Inés Galiano

La luna de Gathelic


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y añadió lo suficientemente alto para que Taras lo oyera―. ¡¿Me vas a dejar aquí con este tarado?!

      Se quedaron solos, Taras carraspeó, sin atreverse a decir nada. No estabas seguro de si ofenderse o no tras el comentario. Si se ofendía, no podría sacarle nada a Ankar, y probablemente se ganaría un enemigo; pero si hacía como si no lo hubiera oído desde luego que quedaría como un tarado… Ankar se levantó del asiento refunfuñando. Antes de que se fuera, Taras optó por la opción de tarado y lo alcanzó con una sonrisa, que pretendía ser amable, pero sabía que no se le daba muy bien.

      ―Ankar, quédese a hablar conmigo. No hace falta que se vaya.

      ―¿Pero has visto la que me has liado? Has espantado a Regina.

      ―Tal vez yo pueda ayudarle a conseguir lo que necesita ―dijo rápidamente Taras, tratando de recordar los Consejos de Feris: «ofrecer algo primero…».

      ―¿Tú? ¿Qué vas a conseguir tú? Llevas meses aquí en el Consejo y no has conseguido ni una mísera alianza con nadie.

      Aunque Taras ya lo sabía, se sintió algo dolido de todas formas con la acusación. La verdad es que no le había ido muy bien hasta ahora, pero eso iba a tener que cambiar.

      ―Nunca es tarde, dice el dicho ―contestó, volviendo a intentar la sonrisa de antes.

      Ankar resopló, subiendo los escalones con esfuerzo hasta la fila superior donde debía sentarse. Era un hombre mayor, con el pelo canoso y una forma redondeada que mostraba años de ingesta de licor de hierbas, y decían que no se movía del edificio del Consejo nunca. A pesar de ello, estaba metido en miles de ventas sobre terrenos a las afueras de Gathelic. Podía trabajar a distancia, mientras vaciaba la botella de licor desde su sillón. Taras volvió a probar:

      ―Déjeme intentarlo. Tal vez pueda conseguirle lo que necesita. ¡No perdemos nada!

      Ankar se acomodó en su tribuna en la fila superior, hasta la que Taras lo había seguido, con gesto de aburrimiento.

      ―Está bien ―dijo Ankar―. Consígueme dos kilos de explosivos.

      ―¿Explosivos? ―preguntó Taras perplejo―. ¿No se venden en el pueblo?

      ―Están todos agotados aquí ―refunfuñó de nuevo Ankar―. Y solo Regina puede traernos más con su compañía de transporte.

      ―Hmm, de acuerdo, veré cómo puedo…

      Ankar se rió:

      ―¿Cómo los vas a traer? ¿Tienes contactos fuera?

      ―Eh, no, claro que no, pero tal vez pueda convencer a Regina por usted.

      Ankar volvió a reírse, cada vez más fuerte, atrayendo la atención de otros consejeros que empezaban a acudir a la sala. Se acercaba la hora del comienzo de la reunión. Taras volvió a sonreírle a Ankar y le prometió otra vez intentar hablar con Regina. Lo dejó riéndose en su tribuna y se fue hacia la suya. Mientras el Consejo se reunía, pensó en que tal vez su encuentro no había ido del todo bien, pero había descubierto algo interesante. La reacción de Regina a la desaparición del cargamento había sido de esperar, ya que la preocupación por el transporte de mercancías era algo que preocupaba a muchos consejeros… Pero tal vez sabía algo más. Algo satisfecho y con un objetivo en mente, pensó en abordar a Regina de nuevo después de la reunión.

      Se dirigió a su tribuna, y vio que la de al lado estaba ya ocupada por la consejera del barrio Este, otro barrio humilde de Gathelic. Anthea era una mujer de mediana edad con cara de pocos amigos y nada sociable. Siempre que intentaba hablar con ella, le respondía con monosílabos, y nunca decía nada en el Consejo. Taras no estaba seguro de qué le pasaba por la cabeza, y qué estrategia tenía en mente, si es que tenía alguna. Normalmente se abstenía en las votaciones y permanecía en silencio con expresión concentrada durante toda la reunión.

      Cuando Taras llegó hasta su asiento, se dio cuenta de que había un papelito arrugado sobre el cojín de terciopelo. Sorprendido, lo tomó y lo abrió mientras se sentaba. Había algo escrito: «Pregunta por la mina. S».

