Inés Galiano

La luna de Gathelic


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hasta su hombro.

      ―He traído unos cuantos y los he ordenado por temática.

      Taras, sorprendido, respondió:

      ―¿Unos cuantos? ¿Cómo has podido cargar con tantos tú solo?

      ―Bueno, no se preocupe, he hecho un par de viajes. ¿Por cuál quiere empezar? ¿Cuál es la naturaleza de la información que busca?

      Feris estaba dispuesto a resultar útil a toda costa, tal vez sintiendo el inicial rechazo de Taras a tener un ayudante de cámara. Taras, en cambio, estaba ya convencido de que Feris era tan útil para él y para todos como cualquier otro miembro del Consejo. Tal vez mereciera ser miembro del Consejo más que él, que había llegado al puesto después de que Nora tirara de bastantes hilos.

      ―¿Información sobre presupuestos tal vez? ¿Sobre gestión? Sé que el tema puede resultar complicado; a la gente no le gusta hablar de dinero ―le acercó un libro.

      Taras negó con la cabeza.

      ―No es dinero, no…

      ―¿Políticas sociales tal vez? ¿Educación? Ese es otro tema peliagudo. Nadie quiere un pueblo inútil, pero tampoco un pueblo erudito que cuestione todo…

      Taras rio, pensando en el análisis de Feris. Tenía bastante razón.

      ―Tampoco es eso, ¿verdad?

      ―No…

      ―¿Qué información necesita, señor?

      Taras inspiró, pensando lo que decir. Creía que podía fiarse de Feris, estaba seguro. «Casi seguro». Pero necesitaba hablar con alguien. Desde que había llegado al Consejo había tenido que disminuir mucho la comunicación con Nora para evitar sospechas, comunicándose solo con Sethor en mensajes y quedadas escuetas. La verdad es que necesitaba hablar con alguien y Feris parecía tan dispuesto, tan animado siempre… y tan leal. A pesar de que lo había conocido solamente hacía pocos meses al llegar al Consejo cuando se lo habían asignado. Pero para Feris, era su primer trabajo en el Consejo y estaba dispuesto a ser un ayudante tan leal y honrado como lo había sido su padre, que había trabajado allí toda su vida, pasando de consejero en consejero hasta que había llegado a ayudante del propio líder.

      ―Vale ―dijo Taras, dispuesto a revelar parte de lo que necesitaba―. ¿Sabes algo de una ruta clandestina? ¿Algún poblado oculto? ¿Qué libro necesito para eso?

      ―Ay, señor, ninguno de estos libros nos va a servir ―respondió Feris, mirando la pila, preocupado―. Sabía que tenía que haber cogido uno de geografía.

      Taras soltó una carcajada. Feris, tras dudar un poco, finalmente se unió y se relajó un poco.

      ―No creo que la ruta clandestina esté cartografiada… y la verdad es que no sé cómo abordar a otros consejeros para esto ―se sinceró Taras.

      ―Vale ―contestó Feris, de nuevo con entusiasmo―. Empiece por acercarse poco a poco.

      Feris hacia gestos, mientras sacaba algunos libros de la pila, probablemente de negociación.

      ―Invítelos a comer al salir del Consejo ―apartó el libro de etiqueta y se los pasó junto a los otros. Taras los tomó a regañadientes.

      ―¿Deberíamos pedir pescado o potaje? ―bromeó Taras, pero Feris le hizo caso omiso y continuó:

      ―Pescado, por supuesto ―respondió Feris, como si fuera evidente y continuó―. Después tantee el terreno, descubra en qué están interesados…

      ―Probablemente en nada de lo que lo estoy yo…―replicó en voz baja Taras.

      ―Entonces proponga votar a favor de aquello que quieren en la próxima votación…

      ―¿Sea lo que sea? Un poco arriesgado, ¿no?

      ―… y cuando estén contentos comente lo que le preocupa a usted y diga que ha oído unos rumores, pero que no está seguro de si son ciertos o no.

