Fermín Cebrecos

Lituma en los Andes y la ética kantiana


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entre nerviosa y aterrorizada, describía el desenlace de la tragedia. Era, sin duda, la imagen de la desolación ante una realidad peruana que los alumnos de entonces habían experimentado de cerca, pero con la que no sería racionalmente justificable que, en el tiempo presente, perdiésemos débito y vinculación.

      A dicha alumna, a todos los estudiantes de aquellos ciclos de verano y a los que, antes y después de esa fecha, tanto en dicho centro de estudios como en la Universidad del Pacífico, escucharon pacientemente, inscritos en semestres regulares, mis lecciones sobre la ética de Kant, les dedico este libro.

      1.

      Marco teórico general

      1. La filiación ilustrada de MVLl

      El ideal, propio de la Ilustración, de una razón convertida en factor determinante de la vida privada y pública es el que lleva a Kant, consciente de su misión pionera, a elaborar una “filosofía moral pura”, o, lo que es equivalente, a proponer una “metafísica” para dirigir el comportamiento (ethos = mores = Sitten = costumbres) humano. También a MVLl le anima, con las obligadas matizaciones que impone un decurso histórico de más de dos siglos de distancia, un propósito parecido.

      Desde luego que no se tiende aquí a afirmar que MVLl ha producido intencionadamente una ética coincidente con la kantiana, sino tan solo dejar en claro que mantiene un vínculo profundo con el movimiento ilustrado de la segunda mitad del siglo XVIII. En efecto, tanto el calificativo de “libre pensador” (freethinker), que la Ilustración inglesa confería a sus adeptos; como el de “filósofo”, en el sentido que la Ilustración francesa daba al término philosophes; o el de “ilustrado” (Aufklärer), con el que la Ilustración alemana designaba a sus seguidores, pueden servir de marco referencial para describir la trayectoria vital (intelectual, política, ética) de MVLl.

      A la Ilustración la espoleaba una fe: liquidar, mediante el esclarecimiento racional, las tinieblas del oscurantismo, expresado como una miscelánea de creencias arbitrarias, lindantes no pocas veces con la superstición (Crítica del Juicio, Ak V, p. 294). Cuatro años antes, en Was heisst: sich im Denken orientieren (“Qué significa orientarse en el pensar”) (1786), Kant había explicado en qué consistía el “pensar por cuenta propia”, idea clave en su artículo sobre el significado de la Ilustración: Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? (1784). Afirma:

      Pensar por cuenta propia implica buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es lo que mejor define a la Ilustración. (Ak VII, pp. 146-147)

      Convertir en principio universal lo que uno encuentra dentro de sí, esto es, querer que la máxima, que es un principio racional subjetivo, se convierta, merced a la intervención de la “buena voluntad”, en un imperativo categórico, había sido también el propósito kantiano en FMC (FMC, p. 106; Ak IV, núm. 421).

      En su Respuesta a la pregunta sobre qué es la Ilustración, redactada por Kant cuando ya había cumplido los sesenta años, se ratifica lo que figuraba en el prólogo a la primera edición de la Crítica de la razón pura (1781): la razón solamente dispensa su respeto hacia “lo que puede resistir un examen público y libre”. Pero dicho examen ha de ser encomendado a un “pensar por propia cuenta”, a un “atreverse a saber” enteramente personal, en el que no cabe que ningún otro usurpe esa función. Sapere aude –la cita de Horacio entresacada de la carta segunda del Epistolarum liber primus– se constituye, ciertamente, en lema de la Ilustración, pero encierra dentro de sí un compromiso que requerirá de un tiempo largo para llevarse a cabo: la Ilustración –escribirá Kant en la Crítica del juicio (1790)– es una “tarea sencilla como tesis, pero difícil y de lento cumplimiento como hipótesis” (Ak V, p. 294). El texto completo en el que se inserta el sapere aude horaciano constituye un testimonio de lo dicho: “Quien comienza está solamente a medias; atrévete a saber, empieza” (dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude, incipe).

