Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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lo que se le pedía, y después de un breve reposo envolvió tres sortijas y, acompañada por amas y doncellas, hizo una visita a Xifeng y estuvo unos momentos charlando con ella antes de pasar a saludar a Li Wan en el jardín. Después de estar un rato conversando con ella, marchó al patio Rojo y Alegre en busca de Xiren.

      —No es necesario que me acompañéis todas —dijo a las amas y doncellas—. Id a visitar a vuestros amigos y parientes. Me basta con que Cuilü venga conmigo.

      De modo que las dos se quedaron solas.

      —¿Por qué no ha florecido aún el loto? —preguntó Cuilü.

      —Todavía no es el tiempo.

      —Su loto es como el de nuestro estanque; tiene flores dobles.

      —El suyo no es tan bueno como el nuestro.

      —Mire, señorita, allí tienen unos granados con cuatro o cinco ramas una sobre otra. Le habrá resultado difícil crecer así.

      —Las plantas son como los seres humanos. Crecen bien cuándo están llenas de fuerza vital.

      —No lo creo. —Cuilü sacudió la cabeza—. Si hombres y plantas son iguales, ¿por qué nunca he visto a un ser humano con una cabeza creciendo sobre la otra?

      El comentario de la muchacha hizo sonreír a Xiangyun.

      —¿Nunca puedes estar callada? ¿Cómo podría explicártelo? Todas las cosas que hay entre el cielo y la tierra nacen de los principios del yin y el yang, así que bueno o malo, insólito o maravilloso, todo ser depende de la influencia favorable o desfavorable de estas dos fuerzas. Esto se aplica incluso a los fenómenos más extraños.

      —¿Quiere decir que desde el inicio de los tiempos todo ha sido yin o yang?

      —Qué tontería —repuso Xiangyun sin poder contener la risa—. ¿Cómo podrían existir tantos yin y yang? Yin y yang son la misma cosa. Donde uno termina el otro comienza. No es que cuando se agota un yang se presente un yin, o al revés.

      —Todo esto me parece un gran embrollo —se quejó Cuilü—. ¿Cómo son el yin y el yang? ¿Es que no tienen forma, señorita? Dígame a qué se parecen.

      —Son simplemente fuerzas naturales, pero dan forma a todo lo que penetran. Por ejemplo, el cielo es yang y la tierra yin; el agua es yin y el fuego yang; el sol es yang y la luna yin.

      —Ahora lo entiendo. —A Cuilü se le iluminó el rostro—. Con razón la gente llama al sol «el gran yang» y los adivinos llaman a la luna «la gran estrella yin». Eso lo explica todo.

      —¡Alabado sea Buda! Por fin lo has comprendido.

      —Está muy bien que esas cosas grandes tengan yin y yang, pero ¿qué pasa con los mosquitos, las pulgas y los moscardones? ¿Y qué hay de las flores y la hierba, o de los ladrillos y las tejas? ¿También ellos tienen yin y yang?

      —Sí, también ellos. Por ejemplo, la hoja tiene su yin y su yang. El lado que ofrece al sol es su yang, y el lado que oculta es su yin.

      —Conque es así —dijo Cuilü asintiendo con la cabeza—. Lo entiendo, pero ¿cuál es el yin y el yang de estos abanicos que sostenemos?

      —La parte delantera es yang, y el reverso es yin.

      Cuilü volvió a mover la cabeza en sentido afirmativo y después la inclinó para pensar nuevas preguntas. En ese momento su vista cayó sobre el unicornio de oro que su señorita llevaba colgado del cuello.

      —¿También eso tiene su yin y su yang? —preguntó señalándolo.

      —Por supuesto. En todas las especies animales el macho es el yang y la hembra el yin.

      —¿Y éste es macho o hembra?

      —No lo sé.

      —No importa. Y si todas las cosas tienen su yin y su yang, ¿por qué no los tienen también los seres humanos?

      —¡Largo de aquí, criatura desdeñable! —exclamó Xiangyun escupiendo súbitamente su desagrado—. Estás yendo muy lejos.

      —¿Y por qué no me lo dice, señorita? Lo sé de todos modos, así que no tiene por qué ocultármelo.

      —¿Qué es lo que sabes? —dijo Xiangyun con una risita traviesa.

      —Usted es yang, señorita, y yo soy yin.

      Xiangyun se llevó el pañuelo a la boca y soltó una carcajada.

      —¿Por qué le hace tanta gracia? —preguntó Cuilü.

      —Tienes razón, tienes razón.

      —La gente dice que los amos son yang y los esclavos yin. ¿Acaso piensa que ignoro una regla tan básica?

      —La conoces a la perfección —respondió Xiangyun con una sonrisa.

      Ya habían llegado al emparrado de rosas.

      —Mira, ¿qué es eso que relumbra como el oro? —señaló Xiangyun—. ¿A quién se le habrá caído algún dije?

      Cuilü se apresuró a recoger el objeto y lo guardó en su mano cerrada.

      —Ahora veremos cuál es yin y cuál es yang.

      Dicho lo cual, tomó el unicornio de Xiangyun para examinarlo, pero cuando ésta le pidió que le enseñara lo que llevaba en la mano, la doncella se negó.

      —No puedo dejarle ver este tesoro, señorita —dijo bromeando—. Me pregunto de dónde habrá salido. ¡Qué extraño! Nunca he visto a nadie aquí con este objeto.

      —Déjame que lo vea.

      Finalmente, Cuilü abrió los dedos y Xiangyun vio un espléndido unicornio de oro, todavía más grande y hermoso que el que ella llevaba. Al dejarlo sobre la palma de su mano le asaltó una curiosa idea. Y justo en ese momento llegó Baoyu.

      —¿Qué hacéis aquí bajo el sol? —preguntó—. ¿Por qué no vais a ver a Xiren?

      —Hacia allá vamos —respondió Xiangyun ocultando el unicornio—. Ven con nosotras.

      Caminaron hasta el patio Rojo y Alegre, donde encontraron a Xiren tomando el fresco apoyada contra la balaustrada, al pie de las escalinatas. Cuando los vio llegar se apresuró a dar la bienvenida a Xiangyun y la condujo adentro para que tomara asiento, preguntándole qué había hecho desde su anterior encuentro.

      —Tenías que haber venido antes —comentó Baoyu—. Tengo una cosa hermosa que he estado guardando para ti.

      Y se rebuscó en los bolsillos.

      —¡Vaya! —exclamó contrariado.

      Y se volvió a Xiren preguntándole:

      —¿Guardaste eso que te di el otro día?

      —¿Qué cosa?

      —El unicornio que me dieron el otro día.

      —Todo este tiempo lo ha llevado usted consigo, ¿por qué me lo pide a mí ahora?

      —Lo he perdido —dijo dando una palmada—. ¿Dónde lo habré perdido?

      Ya estaba a punto de salir en su busca cuando Xiangyun intuyó que se estaba refiriendo a su hallazgo.

      —¿Cuándo has conseguido tú un unicornio? —le preguntó.

      —El otro día, y por cierto que no me resultó fácil hacerme con él. No se me ocurre dónde se me puede haber extraviado. Qué estupidez la mía.

      Xiangyun se echó a reír.

      —Menos mal que sólo es un juguete, ¡fíjate en qué