      Asombrado, Taras miró a su alrededor, buscando quién podía haberle dejado el mensaje. Anthea, a su lado, miraba al frente con su expresión habitual y no parecía haberse percatado de nada. Se preguntó si habría sido ella capaz de escribirle la nota, pero enseguida lo descartó. Si fuera ella, podría haberle hablado directamente, no necesitaba escribirle. Aunque era una mujer tan rara…

      Miró de nuevo el mensaje, y se fijó en la letra S. Tenía que ser un mensaje de Sethor. ¿Habrían encontrado algún frigorífico en la mina? Y, en ese caso, ¿cómo se le ocurría a Sethor enviarle un mensaje al mismo salón del Consejo? ¿Estaba mal de la cabeza? Pensó en la mina y se le ocurrió que quizás habría alguna noticia interesante en relación con alguna mina hoy entre los anuncios del Consejo. Se decidió a esperar a que llegara el momento adecuado y después abordar a un par de consejeros para saber más detalles. Probablemente nadie supiera nada. Las minas estaban regentadas por el líder y salvo en raras ocasiones, no se hablaba de ellas nunca…

      El sonido de un martillazo lo devolvió al presente. La presidenta del Consejo pedía el silencio, mientras aparecía el Gran Líder Harr III por la puerta de la sala. Quedaron todos en silencio y Harr cruzó la sala de forma solemne y se sentó en la butaca principal de la zona inferior, frente al resto del Consejo. La presidenta procedió a leer el orden del día:

      ―Punto número 1. Ataque a las minas ―dijo en voz alta. Se armó un gran revuelo instantáneo.

      ―¿Ataque? ¿Cómo que ataque? ―susurraban los consejeros a su alrededor.

      Taras, sorprendido, volvió a leer el mensaje que tenía entre las manos. Al parecer no iba a tener que esforzarse en preguntar mucho; le iban a responder a su pregunta ahora mismo. El Gran Líder murmuró algo a su mayordomo y este se levantó y caminó hasta la presidenta para entregarle un papel. La presidenta lo tomó y leyó en voz alta las palabras del líder.

      ―Estimado Consejo, la pasada noche, las minas de Gathelic fueron atacadas ―comenzó, a la vez que se hacía el silencio en la sala―. Según los mineros que han testificado, dos personas entraron por la noche en uno de los emplazamientos mineros mientras estos dormían. Fueron sorprendidos en el acto y perseguidos hasta la salida, por lo que no pudieron llevarse nada ni hacer lo que vinieran a hacer. Causaron destrozos en la puerta, pero no hubo heridos.

      Más murmullos se sucedieron en la sala.

      ―Por el momento no estamos seguros de quiénes son ni del motivo, pero se están llevando a cabo investigaciones. Se trata de una zona estratégica, y como saben, una fuente de recursos necesarios para nuestra economía. Es una situación grave, ya que acciones como estas vulneran nuestra autonomía y posición con respecto al continente.

      Los consejeros se giraban y se lanzaban miradas entre ellos, parecía que más de uno tenía algo en mente. La mención al continente servía para darle la relevancia necesaria a la noticia. Gathelic, que había conseguido ser independiente del continente tras un largo período de guerra y desacuerdos, valoraba por encima de todo su autosuficiencia y autoabastecimiento. Sin embargo, tras décadas de independencia efectiva, la relación con el continente seguía siendo tensa y a la vez necesaria. Cualquier situación que hiciera peligrar la frágil estabilidad del sistema se convertía inmediatamente en un asunto de máxima prioridad. Si las minas de Gathelic habían sido atacadas, podía significar muchas cosas, y desde luego, ninguna era buena para Gathelic.

      La presidenta terminó de leer y dobló el papel, pero continuó hablando:

      ―Creo que no tengo que recordárselo, pero es de vital importancia que colaboren lo máximo posible los próximos días con la investigación. Se llevarán a cabo algunas entrevistas con los consejeros. No se preocupen, cualquier información nos puede ser útil. Se les notificará en sus cámaras de la hora y fecha convenida para la entrevista.

      Los consejeros elevaban la voz y hablaban entre ellos agitados. Hacía mucho tiempo que se les interrogaba por última vez y, por la expresión