“buena dosificación” de los ingredientes seleccionados y por lo mismo, valorizados) y valores de proceso (la adquisición del “toque” requerido, el sentido de una precisa coordinación temporal, etc.).
Pero la especulación sobre el valor, sea desde una perspectiva filosófica, sociológica o semiótica, es de hecho una reflexión sobre los valores, puesto que concierne a la relación que existe entre los diversos órdenes de valores. Para Saussure, desentrañar el rol del valor en lingüística consiste en ponerlo en relación con los valores que llamaremos “agonísticos”, subyacentes al juego de ajedrez2. Por ejemplo, con los valores económicos y, finalmente, con los valores matemáticos. Se puede pensar que esas analogías han debido constituir para Saussure otros tantos criterios de validación de las hipótesis que él adelantó.
Para Hjelmslev, menos interesado que Saussure en esas cuestiones, las aproximaciones que reclaman su preferencia conciernen ciertamente al juego de ajedrez, a los valores económicos y a los valores algebraicos, aunque este último acercamiento es más bien indirecto, puesto que parece tributario de la centralidad que Hjelmslev atribuye al concepto de función, del que conserva sobre todo “el sentido lógico-matemático”. Esa preferencia retoma el “algebrismo” de Saussure.
Para Greimas, esa problemática es doble: se trata de formular una mediación entre los valores lingüísticos, en principio estrictamente diferenciales y “vacíos” de contenido, y los valores narrativos, los cuales en la perspectiva greimasiana, se consideran inmanentes al devenir del sujeto y a su búsqueda del “sentido de la vida”. En segundo lugar, si se acepta que el recorrido generativo declina las diferentes clases de valores: valores correspondientes a las estructuras elementales de la significación, valores modales y temáticos correspondientes a las estructuras narrativas de superficie, valores discursivos, la reflexión sobre los valores viene a confundirse con la de la conversión de los valores de un nivel a otro, y se encuentra en estado inacabado en el desarrollo actual de la semiótica greimasiana.
2. DEFINICIONES
2.1 Definiciones paradigmáticas
El análisis paradigmático de una magnitud semiótica está sujeto a dos dificultades, subestimadas con frecuencia.
En primer lugar, los fundadores de la semiótica europea divergen sobre un punto importante. Para Saussure, en el Curso de lingüística general, gracias al criterio adoptado, a saber, el de la “asociación”, manifiestamente heredado del siglo XIX, un paradigma, contrariamente al sintagma, es abierto:
Un término es propuesto como centro de una constelación, el punto en que convergen otros términos coordinados, cuya suma es indefinida3.
En cambio, para Hjelmslev, en razón sin duda del principio de empirismo y de sus tres exigencias: exhaustividad, no contradicción y simplicidad, el análisis conduce necesariamente a un inventario cerrado:
Cuando se comparan los inventarios obtenidos de esta manera con los diferentes estadios de la deducción, resulta sorprendente observar que su número disminuye a medida que el procedimiento de análisis avanza. (…) De hecho, si no hubiera inventarios limitados, la teoría del lenguaje no lograría alcanzar su objetivo: hacer posible una descripción simple y exhaustiva del sistema que sostiene el proceso textual4.
La semiótica greimasiana, especialmente por el rol federador que le atribuye al recorrido generativo, está de acuerdo con la posición de Hjelmslev, aunque es claro que las diversas tentativas por introducir en los años ochenta nuevos rellanos en el recorrido, lo han convertido parcialmente en inventario abierto de los niveles de articulación. En consecuencia, en los términos de un paradigma no habría más que el contenido encarado por la conmutación: lo que la conmutación despeja es pertinente, pero esa pertinencia es de hecho y no de derecho, mientras las demás magnitudes conmutables no hayan sido igualmente distinguidas y contrastadas.
Hjelmslev toma de A. M. Peskovskij, lingüista ruso de comienzos del siglo, la hipótesis según la cual
Hay términos precisos y términos vagos, y lo que más importa es que, al parecer, un sistema está organizado con frecuencia sobre la oposición entre términos precisos y términos vagos5.
Dicha hipótesis, que presenta el mérito de inscribir la incertidumbre en el sistema, es seguida por otra que señala por adelantado los límites del binarismo: “… todo sistema de dos términos está organizado sobre la oposición entre un término preciso y un término vago”6. Dicho de otro modo, la diferencia, antes de proyectarse en una alternativa, es confrontada con su denegación, si no con su propia desaparición. En La categoría de los casos esa oposición dejará su lugar a la oposición entre término “intensivo” y término “extensivo”:
La casilla seleccionada como intensiva tiene tendencia a concentrar la significación, mientras que las casillas escogidas como extensivas tienen tendencia a expandir la significación sobre las demás casillas, hasta invadir el conjunto del dominio semántico ocupado por la zona7.
No podríamos pasar en silencio el hecho de que G. Deleuze inaugure su reflexión sobre la diferencia con unas consideraciones sorprendentemente parecidas:
En lugar de una cosa que se distingue de otra cosa, imaginemos algo que se distingue de otra cosa y sin embargo aquello de lo que se distingue no se distingue de él.
El relámpago, por ejemplo, se distingue del cielo negro, pero tiene que arrastrarlo consigo, como si se distinguiera de lo que no se distingue. Diríamos que, en este caso, el fondo sube a la superficie sin dejar de ser fondo. (…) La diferencia es ese estado de la determinación como distinción unilateral. De la diferencia hay que decir entonces que la hacemos o que se hace, como en la expresión “hacer la diferencia”8.
Esa reflexión, muy próxima de la concepción “gestaltista” de la percepción, es reformulada en términos semióticos como “primacía de la negación”: el término es ante todo “lo que no es no importa qué” y que de hecho se destaca de lo “no importa qué”. La distinción precedería por derecho a la diferencia; o en otros términos, la independencia como negación de la dependencia precedería a la diferencia.
Una doble obstrucción pesaba sobre la diferencia: (i) los términos de la diferencia están uno y otro determinados; (ii) el contenido de la diferencia es negativo, según la enseñanza de Saussure, pues a los términos solo se les exige diferir uno de otro, sin preguntarse en qué difieren: esta doble obstrucción ha quedado despejada, y ya es posible plantearse cuestiones que hasta ahora estaban descartadas.
Por nuestra parte, hemos optado por situarnos a medio camino entre lo “indefinido” saussuriano y lo “estrictamente definido” hjelmsleviano. Sin embargo, una reflexión sobre las precondiciones de una definición paradigmática del valor ha de tomar en cuenta los dos postulados mencionados por Hjelmslev en los Prolegómenos: (i) la “masa amorfa e indistinta” de Saussure da paso a la postulación de un “continuum no analizado aunque analizable”9; (ii) “… no existe formulación universal, sino solamente un principio universal de formación”10.
No obstante, creemos que es pertinente añadir a la lista de precondiciones las cuatro propiedades siguientes: la disimetría, la orientación, la reversibilidad y la concesión. En relación con la primera, la disimetría surge de la letra misma de los textos de Hjelmslev y de Deleuze, que acabamos de citar: la oposición de base no concierne a los términos polares sino a un “término preciso” y a un “término vago”, a una plenitud y a una vacuidad; en último término, a “algo” y a “no importa qué”. La delimitación inherente a los términos polares no parece que deba ser inscrita entre los primitivos. Hjelsmslev no se pronuncia sobre la cuestión de si el continuum de que se trata está orientado o no, pero amparándonos en Cassirer y en Deleuze, admitiremos que tiene que