Inés Galiano

La luna de Gathelic


Скачать книгу

      Vila lo miró incrédula, y le dijo:

      ―Bueno en algún momento se destapará, ¿no? No podemos continuar en la sombra para siempre, ¿no crees? La profecía dice que un día podremos, ya sabes…

      Taras reconoció la emoción de Vila y suspiró. Vila, como tantos otros, eran de los que odiaban esconderse y ocultarse y creían ciegamente en la profecía. Esta decía que llegaría un día en la era roja en el que los conocedores de los Ecos de la Tierra dejarían de ocultarse y retomarían su lugar en el mundo. Taras no recordaba las palabras exactas, pero algo así era.

      Desde luego, nada decía la profecía acerca de cuál era el supuesto lugar que les pertenecía y cada uno tenía una idea y una versión. Los maestros traspasaban esa y otras muchas historias a sus alumnos y dejaban que cada uno interpretase lo que quisiera. Por otro lado, era imposible saber qué quería decir la profecía cuando mencionaba la Era Roja. Podía tener muchos significados, aunque la mayoría argumentaba que se trataba de una referencia a la época de la luz rojiza de la luna. Esa teoría tenía muchos adeptos, ya que la luna rojiza brillaba con intensidad desde hacía años.

      Taras, en cambio, no creía en ninguna profecía. Conocía las leyendas y de niño había pedido a su abuela que se las contara una y otra vez, como hacían todos los otros niños, atraídos por el misterio. Sin embargo, poco a poco había ido dándose cuenta de que esperar destinos y profecías no llevaba a ningún sitio. Se había vuelto mucho más práctico. Le gustaba tener objetivos tangibles y realistas y poder solucionar cosas, paso a paso. En este momento su objetivo era mejorar las condiciones de vida en el barrio oeste. Allí se escondían la mayoría de los exiliados que poseían conexión con los Ecos de la Tierra y que habían tenido que huir de otras ciudades menos tolerantes y Taras deseaba poder acogerlos en unas mejores condiciones.

      ―¿Me estás escuchando? ―lo sobresaltó Vila.

      ―Ehm, sí, sí, la profecía. Sí, algún día ―intentó aparentar Taras, que no tenía ni idea de lo que había dicho.

      ―Espero que en el Consejo prestes más atención, porque si no vamos apañados ―dijo ella.

      ―En el Consejo se debate durante largas horas, y aunque intento estar siempre pendiente de todo y apuntar cada detalle, es cierto que en algunas ocasiones me he perdido un poco. Pero nunca en lo que respecta al barrio Oeste, obviamente.

      Vila se rio.

      ―En fin, supongo que eres lo único que tenemos ahora mismo.

      ―Eh… ―quiso replicar Taras, ofendido, pero Vila continuó enseguida.

      ―Vale, entonces vamos al grano antes de que te echen de menos. Hemos conseguido dar un par de cambiazos más en los transportes hacia Gathelic. Lo que pasa es que ha habido un pequeño… problemilla.

      ―¿El qué? ¿Qué cambiazos eran?

      ―Esa es la cosa, que no estamos muy seguros de que fuera buena idea. Pero no te preocupes.

      ―Me estoy preocupando.

      ―Es que nos enteramos de que llegaba un cargamento de frigoríficos nuevos, ¿vale? ¡Desde la misma capital, desde Nixandría! Imagina. Era ideal, unos cuantos camiones saldrían de allí y pasarían por decenas de pueblos. Podíamos conseguir muchísimo. Así que mandamos a alguien a Sertis y a Rothand…

      ―Vale…

      ―Entonces nos enteramos de que los frigoríficos eran inmensos. De verdad, eran cubículos gigantescos en los que cabría hasta una persona de pie. ¿Te imaginas? ¿Has visto alguna vez algo así? ¿Para qué querrán frigoríficos tan grandes?

      ―¿Frigoríficos en los que caben personas? Pero ¿no se os habrá ocurrido…? ―preguntó alarmado Taras. Sethor era muy buena persona, pero en ocasiones un poco inconsciente.

