Jacques Fontanille

Cuerpo y sentido


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hipótesis y modelos «simbólicos»5.

      La cuestión se plantea igualmente en semiótica: ¿en nombre de qué el cuerpo se excluye o se integra? El cuerpo ha hecho un retorno explícito en semiótica en los años ochenta con las temáticas pasionales, con la estesis y el anclaje de la semiosis en la experiencia sensible. En efecto, la cuestión se planteaba en ese momento sobre la articulación entre la semiótica de la acción y la de las pasiones. Si se considera la segunda como un complemento o como una derivación de la primera, difícilmente se evitarán los procedimientos normativos e idealistas, pues, en ese caso, la lógica de la acción parece ser la única racional y bien formada, y las pasiones aparecen o como perturbaciones y disfuncionamientos de las secuencias narrativas, o como sus efectos superficiales y accesorios: una concepción semejante no tiene necesidad del cuerpo; basta con complejizar la teoría de la acción.

      En cambio, si se considera que la semiótica de las pasiones da acceso a un modelo más general, en cuyo interior el de la acción es un caso particular sometido a condiciones y a un punto de vista restrictivos, entonces el cuerpo sensible se encuentra en el corazón mismo de la teorización semiótica y regula el conjunto de su organización conceptual. En ese caso, nos obliga a revisar en profundidad la teoría semiótica, a extraer condiciones de pertinencia y a definir los límites de los diferentes campos de racionalidad que la constituyen, principalmente para poder reconsiderar el lugar que ocupa el cuerpo en la semiosis.

      Pero no podemos quedarnos en ese argumento redundante: si hay pasiones en semiótica, hay necesariamente un cuerpo semiótico. Porque la verdadera ganancia teórica y metodológica de la semiótica de las pasiones no es el «retorno del cuerpo» o la pretendida semiótica de lo continuo, sino más bien la sintaxis pasional, la constitución de secuencias de patemas (derivadas, a su vez, de la sintaxis modal), resultado científico bien identificado y reconocido por todos los semiotistas, a cuya medida el tema del cuerpo hace figura de «ritornelo» demasiado conveniente. Si una reflexión semiótica sobre el cuerpo es deseable, no es para confirmar una semiótica de las pasiones, sino más bien para abrir nuevos dominios de investigación, y un nuevo dominio será, para nosotros, el de la semiótica de la huella.

      El cuerpo había sido excluido de la teoría semiótica por el formalismo, y sobre todo por el logicismo que prevalecía en la lingüística estructural de los años sesenta, aunque también en la teoría de la acción, cuyas deudas respecto de la lógica formal, y hasta de la teoría de los juegos, son bien conocidas. Podemos tomar aquí dos ejemplos de motivos teóricos en los que el hecho corporal cumplió un rol discriminante: el de la función semiótica elemental y el del recorrido generativo.

      La evolución de la definición de la función semiótica es, a este respecto, muy significativa; en la tradición inspirada en Saussure y en Hjelmslev, la relación entre las dos faces del signo o entre los dos planos del lenguaje es siempre una relación lógica, cualquiera que sea la formulación: necesaria o arbitraria, según el punto de vista adoptado, o de presuposición recíproca. Este tipo de relación prescinde de operador; se constata después, una vez que el signo ha quedado estabilizado o el lenguaje instituido, que el significante y el significado, la expresión y el contenido, se hallan en relación de presuposición recíproca. No se ve, pues, la necesidad de preguntar por el operador de esa relación, y tampoco, por tanto, por el rol de la enunciación, y menos aún por el papel del cuerpo en todo ese proceso. En Saussure mismo, simbolizada por una línea horizontal entre el significante y el significado, la relación constitutiva del signo está, por definición, desencarnada. La posición de Hjelmslev es algo más vacilante, pues insiste, en varios lugares, sobre el hecho de que la distinción entre plano de la expresión y plano del contenido es puramente práctica, que no tiene valor operativo, que depende del punto de vista del analista y que, por consiguiente, es fluctuante. La relación de presuposición recíproca expresa, pues, de hecho, en la formulación logicista de la época, una solidaridad percibida como frágil, móvil e inmotivada, que implica la intervención, al menos implícita, de un operador.

