Inés Galiano

La luna de Gathelic


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bloqueando el acceso. El sitio no parecía muy alentador, si de verdad era el correcto. Kiru dudó. Tal vez se había equivocado después de todo.

      Esperó a que Jink entrase a su casa y cerrase la puerta antes de adentrarse en la calle. En silencio, pasó por delante de la escuela y se situó de espaldas a la casa de Jink. Observó la casa de enfrente, abandonada, pero imponente de todas formas. Derrumbada y en la oscuridad, nada parecía moverse en su interior. Las hojas de los árbustos que se habían comido el jardín delantero se movían con el viento. Miró la ventana del piso superior, la que Jink había mencionado en su historia, y escuchó. Eco.

      Los ruidos de la noche la invadieron. Unos transeúntes que pasaban por una calle cercana, las hojas de los árboles y entrechocando, la vibración de la luz en la casa azul de la abuela del consejero. Ruido de platos. Alguien comiendo. El entrechocar de sus dientes. Unos golpes que parecían de las botas de Jink al ser tiradas al suelo sin cuidado. Sus pasos arrastrando los pies hacia la escalera que conducía al piso superior. Los peldaños crujiendo. Kiru sacudió la cabeza. No le interesaba Jink. Trató de concentrarse en la casa derruida que tenía delante. Se esforzó más.

      Silencio. Nada. No oía absolutamente nada. Estaba completamente vacía. Nada se movía dentro, ni siquiera la madera crujía. Pensó, preocupada: «¿Se habría equivocado de lugar? ¿No debería haber algún sonido?». No podía ser… hasta las casas vacías emitían sonidos.

      Un maullido la sobresaltó. Giró la cabeza y buscó en las sombras. Un gato entró de un salto en su línea de visión. No lo había visto venir. ¿Lo había pasado por alto en la oscuridad? Pero lo debería haber oído llegar. El gato, con el pelaje negro, se estiraba entre los arbustos de la casa. Su silueta se vislumbraba con dificultad, recortada contra la oscuridad de la casa, ligeramente iluminado por la luna rojiza. Kiru recordó las historias de supersticiones absurdas relacionadas con gatos negros que se contaban en su tierra natal. Esbozó una sonrisa; para ella era una buena señal.

      Se decidió a dar un paso hacia el gato, que paró inmediatamente de rascarse. El gato la miró, con sus enormes ojos amarillos. Kiru dio otro paso, tratando de acercarse, pero el gato dio un salto hacia atrás y desapareció. Kiru escudriñó las sombras. No veía nada. ¿Dónde se había metido? Escuchó. Buscó el Eco. Pero no oía nada otra vez. Absolutamente nada.

      Parecía que el gato había vuelto por donde había venido. Recordó la historia de la ventana que se derretía que había contado Jink. ¿Era real el gato o lo habría imaginado?

      Se quedó mirando a la oscuridad por la que había desaparecido el gato, confusa. La dirección era correcta, y probablemente sería algo relacionado con los poderes de la tierra. Pero ¿una ilusión permanente? ¿Una casa que se mantuviera oculta durante décadas? Desde luego, era el ejemplo de poder más impresionante que había visto. ¿Cómo se entraba? No le habían dado instrucciones, ninguna contraseña ni ningún Consejo para entrar. Si intentaba entrar ahora mismo, encontraría ruinas solamente. Necesitaba encontrar la manera de pasar a través de la ilusión, de hacerle ver a quien hubiera dentro que podía bajar la barrera.

      Un crujido sonó a su espalda. Kiru se dio la vuelta, maldiciendo en voz baja. Un sorprendido Jink abría la puerta de su casa.

      ―¿Tú…? ¿Eres la chica del bar?

      Kiru suspiró.

      ―Sí, hola, es que pasaba por aquí…

      ―¿Me has seguido?

      ―No, no, es que… ―buscó una excusa―. Me he quedado intrigada con la historia de la casa abandonada y…

      ―¿La casa? ―Jink esbozó una sonrisa, de pronto muy seguro de sí mismo―. No hacía falta que me siguieras, te hubiera traído yo mismo. Pasa, te puedo contar lo que quieras de la casa de enfrente.

