Sergi Bel

El libro de Shaiya


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abrasada, notando toda la musculatura de mi cuerpo tensa como si en cualquier momento fuera a romperse.

      Extenuado hasta quedarme sin aire en los pulmones, mi cuerpo, como si de un edificio se tratara, colapsó y, con él, mi mente, cayendo desmayado sobre el colchón.

      Capítulo 4

      La primera ceremonia de ayahuasca

      Ya era pleno día y los pájaros inundaban mis oídos. Abrí los ojos poco a poco como un recién nacido. Noté el profundo dolor de mi garganta completamente irritada y seca. El colchón mostraba manchas húmedas de algo que deduje por el olor eran restos de la noche anterior. Me tranquilizó sentir que el dolor de barriga había desaparecido por completo y apartando la mosquitera me incorporé. En la mesa habían dejado una jarra con un líquido amarillento y un vaso. Estaba sediento y me lo arrimé a la nariz. No olía muy bien y tenía unas notas de amargor parecidas a las del té verde, pero podría ayudarme a calmar el escozor del cuello, pensé. Me llené un vaso y bebí; su sabor no era tan malo y repetí.

      Estirándome como buenamente pude por mi falta de práctica sobre la hamaca, decidí meditar sobre lo sucedido la noche anterior y todo aquello que había aflorado en mí. No sé si todos los participantes de la ceremonia sufrieron lo mismo que yo al llegar a sus respectivas palapas, pero la verdad es que no me pareció escuchar a nadie. Al atardecer volvería a celebrarse otro trabajo, este ya con la conocida Madrecita, Abuelita, Yagé o Ayahuasca entre otros muchos nombres, según el círculo desde el cual se habla de ella. Esta es una bebida utilizada ancestralmente en el Amazonas a partir de la combinación de una liana y un arbusto que, cocinados cuidadosamente, producen una sustancia que tras ser ingerida permite trascender tu propia naturaleza y ascender en comprensión y saber. En quechua, Ayahuasca significa «soga del espíritu o soga de la muerte», porque según este pueblo dicho elixir permite que el espíritu de una persona abandone su cuerpo sin que este haya muerto.

      Antes de decidirme por iniciar esta experiencia había leído extensamente sobre el brebaje y sus posibles efectos, así como situaciones que podría vivir, pero no conseguía tranquilizarme ante la sensación de que me aproximaba a un mundo completamente desconocido. Teniendo en cuenta cómo acabó la noche anterior, la idea de estar bajo esas circunstancias me preocupaban profundamente en aquel momento.

      Balanceándome suavemente me relajé intentando convencerme de que todo aquello tenía un sentido y una finalidad, aunque por ahora no fuera capaz de verla. Me repetía constantemente que solo estaba empezando, aún quedaban muchos días por delante. Me centré en la fragancia de la vegetación y en la tierra húmeda que mis sentidos captaban intensamente, llenando mis pulmones varias veces en el intento de recargarme de energía vital para superar la intranquilidad que me invadía.

      Sin darme cuenta, las horas transcurrieron entre pensamientos y la luz solar empezó a disminuir hasta ser incapaz de cruzar entre tanta arboleda. Casi me caigo de la hamaca cuando el sonido del cuerno en la lejanía sacudió bruscamente mi traspuesto corazón.

      Suspiré profundo, me levanté y me vestí de nuevo con el traje ya no tan blanco y, dubitativo, tomé el caminito hacia la casa de las ceremonias; dejé las botas a la entrada y, observando que todos ocupaban el mismo lugar que el día anterior, me senté en el mismo sitio. Don Pedro estaba disponiendo de nuevo todos los enseres encima de una tela arcoíris. A su lado lo acompañaba un indígena de unos dieciséis años que lo ayudaba atentamente a que todo estuviera correctamente dispuesto, probablemente un hermano de las chicas. Don Pedro se dirigió a nosotros con su típico tono.

      —Hoy empezaremos el viaje del alma hacia los otros mundos, los mundos donde uno puede sanar el espíritu. Lo haréis de la mano de la sabia Ayahuasca, también conocida como la «Abuelita», una medicina tradicional de la Amazonia. Esta se compone por la decocción y reducción de Banisteriopsis Caapi, conocida propiamente como Ayahuasca y la Psychotria Viridis, de nombre común, Chacruna. Su mezcla es la que nos permite elevarnos a estos mundos trascendentales.

