Martha Ardila

Elementos históricos, políticos y militares para comprender las relaciones Colombo-Venezolana


Скачать книгу

región latinoamericana en la medida que Estados Unidos mantenga su influencia en las inmediaciones de estas dos potencias (Mijares, 2017).

      Complementando lo expuesto, Antoni Kapcia (2011), plantea la creencia de que siempre la ideología en la política exterior es una exclusividad de los países desarrollados más fuertes, mientras que el pragmatismo sería el mejor activo para los países pequeños en vía de desarrollo. Algo similar podría decirse del argentino Carlos Escudé con sus aportes sobre el realismo periférico y la necesidad de construir alianzas con países dominantes.

      No obstante, la política exterior de América Latina se ha configurado a través de perspectivas ideológicas contrapuestas que varían según el gobernante de turno. Chávez generó una fractura en la región debido a su postura contestataria ante Estados Unidos, modificó el comportamiento de relacionamiento frente a este país con un discurso antiimperialista, donde se intentaban abstraer principios ideológicos de izquierda que solo para ese entonces Cuba mantenía y que luego fueron seguidos por Ecuador, Bolivia, Argentina, Nicaragua y Brasil. En este sentido, la creencia de que la ideología en la política exterior está reservada exclusivamente a los países más fuertes y desarrollados, en tanto que el pragmatismo sería el mejor activo para los países pequeños en vía de desarrollo, no es del todo cierto.

      Pero no solo lo ideológico y lo pragmático resulta relevante para el presente análisis. También capacidades duras vinculadas con el poder duro de las relaciones internacionales que nos ha llevado a debatir entre la carrera armamentista y/o las competencias militares en Venezuela.

      Al respecto, Carlos Malamud & Carlota García (2006), se preguntan acerca de “si estamos frente a un proceso de rearme y una eventual carrera armamentista o si solo se trata de la renovación de unos equipos obsoletos” (p. 3). El interrogante surge bajo el indicio de que, en los años 2004-2005, algunos países latinoamericanos han tenido un incremento muy acentuado frente al gasto militar. Es el caso de Chile, con 3.401, Venezuela con 2.200 y Brasil con 1.342 millones de dólares, respectivamente, seguidos de lejos por Argentina con 80 millones de dólares, según cifras del Iiss y el Cadal, durante 2005. Como porcentaje de su PIB, acuerdo base de datos del Sipri, World Economic Outlook 2006, “los países que tienen un mayor gasto militar son Chile (3,8%), Colombia (3,7%) y Bolivia (1,9%), y los que menos son México (0,4%), Argentina (1%) y Perú (1,4%)” (Malamud & García, p. 4).

      Al respecto, llama la atención que países cuyos gobiernos se encuentran alineados a la izquierda continental, se encuentren liderando las compras militares, siendo que se han caracterizado por sus posiciones antimilitaristas y rechazo al aumento de presupuesto para fines bélicos. Es el caso de Venezuela, quien argumenta que sus compras obedecieron al proceso de reposición del material viejo que ya cumplió su vida útil y la necesidad de luchar contra el narcotráfico y los grupos de paramilitares que delinquen en la frontera con su vecino Colombia (Malamud & García, pp. 6-7).

      La diferencia entre Chile y Venezuela, en las compras, está en que el primero invirtió en tecnología de la cual carecía y, el segundo, en armamento y equipo para armar a la población que se incorporará como milicias bolivarianas, dentro de su doctrina de guerra asimétrica y con el fin de prepararse para una guerra irregular; Brasil, para controlar la Amazonía; Colombia que hizo compras por 3,4% de su PIB, para suplir las necesidades que le implica atender el conflicto interno; y Argentina para financiar su reforma militar de largo plazo. Concluyen que si bien no es una carrera armamentista a la altura de las grandes potencias, se ha demostrado que en la región existe una firme intención de comprar armas, así la intencionalidad no sea del todo clara. En síntesis, Malamud & García, identifican una creciente adquisición de equipamiento militar por parte de Chile, Brasil, Argentina, Venezuela y Colombia. Si bien no corresponde a una dinámica generada por una carrera armamentista, destacan que la mayor parte de la inversión fue realizada por Venezuela, un país que mantiene una fricción con Colombia debido a las dinámicas derivadas del conflicto armado (Malamud & García, p. 20) y del diferendo fronterizo. Adicionalmente, Gustavo Emmerich (2008), haciendo un balance del gasto militar, sostiene que el crecimiento de los gastos militares sudamericanos desde la década de los años 90, responde a una tendencia global que inevitablemente se encuentra articulada con aspectos ideológicos.