      ―Sí, era una idea genial. Por primera vez podíamos olvidarnos de saltar encima del camión o atarnos. ¿Sabes lo fácil que ha sido? Esperamos simplemente a que los conductores hicieran sus paradas de servicio y, tachán, tan fácil como meterse dentro de uno. Nadie iba a mirar allí.

      ―Pero ¿no es peligroso?

      ―Claro que no, están apagados durante el transporte.

      ―Ah, claro ―contestó Taras, pensando en las miles de maneras en las que le resultaba peligroso meterse en un cubículo sellado del que no se podía salir si no te abrían―. Apagados.

      ―Hasta ahí todo bien. El problema es que hemos perdido algunos.

      ―¿Perdido? ¿Cómo que habéis perdido algunos? ¿Algunos qué?

      ―Algunos frigoríficos.

      ―¿Con gente dentro?

      ―Hmm sí, eso creemos.

      ―¡¿Habéis perdido algunos frigoríficos con gente dentro?! ―exclamó Taras.

      ―Bueno, a ver, tranquilízate, seguro que los encontramos rápidamente. El caso es que el camión transporte parece que ha realizado un par de paradas clandestinas. Para que luego nos digan a nosotros, creo que algunos consejeros del líder están metidos hasta el fondo en algo sucio…

      ―¡¿Pero dónde están esos frigoríficos?! ¡¿Y la gente?!

      ―A ver, que los vamos a encontrar, no te preocupes. Tienen que estar en algún sitio. Deben de haberlos dejado por el camino en alguna parada fuera de la ruta establecida. Tampoco pueden estar muy lejos. La cosa es encontrarlos antes de que los encuentren otros.

      ―¿Y la gente que hay dentro? ¿Quiénes son?

      ―Ay, eso no lo sé. Ya sabes que la identidad es una cosa de cada uno…

      ―Pero esa gente puede morir congelada si se les ocurre encender los frigoríficos… ―Taras estaba completamente horrorizado con el estúpido plan de Sethor―, ¡¿cómo se os ocurre meter a gente en cámaras frigoríficas en las que…?!

      ―Pues la verdad es que ha sido muy buen plan; hemos conseguido traer a bastantes refugiados, que lo sepas. La mayoría de los frigoríficos llegaron ayer a Gathelic en buen estado. Mientras el transportista pasaba la documentación en la muralla, les abrimos las puertas a todos y están sanos y salvos en el barrio Oeste. Solo hemos perdido tres o cuatro.

      ―¡¿Tres o cuatro?!

      ―Sí, debe de haber bastantes localizaciones clandestinas, ¿verdad? Para que necesiten tantos…

      ―Tres o cuatro personas atrapadas en localizaciones desconocidas que pueden ser descubiertas de un momento a otro. La escuela puede desmoronarse por completo, ¿no lo ves? Empezarán a hacer redadas y…

      ―No, no creo que sea para tanto. Probablemente se encargarán de mantenerlo en secreto y los refugiados sabrán encontrar la escuela. Pero nos vendría bien tu ayuda.

      Taras volvió a inspirar profundamente, ignorando sus sentimientos y tratando de pensar en la parte práctica del problema.

      ―¿Qué puedo hacer? ―dijo.

      ―Necesitamos tu ayuda en el Consejo: hay que descubrir dónde han ido a parar esos frigoríficos. Obviamente tenemos a un par de personas peinando localizaciones cercanas a la ruta del camión, pero acabaríamos mucho antes si pudieras darnos alguna pista.

      ―¡No puedo ir al Consejo y preguntar dónde tienen campamentos clandestinos ilegales!

      ―No en voz alta, claro ―dijo Vila, suavemente, como si Taras fuera demasiado lento―. Pero puedes hacer más amigos en el Consejo, y preguntarlo en voz baja…

      ―Hacer amigos… ―Taras estaba muy enfadado, ¿es qué no veían lo difícil y peligroso que sería? El Consejo no era precisamente amigable, y menos con alguien como él: alguien que venía de la zona más pobre de Gathelic. Tenía suerte si algunos todavía le saludaban al pasar.

      ¿Cómo habían hecho