Eric Landowski

Presencias del otro


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href="#ua907a4a3-6796-5db9-9602-cb5004196e6c">Capítulo VII: Regímenes de presencia y formas de popularidad

       1. Un espacio escénico

       2. La máscara y la persona

       3. El hombre de acción

       4. El héroe mediador

       5. La vedette y el bufón

       BIBLIOGRAFÍA

       ÍNDICE TEMÁTICO

      Presentación

      

      El discurso de investigación está atrapado en su propia contradicción. Para poder decir qué es lo que busca, tendría que haberlo encontrado ya. Pero si ese fuera el caso, lo único que le quedaría sería callarse, a no ser que se convirtiera en otro discurso, en discurso didáctico por ejemplo, o, por qué no, en discurso promocional. Inversamente, si habla, e incluso si no deja de hablar, es porque su propia finalidad sigue escapándosele en parte. Y claro está, al buscarla, se busca a sí mismo. Se trata, pues, de una doble ausencia (relativa), la ausencia del objeto, siempre en construcción o en reconstrucción, y la ausencia que experimenta en relación consigo mismo, que lo funda y motiva.

      Sin embargo, por la ley del género, llega un momento en que tiene que “presentarse”: nombrarse mostrándose, situarse diciendo de qué se ocupa, en pocas palabras, hacer saber lo que es, como si conociera su propia identidad y como si supiera exactamente lo que hace al enunciarse: como si fuera transparente a su propia mirada y como si estuviera ya totalmente presente a sí mismo. Y por si fuera poco, escoge un título: ¿de qué vas a hablar? —De la presencia, justamente. ¿Y en qué lengua? —En semiótica.

      “Presencia”, sí, pero ¿de qué?, o ¿de quién?, y ¿por qué una “semiótica” de esa presencia? Porque la única cosa que, de una manera u otra, puede sernos verdaderamente presente es el sentido. Jamás somos presentes a la insignificancia.

      Eso es lo que sucede con el tiempo, que “pasa”, y que no lo veríamos fluir si la tensión de una espera o, de cuando en cuando, la irrupción de lo inesperado no viniera a romper su curso creando “acontecimiento”: y entonces, de pronto, el “presente” se hace efectivamente presente, porque una diferencia lo hace significar.

      Y lo que es cierto del ahora, lo es igualmente del aquí. Por supuesto que “ser” es estar necesariamente en “alguna parte”. Yo estoy localizado, y saben dónde encontrarme. ¿Pero estoy ahí realmente? La respuesta no está dada. Porque bien pudiera suceder que ese “aquí” fuera para mí “ninguna parte”, un no-espacio, algo así como esos lugares vacíos que los antropólogos encuentran en el corazón mismo de la modernidad. Después de todo, mi localidad, igualmente, no es, a priori, más que un lugar de paso, que no podría hacer sentido por sí misma. A menos que, semiótico sin saberlo (como M. Jourdain era prosista), yo haya instalado ya allí mis marcas o reconocido mis pistas —una luz matinal, un perfume, una disposición de las cosas—, toda una figuratividad cargada de sentido y por ese mismo hecho convertida en algo familiar, pero que tendré que reinventar si, al viajar, quiero encontrarme presente a mí mismo, por poco que sea, donde quiera que me halle.

      Y lo mismo sucede con las relaciones entre los sujetos. La rutina de la comunicación, que organiza la no-presencia ante el otro, igual que ante sí mismo: —¿Cómo te va? —Así, así; ¿y tú?, solo puede ser sustituida por una forma de presencia del Otro (en general) ante sí, de sí ante el otro (este o aquella en particular), y finalmente, de sí ante sí, por medio de una praxis enunciativa capaz de resemantizar la expresión de las relaciones “inter” y hasta “intrasubjetivas”.

      Por lo demás, si nos interesa el “discurso” (verbal por supuesto, pero también el de la mirada, el del gesto, el de la distancia sostenida), es porque no solamente cumple una función de signo en una perspectiva comunicacional, sino porque tiene al mismo tiempo valor de acto: acto de generación de sentido, y por eso mismo, acto de presentificación. De ahí esa ambición tal vez desmesurada: la semiótica del discurso que pretendemos emprender —la del discurso como acto—, debería ser en el fondo algo así como una poética de la presencia.

      Eso, por lo que se refiere al título. Pero ¿y detrás? Detrás del título, un texto que se apoya en otros textos, en los textos de nuestra cotidianidad, o sea, en una infinidad de discursos sociales y de imágenes, de usos fijados y de prácticas singulares, en cuyo entrelazamiento el sentido se hace y se deshace.

      Tomado de registros muy diversos —rumores, lugares comunes, declaraciones oficiales, escenas callejeras, cartas de amor o de negocios, relatos de viajes y fotografías de moda, artículos de prensa o fragmentos literarios—, el “corpus” aquí explorado, que incluye también la consideración de los espacios de nuestros encuentros ordinarios (la plaza pública, el café, el teatro, el salón, por ejemplo) no es ciertamente homogéneo, y no trata de serlo, como tampoco lo son los caminos que conducen a la presencia.

      Sin embargo, si nos atenemos a lo esencial, existen finalmente a ese respecto tres caminos principales, complementarios entre sí: ¿peirceano sin saberlo? Tales pistas, en todo caso, no serán exploradas en el orden exacto que probablemente hubiera exigido el filósofo. Siguiendo de preferencia (por preferencia metodológica) a los antropólogos y a los lingüistas —de Lévi-Strauss a Simmel, de Benveniste a Greimas—,1 comenzaremos de hecho por aquello que uno esperaría ver aparecer en segundo lugar: partiendo a la búsqueda del Otro (el segundo, el alter ego, el “tú”) antes de preocuparnos del Uno (ego).

      Creemos que hace falta, en efecto, colocar en primer lugar el régimen de alteridad del no-sí(mismo), según el cual los sujetos se identifican recíprocamente (Primera parte. “Identificaciones”), para poder alcanzar después solamente al sí(mismo) (aquel que dice, y que se dice “yo”), y hablar de su presencia eventual a él-mismo (Segunda parte. “Presentificaciones”); a partir de ahí, podrá aparecer finalmente la figura del Tercero, no sin embargo la de un simple “Él” situado a distancia, sino más bien esa forma específica del Otro que tiene por función devolver al sujeto su propia imagen “representándolo” (Tercera parte. “Representaciones”).

      Para efectuar ese recorrido teórico de una manera tal que nos mantenga lo más cerca posible de nuestro objeto, el Otro, y su presencia, nos esforzaremos por no perder jamás el contacto con la dimensión vivida de las relaciones y de los procesos analizados, tal como se articula a través de la producción o de la lectura de los discursos y de las prácticas en situación. Porque sería vano pretender captar las modalidades de la presencia, cualquiera que sea el objetivo, sin contar con la experiencia inmediata de lo sensible, de lo figurativo y de lo pasional ligados al aquí-ahora.

      Sin embargo, a pesar de su inmediatez, la experiencia así considerada no se refugia simplemente en lo inefable. Su actualización está ligada a la articulación de formas semióticas analizables, que se diversifican en función de la especificidad de cada uno de los niveles en que podemos colocarnos para tratar de aprehenderla. Según que se consideren los procedimientos de Identificación, Presentificación o Representación, no son las mismas formas las que regulan la relación con el Otro y las que dan sentido a su presencia; y tampoco es, en superficie, el mismo otro, cuyo modo de presencia enfrentamos en cada ocasión.

      En el primer caso, la figura del Otro es ante todo la