Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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pudo objetar nada, y la llegada de Baochai le dio oportunidad para escabullirse. Con las manos en la espalda, la cabeza hundida en el pecho y suspirando, vagó sin rumbo hasta que se encontró en el salón delantero de la mansión. Bordeaba el biombo que hacía de puerta cuando la mala fortuna quiso que tropezara con alguien que, con un grito, le ordenó detenerse.

      Sobresaltado, Baoyu levantó la mirada y vio que se trataba de su padre. Se apartó respetuosamente, crispado de miedo.

      —¿Por qué vas por ahí lamentándote de esa manera? —le preguntó Jia Zheng—. Cuando Yucun te llamó tardaste un rato en llegar, y cuando por fin lo hiciste no traías contigo nada ingenioso o alegre que decir; al contrarió, tu aspecto era lúgubre. Y ahora te encuentro aquí suspirando. ¿Qué motivos puedes tener tú para lamentarte? ¿Algo anda mal? ¿Por qué te comportas de ésta manera?

      A Baoyu no le solían faltar palabras, pero la muerte de Jinchuan le había afectado tanto que deseaba poder seguirla directamente al otro mundo. No oyó nada de lo que dijo su padre y se quedó allí anonadado, clavado en el suelo. Su silencio estupefacto, tan insólito en Baoyu, terminó por exasperar a Jia Zheng, que no estaba furioso cuando ordenó detenerse al muchacho. Antes de que pudiera decir más fue anunciada la llegada de un funcionario de la casa del príncipe de Zhongshun.

      La noticia sorprendió a Jia Zheng, puesto que no solía tener tratos con ese príncipe. Ordenó que el emisario fuera llevado de inmediato a su presencia, y él mismo salió a su encuentro a darle la bienvenida en el salón de recepciones. Descubrió que se trataba del mayordomo principal de la casa del príncipe, y rápidamente le ofreció asiento e hizo que sirvieran té.

      El mayordomo principal no se anduvo por las ramas.

      —Disculpe lo presuntuoso de esta intrusión —dijo—. El príncipe me envía a pedirle un favor. Si usted lo concede, Su Alteza no olvidará su amabilidad y le quedará infinitamente agradecido.

      Cada vez más atónito, Jia Zheng se incorporó con una sonrisa.

      —¿Qué órdenes me trae de parte del príncipe? —preguntó—. Suplico que me ilumine de manera que pueda cumplirlas lo mejor posible.

      El mayordomo principal esbozó una leve sonrisa y respondió:

      —Señor, usted sólo necesita decir una palabra. Resulta que hay en nuestro palacio un actor de nombre Qiguan, especializado en papeles femeninos. Nunca había creado problemas, pero hace unos días desapareció. Lo buscamos en vano por toda la ciudad sin encontrar rastro, y después iniciamos unas cuidadosas pesquisas. La mayoría de las personas interrogadas confirmaron que desde hacía poco tiempo mantenía vínculos más que estrechos con su estimado hijo, el que nació con un jade en la boca. Claro está que no podemos tomarlo de su mansión sin más, como si se tratara de una casa cualquiera, así que informamos del asunto a Su Alteza, quien declaró que antes perdería otros cien actores que a Qiguan; pues este muchacho, listo y bien educado, es un favorito del padre de nuestro señor, que no puede prescindir de él. Por ello le suplico que pida a su honorable hijo que envíe a Qiguan de regreso, acatando así la vehemente solicitud del príncipe y evitándome a mí la fatiga de una búsqueda infructuosa.

      Y terminó su discurso con una reverencia.

      Alarmado y escandalizado, Jia Zheng mandó llamar a Baoyu, que llegó a toda prisa sin saber de qué se trataba.

      —¡Sinvergüenza! —tronó su padre—. ¡No contento con descuidar tus estudios en casa, te dedicas fuera de ella a cometer perversos delitos! Qiguan está al servicio del príncipe de Zhongshun, ¿cómo se atreve un bribón como tú a llevárselo acarreándome toda suerte de calamidades?

      La noticia consternó a Baoyu, que respondió:

      —No sé nada. Nunca he oído el nombre de Qiguan y mucho menos puedo habérmelo llevado.

      Y rompió a llorar.