      »Dejaros fluir hasta las profundidades de vuestro ser para conocer aquello que de lo que hay que tomar consciencia. El trabajo durará unas ocho horas y se realizará con la energía de esta hermosa noche que en breve nos abrazará. Que Dios os bendiga y que la Luz os acompañe.

      Isabel, la chica española, levantó la mano para hablar. Me sorprendió que don Pedro iniciara la ceremonia porque todavía faltaban dos participantes.

      —Estimado don Pedro —dijo—, quiero expresar mi preocupación porque en la noche anterior estuve escuchando muy cerca los rugidos de lo que parecía ser una fiera, creo que un jaguar, y según tengo entendido viven por estas zonas selváticas.

      —No tiene de qué preocuparse, todos los animales, insectos y plantas que viven con nosotros y en nuestro entorno son conocedores de los procesos que aquí realizamos. Ninguno de ellos os molestará, puesto que es un rito sagrado —dijo el chamán mirándome sutilmente, entendiendo qué clase de animal era aquel que por la noche rugía en las cercanías.

      Don Pedro anunció también, con cierta decepción, que una de las parejas había decidido abandonar la experiencia, sin expresar nada más al respecto.

      «Espero que no les pasara nada malo intentando abandonar rápidamente ese tipo de sensaciones», pensé.

      Encima de la tela, unos minerales, huesos, botellines pequeños de varios colores, plumas, flores y en el centro un vasito de color dorado, advirtiendo que todo era diferente a lo que había visto en la ceremonia anterior, deduje que cada cosa tenía su energía concreta y por ello unos objetos son más idóneos para unos procesos que para otros.

      El chico le entregó un gran pacheco que don Pedro encendió inhalando con fuerza. Al exhalar el humo silbaba lo que reconocí como un icaro, un canto sagrado que utilizan los chamanes para rituales de sanación espiritual y generalmente se silba, aunque también hay versiones cantadas con letras muy simples, pero de gran fuerza cuando uno está bajo esos estados. El joven, sentado al lado de don Pedro, le entregó una botella llena de un líquido oscuro, mientras aquel siguió silbando y soplando el humo sobre la botella, al tiempo que la abría y, vertiendo un poco en el vasito dorado, se lo acercó, susurró algo en él, miró a su izquierda y empezamos a levantarnos por orden como el día anterior.

      Isabel, a falta de la pareja que se había ido, estaba en la toma justo por delante de mí. Cuando ella se levantó, me senté ante don Pedro que cogió el vasito dorado y lo llenó de la sustancia oscura y espesa, mientras soplaba el humo encima. Silbando, se lo acercó a los labios para decirle algo al tiempo que lo reverenciaba y me lo entregó, mirándome fijamente. Hice un gesto de agradecimiento y lo bebí de un sorbo.

      Un desagradable sabor agrio almizclado descendió por mi garganta provocándome un profundo escalofrío. Era como si hubiera bebido un chupito de petróleo que parecía recorrer todo mi cuerpo.

      Volví a mi lugar cuando don Pedro empezó a silbar un icaro y su ayudante dispuso un cubo al lado de cada uno. Inmediatamente colocó velas blancas en el centro de la palapa, en círculo, y las prendió.

      Ya era noche cerrada, el sonido de la selva de nuevo había cambiado.

      En menos de quince minutos mi interior empezó a removerse de nuevo. Dios mío, otra vez no, pensé recordando la noche anterior. Tomé consciencia de que aquello no era hierba de dragón, era ayahuasca y su poder infinitamente mayor. Probé de tranquilizarme, respiré profundamente varias veces en un acto de aceptar, resignado, lo que pudiera suceder e intenté relajarme.

      De pronto, sin saber cómo, empecé a sentir que todos mis sentidos se ampliaban más allá de mi comprensión. Con los ojos cerrados, mis oídos eran capaces de percibir el más mínimo sonido entre toda esa multitud, pudiéndolo aislar del resto y ubicarlo espacialmente de forma exacta y precisa; era como si viera a través de los sonidos que penetraban por mis oídos. Pero no solo eso, podía identificar y sentir en mi interior las «conversaciones» que cada uno de esos insectos mantenían con los de su especie; de pronto la selva se convirtió en un lugar lleno de vida consciente que se interrelacionaba entre sí. Ningún sonido era al azar,