Martha Ardila

Elementos históricos, políticos y militares para comprender las relaciones Colombo-Venezolana


Скачать книгу

afirman que las relaciones colombo-venezolanas caracterizadas como inestables se materializaron por la diferencia entre diversos intereses vecinos en la región, pues Colombia como Venezuela nunca lograron establecer una cooperación binacional fronteriza en materia de seguridad y defensa teniendo en cuenta el problema de orden interno colombiano, lo cual evidencia una falta de confianza mutua. Al respecto, Battaglino agrega que sin cooperación la militarización de la disputa se hizo más intensa, mientras que Cardozo hace énfasis en el nuevo relacionamiento entre Juan Manuel Santos y Hugo Chávez, cuyas voluntades presidenciales favorecen la reconducción de los vínculos bilaterales.

      Por otro lado, Ardila (2014) ubica aspectos vinculados con la legitimidad, el liderazgo, la voluntad política, la confianza y el poder suave a considerar para determinar la jerarquía de poder. Dichos aspectos, permiten establecer el grado de diferencias y semejanzas para comprender las transformaciones generadas entre Colombia y Venezuela.

      En resumidas cuentas, las relaciones colombo venezolanas mantienen tres rasgos característicos muy propios: 1) desde una perspectiva constructivista, Venezuela percibe a Colombia como una amenaza, al mismo tiempo que Colombia tiene una similar percepción respecto a Venezuela, predominando la desconfianza mutua; 2) desde el punto de vista del realismo, el poder duro lo desarrolla Venezuela en el ámbito externo, a través de los conflictos con Guyana y Colombia, mientras que Colombia lo despliega a nivel interno, orientado a combatir las guerrillas y los grupos paramilitares; y 3) la desconfianza mutua y la fricción política, han imposibilitado la concertación de políticas de cooperación e integración en materia de seguridad y defensa. No obstante, ambos países solucionen sus controversias por la vía diplomática evitando el uso de la fuerza.

      En conclusión, Colombia mantiene buenas relaciones con la mayoría de países de la región, incluyendo gobiernos ideológicamente diferentes. Parte de la postura que mantiene frente a sus vecinos, se caracteriza por el respeto mutuo de la soberanía y la libre determinación de los pueblos, así como su buena disposición a la integración regional en materia económica y política. Al mismo tiempo, a raíz del conflicto interno armado, Colombia continúa con una relación muy estrecha con Estados Unidos, en torno a una agenda de seguridad común e intereses mutuos, que se extienden a la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.

      El poder lo definimos como la capacidad de obtener lo que uno quiere y, si es necesario, cambiar el comportamiento de los demás para obtener los resultados que uno desea, siendo un concepto que varía y evoluciona hacia formas más complejas e interdependientes. En el mundo de hoy, las dinámicas han mutado y se han desarrollado medios militares que van más allá de sus recursos (tropas, armas, equipo terrestre, naval y aéreo) y la actuación del poder duro. O sea, más allá de la guerra y la amenaza de la guerra. Así, pues, el poder militar es una noción que ha evolucionado a lo largo de la historia, siendo redefinida con mayor relevancia después del período de posguerra, sufriendo una permanente adaptación por parte de los Estados a partir del fin de la guerra fría.

      Lo que es más importante, el poder militar no solo debe ser disuasivo, sino también solidario con la comunidad nacional e internacional, en el mantenimiento de la paz y la ayuda humanitaria ante desastres naturales o antrópicos. En otras palabras, instituciones militares de la defensa nacional y la cooperación internacional con sus respectivas capacidades, al servicio de las operaciones militares distintas de la guerra y la responsabilidad social institucional por medio de diversas acciones inherentes. En síntesis, el poder militar también sirve para ofrecer protección a los aliados y brindar asistencia a los amigos, por medio de la construcción de alianzas y cooperación.

      En consecuencia, si el poder militar no se utiliza coercitivamente, crea las condiciones propicias para que se desarrolle el poder blando5 cuando se trate de “armar agendas, persuadir a otros gobiernos y atraer apoyo en la política mundial” (Nye, 2010, párr. 3). Lo anterior, se complementa con otra variante del poder. Se trata del smart power o poder inteligente, entendido como “la capacidad de combinar el poder duro de la coerción o el pago con el poder blando de la atracción hacia una estrategia exitosa” (Nye, 2007, párr. 3). Esto es, desarrollar tácticas autoritarias o paternalistas, en la medida que las circunstancias así lo ameriten, para lograr materializar los intereses nacionales y alcanzar los fines del Estado.

