, ¿eh? ―le dijo uno del grupo, sonriendo.

      ―Jink se lo hubiera merecido ―dijo otra persona.

      ―Sí, me hubiera gustado verle la cara…

      ―Jink es una molestia ―dijo carraspeando la señora―. Pero os recuerdo que es necesario. Manteneos alejados de él, ¿de acuerdo?

      La señora miró a Kiru, esperando que contestara. Ella asintió con la cabeza. No tenía intención de acercarse a Jink, pero antes de aceptar más órdenes y aprender más lecciones quería saber dónde se estaba metiendo.

      ―Enseguida empezamos ―volvió a decir la señora y se marchó de la sala, dejándola sola, de pie, sin saber qué hacer.

      El grupo comenzó a hablar y a susurrar en pequeños grupos, y Kiru intentó apartarse y fundirse con la pared sin mucho éxito.

      ―¿Acabas de llegar a Gathelic entonces? ―le dijo un hombre, con atuendo de pescador.

      ―¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Eres una de las refugiadas de las cámaras frigoríficas? ―le dijo otra mujer vestida con lo que parecía un pijama de flores.

      ―Ehmm ―balbuceó Kiru, sin saber qué responder.

      ―Por la cara de susto, seguramente sí ―respondió el pescador, riéndose a carcajadas.

      ―Pobrecita, creo que ha sido la peor estrategia hasta la fecha ―dijo la mujer del pijama.

      ―¿Pero qué dices? ―exclamó el pescador, y empezó a enumerar una lista de nombres que seguramente habían sido peores.

      En ese momento volvió la señora con un hombre vestido de negro, con unas gafas azuladas y porte elegante. La señora dio unas palmadas y se hizo el silencio. Todos se incorporaron y se volvieron hacia ella.

      ―Vale, vamos a empezar ―dijo la señora, que evidentemente parecía ser la líder del grupo―. Sethor tiene noticias.

      Le hizo un gesto a Sethor para que hablara. Este asintió y dio un paso adelante solemne.

      ―Bueno, como sabéis la estrategia de los frigoríficos no está resultando ser la mejor que hemos tenido hasta ahora…

      Hubo algún carraspeo entre el grupo y la mujer que llevaba el pijama chasqueó la lengua.

      ―Lamentablemente, algunos de los camiones que transportaban los frigoríficos se desviaron de la ruta planeada. No sabemos por qué ―hubo susurros―, pero el principal problema es que uno de los camiones acabó en una mina del Gran Líder.

      Se hizo el silencio. Kiru miró a su alrededor y vio a la gente con expresión de asombro. Sethor continuó hablando.

      ―El Consejo no se lo ha tomado bien y, aunque los intrusos consiguieron escapar sin causar muchos daños en la mina, parece que el Consejo se prepara para un conflicto y están planeando hacer registros.

      ―¡¿Qué?! ―dijo alguien por delante de Kiru.

      ―¡¿Registros?! ¿Qué vamos a hacer? ―dijo otro.

      ―Todo por unos frigoríficos…

      ―¿Qué había en la mina? ―la señora del pijama había alzado la voz por encima de todos los demás. Los que estaban delante se giraron a mirarla. Sethor asintió.

      ―No lo sabemos todavía. ―Sethor se quitó las gafas como si de pronto le molestaran. Kiru se fijó en una cicatriz que le cubría el ojo izquierdo y que le impedía abrirlo del todo―. Aún no hemos encontrado a las personas que escaparon de la mina.

      ―Bueno, eso no es del todo cierto ―carraspeó la dueña de la casa, con una media sonrisa, mirando directamente a Kiru.

      A Kiru le dio un vuelco el corazón. No quería hablar de la mina. No quería hablar de nada. Ni siquiera sabía el nombre de la señora que la había rescatado de la casa de Jink ni si había venido al lugar correcto…

      La señora volvió a carraspear forzadamente pero como Kiru no se dio por aludida, se rindió.

      ―Ven aquí ―le dijo.

      Todos la miraron.

      ―Lo sabía ―dijo el pescador que había hablado con ella al principio.

      ―¿Has salido de la mina? ―susurró la mujer del pijama haciéndole un gesto al pescador.

      ―Ven