      Lo anterior, desde una visión realista de las relaciones internacionales, responde al hecho de que la dinámica de rearme hace parte del balance de poder, un crecimiento acelerado histórico que no se había presentado en la región.

      FIGURA 1. GRÁFICO GASTO MILITAR EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

image

      Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del Sipri (2020), en mm de dólares a precios de 2017.

      En consecuencia, al igual que Malamud y García, Emmerich califica el aumento acelerado que se presenta en Sudamérica como una carrera armamentista en desarrollo y la atribuye a tres razones. La primera, a las disputas territoriales y de límites que históricamente se han dado en la región entre Chile con Perú y Bolivia, Perú con Ecuador, y Colombia con Venezuela. La segunda, obedece a diferencias ideológicas y políticas entre los países del hemisferio, incluyendo a Estados Unidos, destacando tres grandes bloques de gobiernos: 1) Izquierda radical y anti estadounidense, conformado por Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba. 2) Gobiernos de izquierda moderada, los que procuran relación amistosa con Estados Unidos y propician cambios internos: Argentina, Brasil, Chile, Panamá, Perú y República Dominicana. 3) De centro o conservadores, los que están alineados con Estados Unidos, básicamente Colombia, México (de entonces) y la mayoría de los países centroamericanos. La tercera razón se encuadra en el “efecto espejo”, que son las compras de armamento que un país realiza impulsado por la de otro u otros países, buscando que sea del mismo tipo o mejor (también aplicable a los vendedores o proveedores de armas). Por tanto, concluye que es una carrera armamentista modesta, pero preocupante frente a la perspectiva militar y geopolítica que se da en Sudamérica, ya que aumenta las tensiones. También, que los recursos bien podrían aprovecharse para el desarrollo económico y social de la región (Emmerich, 2008, p. 263).

      Lo anterior se ratifica con el análisis realizado por el Laboratorio de Paz Venezuela (2010), utilizando cifras del Sipri, acerca de la transferencia de armas a América Latina, en el que se demuestra que entre 1980 y 2010 Venezuela ocupó el segundo puesto, detrás de Chile, como el país de la región que más gastó en compras de armas, ascendiendo a un monto de 6.934 millones de dólares. De ese total, 3.472 millones de dólares se destinaron a la adquisición de aviones de combate (casi el 50%), seguido por 1.727 millones en buques de guerra y 676 millones de dólares en misiles.

      Sin embargo, al examinar las estadísticas del Sipri (2018) para el período 2012-2016, la adquisición de armas cayó en un 30% en el Cono Sur, pero continúa siendo la región del continente que más recibe importaciones con un 46%; Venezuela destaca como el mayor importador de armas en América del Sur, no obstante la caída en los precios del petróleo. Las compras provinieron de Rusia que vendió el 34% del material bélico adquirido en la región, seguido de Estados Unidos con el 16%, y Francia con el 8,1%. Evidentemente, se registró un aumento significativo del equipamiento militar en América del Sur durante el período 1980-2010, de acuerdo con las configuraciones en la geopolítica del hemisferio que se estaban generando en el escenario regional. También, es cierto que durante ese período no se registraron confrontaciones armadas interestatales, pero sí se generó un ambiente de inestabilidad acompañado por un discurso belicista de países como Venezuela.

      En contraste con los anteriores autores, Arlene B. Tickner (2009) sostiene que la región es una de las más pacíficas del mundo, debido a que los Estados suramericanos no se consideran adversarios entre sí; de ahí que las percepciones de inseguridad y amenaza existente entre los países es muy baja. En dichas circunstancias, Tickner considera improbable una carrera armamentista en Suramérica o que el rearme que se está experimentando pueda provocarlo, puesto que no existe en la región una relación directa o causal entre los tres factores fundamentales