      El imperativo “empieza” (incipe) tuvo que comenzar por casa. Herder atestiguaba, en sus Cartas relativas al fomento de la humanidad, que los alumnos de Kant “no recibían otra consigna que la de pensar por cuenta propia” (Sämtliche Werke, XVII, p. 404), pero el punto inicial dio paso a una trayectoria histórica que llega hasta nuestros días y que, en cuanto “Ilustración insatisfecha” (unbefriedigte Aufklärung) y tarea pendiente1, tiene ante sí una travesía no consumada. MVLl se inscribe en dicha trayectoria. Toda su obra es literatura al servicio de un ideal: el del pensamiento libre. Siempre, claro está, cabe interrogarse, en este ámbito, acerca de qué ha de liberarse el pensamiento y en qué ha de fundamentarse su libertad, pero él ha dejado aquí una impronta fácilmente discernible. Cuando en agosto de 1967, creyente aún en el papel justiciero del socialismo, recibió el premio “Rómulo Gallegos” por su novela La casa verde, aseveró que “un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a disentir y opinar en alta voz ya no es un escritor sino un ventrílocuo”. Postulaba, en ese entonces, que solo el socialismo podía, “al asentar las bases de una verdadera justicia social, dar a expresiones como ‘libertad de opinión’ y ‘libertad de creación’ su verdadero sentido”. Diez años más tarde, una vez padecido el desencanto con el “marxismo teórico y real” (Vargas Llosa, 2010, p. 242) y consumada su Kronstadt2, MVLl iniciaba su conversión hacia el liberalismo democrático, pero manteniendo una fe igual de inconmovible en el poder de la palabra.

      También es dable toparse en sus novelas con recreaciones lúdicas (el escritor arequipeño no pocas veces hace gala –nunca estentórea, aunque siempre inteligente– de un sentido “cachaciento” del humor), pero ellas están supeditadas a una literatura comprometida con lo que, en términos más grandilocuentes que su significado, podría denominarse “verdad” y “libertad”. La identificación de MVLl con la palabra-acto de Jean Paul Sartre constituye una deuda de la que jamás abjuró. En consonancia con esta trayectoria, jalonada de hitos procedentes del cristianismo y del marxismo, afirmó en marzo de 1996: “Las ideas –las palabras– no son irresponsables y gratuitas. Ellas generan acciones, modelan conductas y mueven, desde lejos, los brazos de los ejecutantes de cataclismos” (Vargas Llosa, 2012a, p. 139). Y confirmó en 1999: “Sartre escribió que las palabras eran armas y que debían usarse para defender las mejores opciones (algo que no siempre hizo él mismo)” (Vargas Llosa, 2010a, p. 12). Le cupo, en su opinión, a José Ortega y Gasset llevar a cabo magistralmente dicho rol en nuestro idioma (Vargas Llosa, 2012a, p. 12), pero MVLl es consciente de que también él mismo ha de cumplir, como escritor, esta misión. No resulta extraño, entonces, que en La civilización del espectáculo, hablando del periodismo e incorporando en él su propio propósito, sostenga: “Su función es, también, orientar, asesorar, educar y dilucidar lo que es cierto o falso, justo o injusto, bello y execrable en el vertiginoso vórtice de la actualidad en la que el público se siente extraviado” (Vargas Llosa, 2012a, p. 58).

      Cuando expresa que “la verdad es que siempre trato de escribir de la manera más desapasionada posible”, puesto que existe incompatibilidad entre las “ideas claras” y una “cabeza caliente” (Vargas Llosa, 2012a, p. 9), está reafirmando, aunque reconoce que no siempre lo consigue, una suerte de sometimiento de las pasiones a la razón. No se trata, en la creación literaria, de un “dar razón de lo que se dice” (légein) mediante proposiciones lógicas o contrastables empíricamente. Más aproximados a la objetividad están sus artículos periodísticos, entrevistas y ensayos, actividad en la que MVLl funge, muchas veces, de narrador cuasiomnisciente y abre una puerta menos difuminada hacia su teoría del conocimiento y hacia su ética. Puede afirmarse que en gran parte de su producción periodística predomina la casuística moral, y de ella selecciona determinados problemas, emite juicios éticos sobre su materia y trata de justificar racionalmente el porqué de su evaluación.

      Sin embargo, también en sus novelas, de modo indirecto y casi siempre hermosamente camuflado, hay un mensaje racional. MVLl se siente más