imponen desde ahora algunas precisiones teóricas y terminológicas. Tratamos de articular aquí una semántica de lo continuo, que pueda desembocar en una semiótica de lo continuo, y que sea susceptible de responder por la aparición de lo discontinuo*. En el plano de la expresión, las magnitudes continuas corresponden a lo que Hjelmslev llama los exponentes (acentos y entonación), que pertenecen al orden de la intensidad y de la cantidad, en la medida en que el acento y la entonación pueden afectar tanto la altura y la longitud de los fenómenos (su cantidad o su extensión) como la energía articulatoria (su intensidad).
En nombre del isomorfismo entre la expresión y el contenido, creemos que tenemos que ver, en el caso de las valencias, con gradientes de intensidad (por ejemplo, el gradiente de intensidad afectiva) y con gradientes de extensidad (por ejemplo, el gradiente de la “funcionalidad”, el de los roles domésticos del perro, o el de la jerarquía de los géneros y las especies). La intensidad y la extensidad son los funtivos de una función que podríamos identificar como la tonicidad (tónico/átono): la intensidad, en virtud de la “energía” que hace que la percepción sea más o menos viva; la extensidad, gracias a las “morfologías cuantitativas” del mundo sensible, que guían o limitan el flujo de atención del sujeto de la percepción.
En el espacio tensivo que constituye su dominio de elección, esos gradientes son puestos en perspectiva por la mira y por la captación de un sujeto perceptivo. Dicha orientación de los gradientes en relación con un centro deíctico y con un observador, los convierte en profundidades semánticas. Se trata, claro está, de profundidades que articulan un espacio mental más o menos abstracto, el espacio epistemológico de la categorización, isomorfo con el de la percepción y directamente derivado de él: la profundidad semántica obedece, en efecto, a la misma definición que la profundidad figurativa; solo cambia el grado de abstracción.
Cuando dos profundidades se recortan para engendrar un valor, las llamaremos valencias en la medida en que su asociación, y la tensión que emana de ellas, se convierte en la condición de emergencia del valor. El término gradiente designa el modo continuo de las magnitudes consideradas. El término profundidad indica la orientación en la perspectiva de un observador (que “pone en la mira” o que “capta”).
El término valencia designa una profundidad correlacionada con otra profundidad. Cuando hablamos de la valencia clasemática “mamífero”, hablamos de (i) su pertenencia a una profundidad clasemática, por una parte, y (ii) del hecho de que esa profundidad está correlacionada con otra profundidad, aquella de lo tímico.
Globalmente, las valencias adquieren su definición por su participación en una correlación de gradientes, orientados en función de su tonicidad sensible/perceptible. Es decir, que un observador sensible está instalado en el corazón mismo de la categorización, como lugar de las correlaciones entre gradientes semánticos.
En otros términos, la “caja negra” de la semiótica de las pasiones, a saber, el cuerpo propio del sujeto sintiente, encuentra aquí una definición oblicua inesperada: el cuerpo propio es el lugar en el que se crean y se sienten al mismo tiempo las correlaciones entre valencias perceptivas (intensidad/extensidad).
La correlación que sustenta la definición de perro puede ser presentada en forma de diagrama:
Y en forma de red:
Donde el “perro” del Littré ocupa las casillas afectuoso + cuadrúpedo, mientras que el “perro” del Robert ocupa las casillas mamífero + funcional
El análisis de un valor requiere, por consiguiente, (i) dos gradientes al menos, que, en la medida en que están orientados, funcionan como “profundidades” para el sujeto de enunciación, y (ii) una variación en cada una de esas “profundidades”, que se puede identificar con una variación de intensidad o de extensidad, o mejor, para mantener el isomorfismo entre la expresión y el contenido, con una variación de tonicidad. Cada gradiente incluirá una zona fuerte, o tónica, y una zona débil, o átona. En la medida en que las valencias son graduales y pertenecen al orden de la tonicidad, su correlación es, por definición, tensiva.
Este análisis sumario del valor del objeto muestra cómo se podría enfrentar la tarea de medir las variaciones graduales. El valor constituye la función que asocia las dos valencias, y esas dos valencias (esos gradientes orientados y correlacionados) son los funtivos del valor. La valencia es susceptible de dos análisis: de un lado, es una orientación gradual en un conjunto de magnitudes tónicas o átonas; de otro, la valencia varía bajo el control de otra valencia, en relación con la cual es percibida como asociada o dependiente.
La noción de valencia aporta un correctivo apreciable a la concepción semiótica del valor en la medida en que esta tiene que responder hoy en día a las cuestiones que plantea la semántica del prototipo: en la constitución de una categoría, ¿qué papel juegan lo gradual y lo discreto? ¿Cómo se combinan, en la definición de cada unidad, los rasgos distintivos isótopos y los rasgos de posición jerárquica (hiponimia e hiperonimia)? ¿De qué manera intervienen la diferencia y la dependencia? ¿Cuál es, finalmente, el rol del observador al poner en perspectiva esos rasgos?
Nuestra aproximación es aún muy sumaria para poder ofrecer respuestas satisfactorias a todas esas preguntas. Pero este primer esbozo muestra bien a las claras que antes del cuadrado semiótico, es decir, antes de la categoría estabilizada y discretizada, las valencias y sus correlaciones diseñan el espacio teórico en el que deberían adquirir forma las respuestas esperadas:
• La cuestión de la frontera de las categorías es reformulada aquí en términos de extensidad, pues los gradientes de la extensión son susceptibles de aceptar umbrales, determinados con mayor o menor fuerza.
• La cuestión de la posición jerárquica del prototipo de una categoría corresponde aquí a la profundidad denominada “clasemática”.
• La relación entre los rasgos distintivos, la posición jerárquica y las propiedades que varían en continuidad, es tratada como una función hjelmsleviana: los rasgos distintivos del valor corresponden a la función, y las variaciones extensivas e intensivas de la tonicidad corresponden a los funtivos (las valencias).
• La inscripción del sujeto observador en la organización de la categoría y en la selección de su prototipo, es considerada de pronto como el resultado de las propiedades perceptivas de las valencias (propiedades intensivas y extensivas), puesto que su orientación en “profundidad” es para nosotros el efecto de un sujeto perceptivo que les impone su deixis.
Desde otro punto de vista, al examinar la manera cómo los valores adquieren forma y circulan en los discursos, y también en las macrosemióticas que constituyen las culturas, se da uno cuenta de que la polarización axiológica de las categorías semánticas no es la única propiedad requerida. Además, el carácter atractivo o repulsivo de los objetos y de las funciones no depende únicamente del contenido semántico que está investido en ellos: los universos axiológicos tienen que obedecer previamente a ciertas condiciones de extensidad y de intensidad, de tal suerte que la conjugación de las valencias intensivas y extensivas logren modular el flujo de los intercambios y especialmente su tempo.
Se trata ahora de precisar el lazo existente entre “definición” y “paradigma”.
Reduciendo por comodidad el paradigma a un par de términos, examinaremos la definición de “gato” propuesta por el Micro-Robert: “Pequeño mamífero familiar, de piel suave, de ojos oblongos y brillantes, de orejas triangulares, que araña”.
Dejemos de lado la indicación pequeño, que afecta aquí a la profundidad clasemática, para centrarnos en el gradiente tímico, que se proyecta en profundidad propiamente