Martha Ardila

Elementos históricos, políticos y militares para comprender las relaciones Colombo-Venezolana


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en que la región no ha caído en el dilema de seguridad4, por cuanto la lógica de acción y reacción con ocasión del aumento en gasto militar de un país frente a otro tampoco se ha dado.

      Por consiguiente, si bien el aumento del gasto militar desde 2003 ha tenido un aumento del 91%, este se encuentra justificado por la necesidad de modernizar o reemplazar sistemas que han cumplido más de 50 años de uso, como ha sido la situación de Brasil, Chile y Venezuela, los principales compradores. Hace la salvedad sobre las compras realizadas por Colombia argumentando su disputa territorial pendiente con Venezuela, así como la de Perú y Bolivia en menor escala con Chile. A lo expuesto por Tickner, cabe agregar que el caso de Colombia ha obedecido también a la inaplazable renovación de armamento y equipo, principalmente por el conflicto interno, sobre todo en lo que a repotenciación y modernización de aeronaves, artefactos navales y equipo terrestre se refiere. La perspectiva de Tickner se encuentra acorde con los planteamientos de Malamud & García (2006), quienes sostienen que el fortalecimiento de las capacidades militares responde a una búsqueda de balance de poder, en lo referido a la adquisición del equipamiento militar por la existencia de asuntos fronterizos no resueltos. Esta interpretación, mantiene una concepción realista del poder duro y permite generar un nuevo punto de partida que invita a analizar con mayor precisión el contexto coyuntural entre los países.

      Aunado a lo anterior, Jorge Battaglino (2010) argumenta que las compras que se hacen en la región, distan de la real dimensión del concepto de rearme cuyo significado histórico, además de ser muy preciso y específico, está directamente relacionado con una percepción de gran amenaza entre Estados y la presencia de una inminente guerra. Dicha amenaza posee como características esenciales el incremento del gasto militar, al igual que el aumento significativo de tropas y equipo de guerra, las cuales son fundamentales para determinar la existencia del fenómeno del rearme. Tampoco existen instituciones colectivas que propendan por la resolución de conflictos o que de existir sean ineficientes o fracasen, la compra de material bélico por parte de un Estado para reponer lo que ha perdido en una guerra o la cultura militarista que entraña un país cuando inicia el proceso de rearme.

      Battaglino coincide con Tickner (2009), en cuanto descarta una eventual carrera armamentista en la región. Esta aseveración se sustenta en el hecho de que dicho concepto se enmarca en un indicador clave con un sentido metafórico de acción y reacción. En otras palabras, el papel que juegan las compras de armamento y equipo entre dos Estados en términos de interdependencia, con dos atributos bien definidos: rapidez y reciprocidad.

      En consecuencia, por este solo indicador es posible descartarla en Sudamérica desde el año 2000. Consistentemente, las razones para el reciente incremento de compra de armamento obedecen más bien a otras dinámicas, tales como: competencia militar, mejorar la posición estatal sin asegurarse ventaja decisiva, mantenimiento del statu quo o modernización disuasiva, entre otras. Así las cosas, sobredimensionar las compras de armamento en la región, elevándose al concepto de rearme implica riesgos de carácter político que lleve a decisiones equivocadas en materia de seguridad y desarrollo, adquiriendo material y equipo de guerra cuando realmente no existe fundamento para hacerlo. Ello contribuye a crear una idea distorsionada de una región que ha sido tradicionalmente pacífica.

      Finalmente, Alejandro Hristodulopulos (2010) corrobora lo argumentado por Tickner y Battaglino, sosteniendo que en Sudamérica no existe una carrera armamentista, en términos clásicos, sino una modernización y mejoramiento del armamento. Esto se explica por la falta de entendimiento, en la forma como se comportan las compras y las razones por las cuales se originan; estas se pueden dar por el interés nacional o ante la presencia de amenazas, como un mecanismo de política exterior. Durante el proceso de indagación, se encontró que las motivaciones para las compras de armas en los cuatro países estudiados son diversas, según sean sus objetivos: actualizar o modernizar capacidades militares (Chile), atender las amenazas a la seguridad interna (Colombia), prepararse para una posible invasión de los Estados Unidos (Venezuela), dinamizar la industria militar y mejorar su posición internacional o ejercer liderazgo en la región (Brasil). Sin embargo, ninguna supone la respuesta a las adquisiciones de los países vecinos, por constituir una amenaza mutua a su seguridad. Tampoco encontró que los sistemas y equipos de guerra fueran equiparables entre sí, más bien varían de acuerdo con sus objetivos, al igual que los dispositivos militares. En consecuencia, no se entra en la definición tradicional de carrera armamentista, en torno al mecanismo de acción-reacción, por cuanto estos países no están buscando la superación recíproca de las capacidades militares (Hristodulopulos, 2010, pp. 4-5).

