Fermín Cebrecos

Lituma en los Andes y la ética kantiana


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de la ambigüedad y diferencia humanas a una teoría aprióricamente verdadera, participa también el marxismo, solo que, implantado sobre una teoría realista del conocimiento, pretende extraer “científicamente” sus postulados desde una experiencia (empeiría) previa. Es probable que la toma de partido de MVLl por el pensamiento marxista se debiese, entre otras causas, a su valoración de la realidad objetiva como fuente primigenia de las ideas. Sin embargo, un posilustrado no podrá desentenderse de lo que significó la experiencia histórica en la valoración de una Ilustración a la que, en concordancia con sus propias exigencias, se le aplicó el arma racional de la crítica.

      Al igual que Kant, MVLl está convencido de que todo conocimiento comienza con la experiencia y, por lo tanto, la disociación de literatura-realidad conduce, como puede verse hoy, a “un mundo autónomo de textos que remiten a otros textos sin relacionarse jamás con la experiencia humana” (Vargas Llosa, 2012a, p. 37). Aunque no es ni se autocalifica de filósofo profesional y, por lo tanto, sería incongruente pedirle aquí precisión analítica, puede afirmarse que la teoría del conocimiento que, de modo más distinguible, actúa en sus textos es una variable del realismo: la de una gnoseología neoempirista que, modelada por Karl Popper, desembocará en un racionalismo crítico. Este empirismo-racionalismo híbrido no basa su verdad en la mostración u ostensión de la experiencia observable, sino en otra experiencia más compleja y menos fácil de definir que los datos sensoriales: la de una vivencia (Erlebnis) de la vida humana que, al ser encapsulada en esquemas ideológicos abstractos, queda reducida y “triturada” en valor y verdad, reduciéndose a una mera “ficción” (Vargas Llosa, 2009a, p. 259; 2012a, p. 37). Para evitar esta relativización, el “deber ser” –declara MVLl– ha de fundamentarse en el “ser” de una realidad humana incapaz de subsumirse en teorías totalizadoras y, más bien, “flexible” y moldeable por la realidad misma (citado en De Cárdenas y Elmore, 2004, pp. 129-130), puesto que si la moral no coincide con las ideas, ello ha de achacarse a una realidad ideológicamente desnaturalizada.

      Admite, en setiembre de 1978, que la abolición de lo real y su correspondiente recreación mediante la fantasía son una “magia” que él practica “con ardor” en su creación literaria, pero que no debe recomendarse en política (Vargas Llosa, 2009a, p. 263). Ningún planteamiento de corte similar puede, en su opinión, apresar integralmente en sus redes teóricas la complejidad de la realidad humana y poner fin, por ejemplo, al sufrimiento social. Reconoce, ciertamente, que el liberalismo democrático (¿podrá interpretarse este como inmune a los extravíos ideológicos?) impulsa la libertad, mientras que el fascismo, el nazismo y el marxismo estaliniano la han hecho retroceder, pero sostiene que ninguna ideología “ha bastado para señalar de modo inequívoco cómo erradicar de manera durable la injusticia, que acompaña al ser humano como su sombra desde el despuntar de la historia” (Vargas Llosa, 2009a, pp. 266-267).

      LA demuestra que la irracionalidad humana puede llegar a extremos en los que la ideología misma desaparece, pero también, por contraposición, abrirá, sin decirlo abiertamente, caminos de salida “ilustrados” a una barbarie que, sin ellos, solo podría convertirse en una aporía permanente. La Ilustración, entonces, no ha podido ser eliminada por el incumplimiento de sus expectativas, sino que sigue vigente en el pensar ético de MVLl.

      3. Las exigencias del pensar por cuenta propia

      En “La literatura es fuego”, discurso pronunciado en la recepción del premio de novela “Rómulo Gallegos” (4 de agosto de 1967), MVLl se refirió a que “nuestras tierras tumultuosas” suministran “materiales ejemplares” para mostrar “que la realidad está mal hecha, que la vida debe cambiar” (Vargas Llosa, 1983, pp. 132-137). Existía, pues, como lo reconoce en 1977, entrevistado por Luis Jochamowitz (2004), “un verdadero festín de razones para ser insumiso” (p. 117). Decidido partidario, en ese entonces, de la Revolución Cubana, anunciaba que era el socialismo marxista, portador de la emancipación y de la justicia social, el que debería constituirse en la liberación de “nuestro horror”. Y añadía: “Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna”.

