mandó retirarse, mientras la mujer apaleada se escabullía llena de vergüenza.
Después de estas palabras, la gente que estaba escuchando detrás de las ventanas volvió rápidamente a sus tareas. Empezó entonces un sostenido flujo de domésticos de ambas mansiones que llegaban a entregar o solicitar pedidos de almacén.
Los sirvientes de la mansión Ning, después de esa demostración de severidad, trabajaron duramente y, por si acaso, no se atrevieron a desatender sus tareas en ningún momento. Pero acabemos con este tema y volvamos a Baoyu.
Aquel día había muchos visitantes y Baoyu, temeroso de que Qin Zhong sufriera algún desaire, le pidió que lo acompañara a visitar a Xifeng. El joven Qin objetó que ella estaría demasiado ocupada para recibir visitas, y consideraría la suya una molestia.
—¿Nosotros una molestia? —replicó Baoyu—. De ninguna manera. Anda, vamos.
Y llevó a Qin Zhong al anexo donde Xifeng estaba comiendo. Al verlos, ella sonrió.
—¡Vaya con los piernas largas! —dijo bromeando—. Venid a comer conmigo.
—Ya hemos comido —le dijeron.
—¿Aquí o en la otra casa?
—¿Comer aquí con estos tontos? —contestó Baoyu mientras ambos muchachos se sentaban—. Comimos en la otra casa con la Anciana Dama.
Cuando Xifeng terminó, apareció una mujer de la mansión Ning con un pedido de incienso y lámparas.
—Te esperaba, pero creía que te habías olvidado —le dijo Xifeng sonriendo—. Habrías tenido que pagar tú misma todo el material y yo habría salido ganando.
—La verdad es que se me había ido de la cabeza, pero hace un momento me acordé y vine corriendo —comentó la mujer mientras se hacía cargo de la tarja.
Después se retiró, y al cabo de un rato la tarja fue devuelta y la cantidad registrada.
—Usáis la misma tarja para ambas mansiones —observó Qin Zhong—. ¿Qué pasaría si alguien falsifica una y huye con todo vuestro dinero?
—¿Piensas que somos una banda de delincuentes? —preguntó Xifeng riendo.
—¿Y cómo no ha venido nadie de nuestra casa con pedidos? —intervino Baoyu.
—Tú todavía dormías cuando vinieron —contestó la mujer—. Pero decidme, ¿cuándo pensáis empezar vuestras clases nocturnas?
—Nos gustaría empezar enseguida, pero van muy lentos en la preparación del gabinete.
—Si os portáis bien conmigo, aceleraré la cosa.
—¿De qué manera? Están cumpliendo los plazos previstos.
—Necesitan materiales para su trabajo. No pueden mover un dedo si les niego la tarja.
Al oír aquello, Baoyu se sobresaltó y acurrucándose ante ella le suplicó:
—Prima, prima querida, dales la tarja para que puedan tener lo que necesitan.
—Baoyu, estoy muy cansada y me duelen todos los huesos —protestó Xifeng—. ¿Es necesario que me agobies así? No te preocupes, acaban de llevarse el papel para tu gabinete. Debes estar loco si piensas que a nuestros sirvientes hay que decirles también cuándo han de pedir algo.
Baoyu no creyó lo del papel, y Xifeng llamó a Caiming para que le enseñara el registro. En ese momento alguien anunció que Zhaoer había regresado de Yaugzhou, y la joven administradora de la mansión Ning ordenó que lo hicieran pasar inmediatamente. Al verla, Zhaoer hincó una rodilla en tierra.
—¿Por qué has vuelto? —le preguntó ella.
—Me envía el señor a decirle que el día tercero del noveno mes, a las nueve de la mañana, murió el señor Lin. El señor y la señorita Lin acompañan en este momento el ataúd hasta Suzhou, y esperan regresar antes de fin de año. He venido a traer la noticia y los saludos del señor, y a pedirte instrucciones a la Anciana Dama. El señor también me encargó que viera si todos estaban bien de salud y le llevara algunos de sus trajes forrados de piel.