      ―Ehm, no, yo solo…

      ―No seas tímida, venga…

      Jink la agarró del brazo, tirando de ella hacia dentro de la casa, demasiado feliz. Kiru lo miró a los ojos y se dio cuenta de que estaba borracho. Se resistió.

      ―No, de verdad que no.

      ―Venga ―repitió este―. Que no muerdo.

      Jink tiraba con más fuerza de su brazo y su sonrisa desaparecía. De manera agresiva, la agarró con la otra mano también y le clavó las uñas.

      ―Pasa ahora mismo. Has venido hasta aquí, y ahora te voy a dar lo que buscabas, maldita…

      El corazón de Kiru se aceleró e instintivamente volvió a buscar su Eco. Se concentró mientras las uñas de Jink se clavaban en su piel. Escuchó.

      El crujir de la madera de la casa de Jink. El agua hirviendo en una olla que se había empezado a preparar. El eco de sus palabras en la calle solitaria. La fricción de sus zapatos contra el suelo de madera. Las uñas de Jink, arrancando con más fuerza su piel. La saliva de Jink, escupiendo insultos. Sus facciones crispándose. Kiru cediendo a la presión en sus brazos y dando un paso adelante, adentrándose en la casa en contra de su voluntad. No. NO.

      El corazón de Jink, latiendo, deprisa. Se concentró en él, a la vez que Jink le escupía en la cara. Insultos resonando en la distancia. Jink estaba gritando algo que Kiru no podía oír. Su corazón comenzaba a pararse. Jadeos. La presión sobre los brazos de Kiru relajándose. Dolor en el pecho. Los ojos de Jink abriéndose, notando lo que estaba sucediendo. Un grito, respiración entrecortada. Su corazón, cada vez más lento. Jink la soltó y cayó de rodillas. Kiru se cayó hacia atrás. El ruido de ambos contra el suelo. El sufrimiento de Jink... Ya casi estaba.

      De pronto, una explosión dentro de la casa de Jink la hizo perder la concentración. Todo el resto de los sonidos volvieron a ella de golpe, abrumándola. Jink gritaba mientras se recuperaba en el suelo. Una olla en la cocina ardía en el interior de la casa. Jink salió corriendo a apagar el fuego y escapar de ella. Su corazón volvió a latir más deprisa. Los gritos de Jink, los pasos de gente que se acercaba, alertada por el ruido de la detonación.

      Varias personas pasaron por encima de Kiru, casi pisándola. Estaba aturdida. ¿Qué había estado a punto de hacer? Alguien se situó a su lado y le habló:

      ―Levanta, rápido, mejor que salgamos de aquí.

      Kiru miró a la persona y se encontró a una señora mayor bien vestida, con cara de enfado mirándola desde arriba.

      ―Venga, ¡vamos! ―repitió, como si estuviera a punto de regañarla.

      Kiru obedeció y se incorporó. Siguió a la señora hacia la casa de enfrente, la casa del consejero. Sin decir nada, la señora la invitó a pasar con la mano. Después entró a su casa y cerró la puerta detrás de ella. Se dio la vuelta y la miró, fulminándola con la mirada.

      ―Siempre es mejor un objeto que una vida.

      Kiru tardó unos segundos en reaccionar y asintió cohibida. ¿Quién era esta mujer? ¿Era también una Maldita como ella? ¿La había ayudado con la olla?

      ―El fuego se apaga, pero las vidas no vuelven. ¿Lo entiendes?

      Kiru volvió a asentir.

      ―Además, si matáramos a todos los imbéciles no tardaríamos ni dos segundos en encontrarnos con la policía en la puerta de la escuela.

      Kiru se sorprendió. «¿La escuela?», pensó, pero no le dio tiempo a formular la pregunta.

      ―Repítelo. La muerte es la última solución.

      ¿Qué repitiera? ¿Por qué? Kiru no entendía nada.

      ―Venga, repítelo, no vamos a quedarnos aquí toda la noche.

      La señora la volvió a fulminar con la mirada, como si se tratara de su alumna más díscola, y con un gesto de impaciencia, la animó a hablar. Kiru sintió que desobedecer a la señora podría costarle muy caro, así que repitió con voz algo entrecortada:

      ―La muerte… ―comenzó Kiru, pero la señora le hizo gestos de que alzara