      ―Efectivamente, no estoy seguro… ―suspiró Taras.

      ―Échelo a broma, que no noten su interés real, que no vean su necesidad y no sientan que le están haciendo un favor. Entonces le dirán lo que saben sobre el tema.

      Feris se quedó en silencio por fin y Taras lo miró sonriendo.

      ―¿Por qué no estás tú en el Consejo? Lo harías mejor que yo.

      ―¡Qué tontería! ―inmediatamente Feris se sonrojó, y comenzó a disculparse―. No pretendía decir eso, lo que quería decir es que cada uno…

      ―… hace su parte ―completó Taras la frase que le había oído decir con antelación.

      ―Exactamente. Lo hará bien, señor Taras ―Feris pareció calmarse un poco―. Solo tiene que leerse un par de estos. Me llevaré los de política social y economía, que no le van a hacer falta ahora mismo.

      Taras asintió con la cabeza y colocó los libros que le había apartado Feris en su mesilla de noche, completamente consciente de que no iba a abrirlos ni una vez. Realmente el Consejo no era lo que había esperado en un principio, pero desde luego no creía que un montón de estrategias absurdas de manipulación psicológica fuera el modo de mejorar la vida de la gente. Tantearía el terreno, sí, pero lo intentaría a su manera. Se despidió de Feris, que le ayudó a ajustarse la capa, y salió de su cámara al pasillo de los dormitorios.

      Todos los consejeros recibían unas cámaras propias en las que alojarse, para evitar desplazamientos. Sin embargo, a pesar de ser vecinos, no estaba bien visto llamar a la puerta de la cámara de ningún otro consejero sin tener concertada una cita previamente, así que tendría que abordarlos directamente en el salón del Consejo. Se dirigió hacía allí media hora antes de la hora a la que debían presentarse cada mañana con esta idea en mente. Cuando llegó, encontró el salón casi vacío, a excepción de un par de consejeros que hablaban en voz baja en una de las filas delanteras. Con su mejor sonrisa, se acercó a ellos y los saludó:

      ―Buenos días, ilustres ―les dijo, dirigiéndose a ellos con la fórmula de cortesía con las que se dirigían a ellos los ciudadanos de Gathelic cuando venían a hacer peticiones. ¿Tal vez estaba yendo muy deprisa?

      Los consejeros se giraron sorprendidos. Se trataba de la consejera Regina y del consejero Ankar, ambos provenientes del barrio alto y con más dinero del que podían gastar. Lo miraron con desdén y volvieron a su conversación en voz baja. Taras, en cambio, no estaba dispuesto a darse por vencido. Bajó los escalones hasta situarse en la primera fila junto a ellos y los miró. Tenía las manos en los bolsillos de su capa e intentaba aparentar tranquilidad.

      ―He oído que un cargamento ha desaparecido.

      Ambos consejeros levantaron la mirada, sorprendidos.

      ―¿Qué cargamento? ―respondió Regina, evidentemente interesada.

      ―Pues no estoy seguro, pero no es muy agradable despertarse con esas noticias. Seguro que muchos en el Consejo estarán preocupados ―dijo Taras, tratando de hacer como que no sabía nada.

      ―Seguro que son rumores y habladurías. Siempre están con lo mismo ―respondió Ankar, tajante. Parecía deseoso de acabar la conversación y volver a lo que estaban haciendo antes de que llegara.

      ―Ankar, ¿y si es cierto? ―Regina, que no tenía tanta prisa por volver a su negociación, se giró hacia su compañero―. Esto lo cambiaría todo.

      ―¿Cómo? ¿Porque venga el novato este y nos cuente cualquier tontería te lo vas a creer?

      ―Cálmate, no he dicho eso ―le espetó ella, molesta―, pero desde luego, es una opción que debemos considerar antes de seguir adelante.

      ―Regina, ¡seguro que se lo ha inventado!

      Taras se sintió un poco cohibido al verlos discutir delante de él abiertamente sobre si estaba o no