      Desde el momento en que uno se pregunta por la operación que reúne los dos planos de un lenguaje, el cuerpo se hace indispensable, ya sea que se considere como sede, como vector o como operador de la semiosis; aparece como la única instancia común a los dos planos del lenguaje que puede fundamentar, garantizar y realizar su reunión en un conjunto significante.

      Otro ejemplo igualmente significativo es el del recorrido generativo. En los años setenta, Algirdas Julien Greimas proponía organizar el conjunto de los componentes de la teoría semiótica en un solo modelo generativo, inspirado en las gramáticas chomskyanas; los diferentes niveles se escalonarían subiendo desde los elementos más abstractos hasta los más concretos, desde las estructuras elementales de la significación hasta las estructuras narrativas de superficie6. Ahí se presentó la dificultad de justificar las conversiones entre los diferentes niveles de ese recorrido generativo, ya que la única solución considerada era de tipo logicista: reglas de conversión de naturaleza lógica desplegadas de un nivel a otro, con significación constante.

      Sin embargo, desde la aparición de Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, quedó claro que, de nivel en nivel, lo que es manipulado en el recorrido generativo no son formas lógicas, sino articulaciones significantes que el recorrido modifica, aumenta y complejiza progresivamente. No obstante, el recorrido generativo sigue siendo un simulacro formal, un modelo de estratificación lógica (que se basa en la oposición entre hiponimia e hiperonimia, cara a la semántica lógica de los años sesenta), que considera que puede prescindir de cualquier tipo de operador.

      Es fácil ver ahora que es necesario pasar de un modelo de estratificación lógica estático a un modelo topológico dinámico7, pero la «dinámica» sin operador explícito no es más que una consigna, y no una solución. En su versión de entre los años sesenta y ochenta, la teoría semiótica da la impresión de que obedece al régimen de la «historia», tal como lo describe Benveniste: así como el relato parece que se cuenta solo, sin narrador, el recorrido generativo parece que él solo recorre los tramos y se convierte por sí solo.

      En cambio, si las conversiones entre niveles de pertinencia son consideradas como fenómenos, o sea, como prácticas, y no como operaciones lógicas formales y de naturaleza especulativa, entonces implican un sujeto epistemológico dotado de un cuerpo que percibe contenidos significantes, y que calcula y proyecta sus valores. A cada cambio de nivel de pertinencia se puede imputar la rearticulación de las significaciones a la actividad de ese operador sensible y encarnado: él percibe las significaciones de un primer nivel como tensiones entre categorías, conflictos graduados, y extrae de esa percepción nuevas significaciones, articuladas en forma de valores posicionales en el nivel de pertinencia siguiente.

      La intervención del cuerpo en la teoría semiótica proporciona, como se puede ver, una evidente alternativa al logicismo original, e invita a tratar los problemas teóricos y metodológicos bajo el ángulo fenoménico en relación con la experiencia sensible y con las prácticas que implican el cuerpo del operador.

      Siendo esto así, la encarnación de los conceptos teóricos, por un lado, y la atención puesta en el cuerpo como tema de investigación, por otro, modifican las relaciones con las disciplinas vecinas, como es el caso de cada una de las otras ciencias humanas que han logrado las mismas evoluciones. Por ejemplo, durante el largo tiempo que la semiótica anduvo en busca de soluciones lógicas, mantuvo relaciones muy ambiguas con la psicología, y en particular con el psicoanálisis: como las soluciones formales excluían inevitablemente toda una parte de la significación humana, esa parte de sombra, de la que se ocupa justamente el psicoanálisis, tenía que ser rechazada por la semiótica por considerarla no pertinente. Desde entonces, la semiótica de las pasiones se ha desarrollado claramente como una alternativa a una semiótica psicoanalítica, exponiendo principalmente su propia concepción del afecto y de las emociones. Pero la reflexión semiótica sobre el cuerpo no puede escapar, en cambio, a una reevaluación de las consideraciones psicoanalíticas aferentes.

      Por lo demás, esa «encarnación» de los conceptos y de las problemáticas va a modificar igualmente los criterios con los que el semiotista seleccionará los fenómenos que considera