Jacques Fontanille

Tensión y significación


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envergadura que son la selección y la mezcla, prefigura uno de los capítulos de dicha semiótica. La selección y la mezcla son susceptibles de variar en términos de tonicidad: la selección es más o menos drástica, y la mezcla, más o menos homogénea. Llegamos así a la red siguiente, en la que se definen cuatro figuras de la cantidad:

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      La articulación semiótica de la cantidad es distinta de la génesis formalizada del número, que desarrollan los matemáticos. Pero hay en eso algo más importante: si se conjugan la cantidad y la intensidad, en ese caso el exceso y la carencia permiten pasar de un régimen tensivo a otro, dentro de cada categoría, es decir, de una valencia a otra:

      • En una semiótica de la selección, el exceso permite ir de “todo” a “alguna cosa”, incluso a “nada”. Tal es la razón por la que hemos dudado al instalar en la primera casilla la nulidad y la unidad: si la selección alcanza su límite, no puede darse ni una sola ocurrencia. La lógica de la selección puede desembocar en el nihilismo integral. Señalemos, sin más, que los grandes ensayos sobre el fenómeno totalitario contemporáneo han demostrado hasta la saciedad que el fondo, o la forma acabada, del totalitarismo era el nihilismo. En la creación artística, esa superación del “todo” por el “nada” corresponde harto bien al “estilo semiótico” de Mallarmé, que se encamina hacia la nulidad, pasando por la inapreciable “rareza” de la unidad singular. En cambio, la carencia permite a nuestro imaginario considerar los comienzos como expansiones, como explosiones, como big bangs, que conducen, según nos dicen, de “nada” a “algo” y de “algo” a “todo”.

      • En una semiótica de la mezcla, el exceso permite, en nombre de la “tolerancia”, de la “apertura”, del llamado “pluralismo”, pasar de la “diversidad” a la “universalidad”. El acento se desplaza de la diferencia (la desigualdad, en este caso) a la semejanza (la igualdad). La carencia, que restablece la “diversidad” a expensas de la “universalidad”, se pone en marcha cuando el fervor de las fraternizaciones entusiastas decae, lo que es cuestión de tiempo, como cualquiera puede sentirlo: el “estallido” no soporta la duración.

      Examinemos ahora la relación entre la valencia y la pasión, considerada restrictivamente como una manera de ser del sujeto. Para descubrir la estructura de las valencias subyacentes a la “pasión”, vamos a doblar uno sobre otro los dos gradientes de la intensidad y de la extensidad, colocando frente a frente una “tensión mínima dividida” y una “tensión máxima indivisa”. Si admitimos que la pasión supone una relación con el objeto y una relación con los otros, dos profundidades son entonces afectadas. La profundidad de la fijación al objeto tiene como términos extremos el apego y el desapego: recurrimos a propósito al término freudiano, pues no se puede negar que el punto de vista económico en psicoanálisis tiene algo que ver con la valencia, en cuanto que modula “energías” semánticas y perceptivas. La pasión dirigida por una “tensión máxima indivisa” elige un objeto exclusivo, mientras que la multiplicación de objetos, disminuyendo las tensiones, se conjuga fácilmente con el “desapego”. La profundidad de la relación con el otro tendría por términos extremos una socialidad restringida, cuyo límite sería una intersubjetividad dual, y una socialidad ampliada, cercado por la “humanidad”, en el sentido de Auguste Comte.

      El “apasionado”, en último término, es “asocial”, o solitario, aunque la respuesta a la pregunta “¿Puede Robinson en su isla tener acceso a la pasión?”, sea delicada de dar, después de las obras de R. Girard, a menos de imaginar que las escisiones modales internas del actor susciten una interacción entre varios roles, instaurando una suerte de diálogo entre “se” y “sí”. En el siglo XVII francés, el “hombre honesto”, es decir, aquel cuyo “trato” es agradable, se colocaba bajo el signo del “desapego”.

      Sin embargo, afirmar que la socialidad del “apasionado” es restringida se puede prestar a confusión: hay que precisar que únicamente la sociabilidad del rol patémico es la que está aquí en juego, pues en el caso de Grandet, por ejemplo, Balzac muestra que, en calidad de avaro, él participa de una socialidad restringida —los avaros se barruntan y se comprenden sin frecuentarse y sin simpatizar entre sí: lo que Balzac llama la “fanc-masonería” de las pasiones—, pero desde el momento en que su avaricia no está directamente comprometida, él participa de una socialidad extendida, puesto que conoce a “todo” Saumur.

      Volvemos a encontrar aquí el lazo de estructura entre la disminución de la tensión y su fraccionamiento. La estructura tensiva de los sujetos “apasionados” se deja aprehender por la conjugación de cuatro valencias: la intensidad, la extensidad, la relación con el objeto y la relación con otro. Asociando en el mismo gradiente vertical la primera y la tercera, en el gradiente horizontal la segunda y la cuarta, obtenemos el diagrama siguiente:

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      El lazo de dependencia entre las valencias propiamente tensivas y las valencias sociales vale también para los actantes colectivos homogéneos: el fanático de ayer, el totalitario de hoy comportan un “apego” extremadamente fuerte y una socialidad que tiende a la “nulidad”, lo cual los conduce a considerar sin importancia la liquidación física de los adversarios que ellos mismos se han creado.

      Finalmente, el juego de las valencias interesa también al tratamiento de los objetos, por más de un motivo; sin embargo, nos limitaremos aquí a las relaciones de compatibilidad entre objetos, tomando como modelo el de la intersubjetividad. También en ese caso, la intervención de los operadores de la selección y de la mezcla permiten formular las articulaciones elementales. En la deixis de la selección, los objetos pueden ser declarados incompatibles o mal combinados. Las diferentes figuras que pueden presentarse dependen igualmente, como aparece de inmediato, de la competencia de un sujeto de la selección o de la mezcla, el cual puede o no puede, debe o no debe reunir o separar los objetos. El cuadrado semiótico correspondiente sería el siguiente:

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      La importancia atribuida a la selección y a la mezcla decide, respectivamente, los ambientes en los que los sujetos se proyectan y se reconocen. Un ejemplo apenas imaginario permitirá fijar estas ideas: en la perspectiva exclusiva de la selección, una biblioteca high tech y una cómoda Luis XV son inconcebibles en un conjunto (son “incompatibles” o en último término, mal combinadas), mientras que, en la perspectiva de la mezcla, la yuxtaposición de esos dos muebles será evaluada y sentida como “muy chic” y como “audaz”, en la medida en que sean considerados como “compatibles”. Los estilos propios de los valores están, pues, determinados por sus regímenes de valencias. Es posible pensar que, en la perspectiva de la mezcla, un salón amueblado completamente en estilo Luis XV o en estilo high tech sería evaluado como “aburrido”, como “desvaído”, por cuanto, en ese conjunto, la mezcla sería nula. Las evaluaciones estéticas y éticas, así como sus correlatos emocionales, indican aquí claramente que las valencias son el soporte de las axiologías, y que la pertinencia de los “estilos” reposa sobre todo en ellas y no en los valores propiamente dichos.

       II

       Valor

       1. RECENSIÓN

      La reflexión sobre el valor presenta en la época contemporánea dos características: la polisemia del término “valor” y la consideración de las repercusiones epistemológicas que se desprenden de esa polisemia. En lo que se refiere a la polisemia, recordemos que nadie pone en duda la existencia de valores económicos, lingüísticos, estéticos, morales…; pero en esos dominios, todo límite depende del uso. Para el amante de la buena mesa, existen indudablemente valores gastronómicos,