      Antes de que Jia Zheng pudiera volver a hablar, el mayordomo principal dijo con una sonrisa sardónica:

      —De nada sirve mantenerlo en secreto, señor. Díganos si se oculta aquí o dónde ha ido. Una rápida confesión nos ahorrará problemas y con ella ganará nuestra gratitud.

      Pero Baoyu volvió a negar que él tuviera cualquier conocimiento de ese asunto.

      —Me temo que lo han informado mal —murmuró.

      El mayordomo se rió con desdén.

      —¿Por qué lo niega si tenemos pruebas? ¿Qué puede ganar obligándome a hablar delante de su honorable padre? Si nunca ha oído hablar de Qiguan, ¿cómo lleva su faja roja a la cintura?

      La pregunta fulminó a Baoyu dejándolo boquiabierto. «¿Cómo lo han descubierto? —se preguntó—. Si conocen tales secretos, de nada vale que les oculte el resto. Mejor será acabar con este asunto antes de que siga soltando la lengua.»

      Entonces dijo:

      —Si sabe tanto, señor, ¿cómo ignora que Qiguan compró una casa con unos cuantos mu de tierra? Me han dicho que está situada a veinte li al este de la ciudad, en un lugar llamado Castillo del Sándalo. Puede que esté allí.

      El rostro del mayordomo se transformó.

      —Allí debe estar, si usted lo dice. Iré a comprobarlo. Si no lo encontramos, volveré para que nos ilumine un poco más.

      Dicho lo cual, se marchó a toda prisa.

      La ira empujaba los ojos de Jia Zheng fuera de sus órbitas. Mientras seguía al mayordomo principal se volvió para ordenar a Baoyu:

      —Quédate donde estás. Enseguida me ocuparé de ti.

      Acompañó al mayordomo hasta la puerta, y cuando emprendía el regreso vio a Jia Huan que corría rodeado de pajes. Tan furioso estaba que ordenó a sus propios pajes que lo apalearan.

      Al ver a su padre, el miedo paralizó a Jia Huan, que se detuvo en seco con la cabeza colgando sobre el pecho.

      —¿Adónde vas? ¿Por qué corres? —rugió Jia Zheng—. ¿Dónde está la gente que debería estar cuidando de ti? ¿Se han ido a divertirse mientras tú deambulas de un lado para otro de esa manera tan desenfrenada?

      Mientras su padre gritaba reclamando la presencia de los sirvientes que debían acompañar a Jia Huan a la escuela, el muchacho vio la oportunidad de distraer su furia.

      —No corría hasta que pasé por delante del pozo donde se ahogó esa doncella. Su cabeza está así de hinchada y su cuerpo está empapado por dentro. La escena era tan horrible que me alejé de allí lo más rápidamente que pude.

      Jia Zheng quedó estupefacto.

      —¿Qué doncella ha podido tener motivos para arrojarse a un pozo? —se preguntó—. Nunca había pasado una cosa así en esta casa. Desde el tiempo de nuestros ancestros hemos tratado bien a nuestros sirvientes; sin embargo, últimamente he descuidado mucho los asuntos domésticos y es probable que los encargados hayan abusado de su autoridad dando lugar a esta calamidad. Si la noticia llegara a divulgarse empañaría el buen nombre de nuestros antepasados.

      Y mandó llamar a Jia Lian, Lai Da y Lai Xing.

      Unos pajes salieron a buscarlos en el mismo momento en que Jia Huan, dando un paso adelante, cogió la manga de la túnica de su padre y cayó de rodillas diciendo:

      —¡No se moleste, señor! Nadie conoce esto salvo la gente de los aposentos de mi señora. Oí a mi madre decir…

      Se detuvo y miró en torno suyo. Jia Zheng comprendió. Lanzó una mirada a los sirvientes que había a ambos lados y éstos se retiraron.

      —Mi madre me dijo —continuó Jia Huan en un susurro— que el otro día el hermano mayor Baoyu se arrojó sobre Jinchuan en el cuarto de mi señora e intentó forzarla en vano. Como consecuencia, la devolvieron a su casa, y ella, en un ataque de pasión, se ha arrojado al pozo.

      Todavía no había concluido y ya Jia Zheng estaba lívido de