—¿Ya has dado la noticia a las otras damas?
—Sí, señora. A todas.
Dicho lo cual, Zhaoer se retiró.
Sin poder contener una sonrisa, Xifeng dijo a Baoyu:
—Ahora tu prima Daiyu podrá permanecer con nosotros una larga temporada.
—¡Pobrecita! Piensa en lo mucho que habrá llorado estos últimos días —exclamó Baoyu frunciendo el ceño y suspirando.
Xifeng estaba ansiosa por recibir noticias de su marido, pero no había querido pedir detalles a Zhaoer en presencia de terceros. Se sentía tentada de volver a casa, pero la retenían asuntos inconclusos y el temor a hacer el ridículo, de manera que tuvo que controlar su impaciencia hasta la noche, cuando citó a Zhaoer para que le diera todos los detalles de la jornada. Aquella misma noche Pinger la ayudó a elegir alguna ropa forrada de piel, luego calculó cuidadosamente lo que podría necesitar su esposo y finalmente, después de haber empaquetado las cosas, se las entregó a Zhaoer advirtiéndole:
—Cuida bien a tu amo fuera de la casa, y no lo enfurezcas. Procura que no beba demasiado y no le hagas el juego proporcionándole mujerzuelas. Si no lo haces así, te quebraré las piernas cuando vuelvas.
Wang Xifeng.
Gai Qi (edición de 1879).
Para entonces ya había pasado la cuarta vigilia, y cuando llegó a la cama no tuvo ganas de dormir. Un momento después amaneció. Se aseó apresuradamente y partió a la mansión Ning.
Ya se acercaba el día del funeral. Jia Zhen se dirigió hacia el templo del Umbral de Hierro acompañado de un geomántico con él fin de inspeccionar el mausoleo e indicarle al abate Sekong, encargado del lugar, la necesidad de que fueran los muebles más finos y los monjes más notables los que recibieran el ataúd.
Sekong preparó una cena, pero Jia Zhen había perdido el apetito. Como se había hecho muy tarde para volver a la ciudad pasó aquella noche en el cuarto de huéspedes, y a primera hora de la mañana volvió para hacer los preparativos del sepelio. Mandó por delante a unos hombres que pasaron la noche en el templo decorando el mausoleo y preparando el refrigerio y la recepción de la comitiva fúnebre.
Xifeng, mientras tanto, había hecho cuidadosos preparativos eligiendo sirvientes, carruajes y palanquines de la mansión Rong que acompañarían a la dama Wang al funeral, más un lugar donde ella misma pudiera estar durante las honras fúnebres.
Como hacía poco que había muerto la esposa del duque de Shanguo, las damas Xing y Wang tuvieron que enviar presentes para el sacrificio y asistir a sus exequias. Luego sé mandaron regalos de aniversario para la esposa del príncipe de Xi’an. Nació el primogénito del duque de Zhenguo y hubo que hacerle un obsequio. Xifeng, por su parte, tuvo que escribir a su casa y preparar más obsequios para que su hermano Wang Ren los llevara consigo cuando volviera al sur. Además, Yingchun cayó enferma y fue preciso llamar a médicos todos los días, estudiar sus diagnósticos, discutir la causa de la dolencia y tomar decisiones sobre recetas. El caso es que, a medida que se iba acercando el funeral, mil y un asuntos quitaron a la atareada Xifeng hasta el tiempo de comer y descansar. Cuando iba a la mansión Ning, la seguían los sirvientes de la mansión Rong; cuando volvía a la mansión Rong, iban tras ella los sirvientes de la mansión Ning. Pero a pesar de tanto ajetreo estaba de buen humor, y, por evitar cualquier motivo de queja, no rehuía tarea alguna. De hecho trabajó tanto día y noche, lo manejó todo tan bien, que no hubo persona de la casa, sin importar su rango, que no quedara impresionada.
Y llegó por fin el funeral. Las dos compañías de actores de la familia y unos cuantos músicos, bailarines y acróbatas, debían desarrollar