La carne móvil, la intencionalidad y la analogía
La envoltura y la forma sensible del Sí
Funciones y recorridos figurativos de la envoltura
Para terminar: despliegue de las dos manifestaciones figurativas
Los dos aspectos de la semiosis
Desarrollo de las figuras de la envoltura y de la carne móvil
II. La huella y la memoria figurativa
La huella como significante de las interacciones pasadas
La huella como significante en busca de su significado
Las figuras del cuerpo y la tipología de las huellas
Formas de la huella en los procesos interpretativos
III. Cuando el cuerpo da testimonio: el ethos del reportaje
Estética, ética y racionalidades discursivas
Cuerpo a cuerpo: percepción de lo específico y firma sensorial
El cuerpo-testigo, superficie de inscripción del mundo recorrido
Historias, creencias, prótesis discursivas y participación en la experiencia
La cadena del viviente en cuanto memoria
IV. La huella del uso y el cuerpo de los objetos
La constitución semiótica del objeto
La pátina o el tiempo de los cuerpos
Efectos temporales: huella y enunciación
La pátina y la ergonomía: la moral de los objetos
La pátina sensibiliza los cuerpos-objetos
Conclusión. Semiótica de la huella
Introducción
Algunos efectos del cuerpo en las ciencias humanas
En el discurso de la mayor parte de las ciencias humanas, el cuerpo es un tema omnipresente desde hace una veintena de años: la historia, la sociología, la poética, la antropología y la filosofía, así como la comunicación y el marketing, entre varias otras, hacen de él un motivo de renovación y de actualización. Sin embargo, esa «encarnación» de las ciencias humanas se presenta con figuras muy diferentes.
Cuando el historiador se interesa por los olores1, es, ante todo, porque pone en perspectiva la historia de las prácticas científicas, y principalmente las de la medicina2, pero también porque su concepción de la historia integra las formas de la socialidad y de la vida colectiva. El cognitivista, al otro extremo de la cadena, se interesa por el cuerpo, por lo esencial, en nombre del realismo neurológico: los esquemas cognitivos están «encarnados» porque adquieren forma en las redes de neuronas, indisociables del cuerpo/carne al cual están inseparablemente conectadas3, y porque es también el centro de experiencias del que han salido. Entre esos dos extremos, para el estudioso de la poesía, el cuerpo es, ante todo, la sede de la experiencia sensible y de la relación con el mundo en cuanto fenómeno4, en la medida en que esa experiencia puede prolongarse en prácticas significantes o en experiencias estéticas. Por lo que se refiere al antropólogo, sabe desde tiempo atrás que el cuerpo es todo eso a la vez: uno de los vectores de la socialidad y de la relación con el otro; el objeto y el soporte de prácticas terapéuticas, rituales y simbólicas; el anclaje principal de las «lógicas de lo sensible» y de las formas de relaciones semióticas con el mundo circundante características de cada cultura.
De hecho, las ciencias del hombre, habitadas permanentemente por el dualismo (cuerpo y alma, cuerpo y mente, cuerpo y espíritu, etc.), tanto si se adhieren a él como si lo rechazan, no han cesado de balancear entre la integración y la exclusión del cuerpo. Sin embargo, esas elecciones no se hacen, como acabamos de sugerirlo, ni en nombre del dualismo ni tampoco en nombre de su contestación monista: el alejamiento del cuerpo, lo mismo que su retorno, es, de hecho, el instrumento de otras decisiones epistemológicas o metodológicas. Por ejemplo, las figuras del cuerpo confirman la pertinencia de las dimensiones sociológicas y antropológicas en las investigaciones históricas, y, por eso mismo, no tienen derecho de ciudadanía si no es en el interior de una corriente metodológica y de una concepción de la historia a la que le otorgue