      Otro hallazgo tiene que ver con dos aspectos fundamentales para entender esta dinámica de rearme en la región: por un lado, las fuertes dictaduras que se dieron en gran parte de América del Sur, lo cual generó las desconfianzas naturales de la sociedad civil hacia el sector militar; por el otro, la redemocratización surtida en los países sudamericanos que habían sido objeto de las imposiciones dictatoriales, trajo consigo la necesidad de introducir reformas al interior de las fuerzas armadas después de la guerra fría. Frente al primero, dio lugar a un rezago del estamento armado por la reducción en el gasto militar, a lo cual se le sumaron las restricciones al gasto público por las reformas neoliberales, el fin de la guerra fría y la disminución en las importaciones de armas, desde 1979, mediante la moratoria en la venta de armas con alta tecnología por parte de Estados Unidos a los países latinoamericanos. En cuanto a lo segundo, se restablecieron en unos casos y se normalizaron en otros, las relaciones civiles militares que habían quedado rotas o deterioradas por las dictaduras. Esto fue favorecido por el fin de las crisis económicas que afectaron profundamente a la región en 1997 y en el 2000. También, por la necesidad de afrontar las amenazas no tradicionales y nuevas amenazas, especialmente las relacionadas con el narcotráfico, el terrorismo, tráfico de armas y la atención de desastres, entre otras.

      Ante este panorama es que se encuentra Sudamérica, en un período de recuperación, sin dejar de lado las rivalidades propias de las diferencias políticas e ideológicas, o la pugna por límites territoriales que caracterizan las relaciones internacionales en la lucha constante por el mantenimiento del poder en términos de soberanía y seguridad. Hay que agregar también, otros indicadores que al hacerse visibles contribuyen a concluir que en la región no hay una carrera armamentista: 1. No existe evidencia que el aumento del gasto militar de Brasil, Chile, Colombia y Venezuela, en los últimos 7 años, se pueda mantener constante y sostenible en el tiempo venidero; 2. Las circunstancias de favorabilidad económica y la voluntad política, son condicionantes que estimulan las compras de armamento; 3. El gasto en defensa, requiere implementación a largo plazo. Las compras no se materializan inmediatamente, requieren de gente entrenada, capacitada y la compra de paquetes especiales en el exterior para la operación de sistemas altamente sofisticados.

      En conclusión, se presentan dos perspectivas articuladas a la concepción teórica realista del poder: la naturaleza competitiva de los países por su supervivencia y la búsqueda de generar un balance de poder. Por una parte, la concepción ortodoxa de los autores que registran una carrera armamentista entre 1980-2010, materializada en la adquisición de equipamiento militar para obtener superioridad estratégica. Por otra parte, una concepción moderada, la cual niega que se haya dado una carrera armamentista, argumentando un progresivo aumento de la capacidad militar en la región como producto de las dinámicas propias de los países tras finalizar la guerra fría, la necesidad de actualizar material de guerra obsoleto, potenciar su armamento y también por los problemas limítrofes pendientes en el vecindario. En una u otra perspectiva, dentro del concierto de las relaciones internacionales regionales, se pone de manifiesto el poder duro como fuente natural y tradicional para la generación de disuasión estratégica. Es decir, evidencia la relevancia que cobra el poder nacional radicado en los medios militares y económicos, en procura de alcanzar intereses nacionales. En todo caso, el problema no radica en el monto destinado al presupuesto en defensa y gasto militar que haga cada país, ni al equipo bélico que se obtiene y posee, sino a la real intención que se tenga en términos políticos y estratégicos, lo que a la postre se constituye en la verdadera amenaza.

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