      No se trata aquí de describir el itinerario –necesariamente oscilante en una mentalidad que, como la de MVLl, se encontraba en formación– de su relación con el socialismo, sino de destacar que, desde su juventud, acertó a ver en él su incompatibilidad con la libertad. En 1966, en una entrevista con Alfonso Tealdo, se declara un “francotirador político”, aunque confiesa ser un socialista “con reservas doctrinarias frente al marxismo”. En 1967, luego de afirmar que “el escritor debe sentirse solidario con las víctimas de una sociedad”, pero que también deberá amar “la literatura por encima de todas las cosas, tal como el auténtico revolucionario ama la revolución por encima de todo lo demás”, asegurará que el socialismo que ambiciona para su país ha de caracterizarse por admitir “la libertad de prensa y la oposición política organizada” (Tealdo, 2004, p. 26; Freyre, 2004, p. 35).

      Su admiración “crítica” a la Revolución Cubana y a su régimen confirman su fe en el socialismo, pero sigue manteniendo, ante él, “ciertas reservas”. En Cuba se ha puesto freno a “la trinidad que tiene oprimida a América Latina”: “el control imperial, la explotación de una oligarquía nativa y la constante amenaza de una casta militar”. Tales logros, empero, no le hacen decidirse abiertamente, en el advenimiento del socialismo, por la vía armada, porque “lo que quiero es servir a la revolución”. Se confiesa “escritor socialista” y adopta, en esta circunstancia, un marxismo ortodoxo: lo importante es que la revolución se realice y, para ello, será el pueblo, “que es el que debe optar por que se supere la injusticia social”, quien marque el camino por seguir. “Creo –recalca– que la solución última a los problemas del Perú es el socialismo”, “un socialismo que nos libre de la oligarquía” (Freyre, 2004, pp. 37-41).

      Esta visión política de 1967 persistirá en el ideario de MVLl en los años posteriores. Sin embargo, emergen en él, reforzándose, la acentuación de un socialismo compatible con la libertad y un sesgo crítico que dicha compatibilidad encarna. En 1971, solidario todavía con la revolución castrista, afirmará:

      El marxismo sigue siendo la filosofía más vigente. En algunos niveles concretos difícilmente podrá ser superado, como su descubrimiento de la función rectora de la estructura económica en todos los otros aspectos de la vida social y en la interpretación de la lucha de clases del instrumento más dinámico de la historia. (Trinidad, 2004, pp. 75-76)

      Pese a ello, lo tilda, por su interpretación de la cultura, de filosofía “incompleta”, “deficiente” y “defectuosa” y califica al materialismo dialéctico de “mecanicista y discutible”. Su adhesión, más bien, a un socialismo libertario y humanista es el que, en 1971, le mueve a hablar, todavía solidario con la experiencia cubana, de un “apoyo crítico y creador” al régimen de Juan Velasco Alvarado (Trinidad, 2004, pp. 75-77; González Viaña, 2004, p. 87).

      En su adiós al marxismo teórico y al encarnado en la historia real, intervino su faceta “romántica”, de la que MVLl nunca se ha desentendido, y que tiene en él, también, enlaces con el surrealismo: la incorporación de lo irracional a la naturaleza del hombre. Declaraba en 1972: “La participación de lo irracional, de lo inconsciente, de lo intuitivo: eso está en un individuo, como su razón y su voluntad” y forma parte de “lo específicamente humano”. Sin embargo, la objetivación, a través del lenguaje, de un mundo en el que lo subjetivo se transforma en ficción, requiere de un contexto real y, paralelamente, de una intervención hegemónica de la razón en el acto creador (Carnero, Barnechea y Sánchez León, 2004, pp. 97-98), convicción que, más tarde, se tornará en requisito esencial de su liberalismo humanista.

      Acorde con ello, la minusvaloración racional que, como causa y efecto de la violencia, acompañará, cual carta de naturaleza, a SL y a la respuesta de la represión estatal, desembocará en MVLl en un decidido sí al humanismo. Señalaba en 1984, a propósito de La historia de Mayta, que “la violencia a partir de cierto momento carece ya de ideología”, esto es, estará huérfana de un asidero