      Aunado al poder inteligente, aparece otro tipo de poder híbrido mucho más agresivo, que se asemeja al poder blando, pero su objetivo es opuesto. Este poder se denomina sharp power o poder agudo, empleado por los regímenes autoritarios para ejercer influencia en el mundo. El poder agudo consiste en provocar problemas, desorden, confrontaciones, caos e inestabilidad en el país objetivo, o incluso algo peor, conseguir que por miedo o por revancha degrade sus capacidades de generar poder blando, sin arriesgarse o arriesgando lo menos posible. Igualmente, persigue la monopolización de las ideas y la supresión de narrativas alternativas para lograr mantener el control sobre sus propios asuntos domésticos, al mismo tiempo que conforman la opinión pública y las percepciones a nivel mundial (Walker & Ludwig, 2017, pp. 8-10).

      Lo anterior se implementa a través de los mismos mecanismos del poder blando, como la cultura, la educación, el deporte y, predominantemente, la tecnología, pero con una finalidad de poder duro. Esto significa que no busca simplemente atraer o ganar audiencia, sino que lleva intrínseca la intencionalidad de manipular, confundir, dividir y reprimir. Es decir, en regímenes autoritarios, el poder agudo se constituye en la forma más adecuada para calificar lo que tradicionalmente conocemos y entendemos como poder blando. Pero más que ganarse las mentes y los corazones, característica principal del poder blando, los regímenes autoritarios orientan sus esfuerzos para fijar un ‘blanco audiencia’, o público objetivo, al que le manipulan o le envenenan la información que recibe (Walker & Ludwig, 2017, pp. 12-13).

      Partiendo de lo expuesto, la gran diferencia entre el poder blando y el poder agudo, radica en los atributos clave que caracterizan al poder agudo, “la censura, la manipulación y la distracción abierta, en lugar de la persuasión y la atracción” (Walker, 2018, párr. 6) congénita del poder blando. Como salta a la vista, dichos atributos son inherentes a los regímenes autoritarios y, por ende, el poder agudo es de uso exclusivo para aquellos Estados que siguen esa línea, tales como: Rusia, China, Cuba o la misma Venezuela, entre otros.

      Otro aspecto clave de este enfoque es la dependencia existente entre el poder militar y los demás campos del poder, entre los que se destaca el económico, considerado antes en el tercer supuesto de la visión realista. Esto significa que no actúa solo, sino que juega un papel primordial al interactuar con los otros campos. Durante mucho tiempo, los observadores políticos debatieron en torno a si el poder militar o lo económico sería lo fundamental. Desde una perspectiva marxista, la economía se considera como la columna vertebral del poder, mientras que las instituciones políticas son reducidas a un andamiaje que completa su estructura. Esta presunción fue compartida por los liberales del siglo XIX, quienes creían firmemente en la obsolescencia de la guerra como producto de la estrecha interrelación entre el comercio y las transacciones financieras (Nye, 2011, párr. 3).

      Nada más alejado de la realidad, las importantes sociedades comerciales alcanzadas entre países europeos, antes de la primera guerra mundial, no impidieron que esta se desatara dejando a los principales socios Alemania y Gran Bretaña en bandos enemigos (Nye, 2011, párr. 3). Esto no quiere decir que el poder militar siempre sea el fundamental, lo es en la medida que aparezca la guerra como en este caso, sin perder de vista que entrar o no finalmente corresponde a decisiones políticas. Tras este argumento, cobra validez el postulado clausewitziano que define la guerra como “una mera continuación de la política por otros medios” (Clausewitz, 1968, p. 19), pero resulta claro que según el momento y el contexto que se viva, una u otra puede tomar mayor preponderancia. Sin embargo, en cualquier circunstancia, el poder militar contribuye a dar orden a lo político y lo económico, toda vez que en el monopolio de la fuerza reside la seguridad de un Estado, tanto en el ámbito interno como externo, donde el orden internacional es más etéreo.

      No obstante, para el caso venezolano el poder militar es un concepto mucho más complejo que para Colombia,