todo el lugar que merecen al «acto fallido», a la torpeza y a la peripecia, y a tantos fenómenos que estaban borrados o excluidos como no pertinentes en una reconstrucción retrospectiva de la lógica de la acción. Del mismo modo, la enunciación de un cuerpo-actante mezcla, inevitablemente, farfullas, briznas de periodos, fragmentos de frases hechas, lapsus y desarrollos argumentados. En adelante, la pertinencia de tal o cual acto particular no puede ser reducida a un simple programa de búsqueda o a un solo proyecto de enunciación. El acto fallido es tan significante como el acto programado, y su carácter aparentemente accidental no hace más que ocultar la confrontación entre varios potenciales de significación y entre varias isotopías, que se hallan en competición para encontrar lugar en el espacio y en el tiempo del desarrollo de la acción y del discurso. El accidente narrativo o enunciativo se convierte en centro de una tensión entre dominios semánticos y axiológicos, y hasta de un conflicto y de una sustitución entre programas, entre recorridos o entre isotopías concurrentes.
La aproximación semiótica al cuerpo debe, además, asumir una ambivalencia persistente, que resulta del doble estatuto del cuerpo en la producción de conjuntos significantes: (1) el cuerpo como sustrato de las semiosis y en cuanto motivo teórico; (2) el cuerpo como figura y configuración semióticas, y en cuanto manifestación observable en los textos y en las semióticas-objeto en general. La distinción puede ser planteada como sigue: (1) en el primer caso, el cuerpo participa de la «sustancia» semiótica, y muy particularmente en la determinación del actante, sea el actante enunciativo o el actante narrativo: el motivo teórico central será el del cuerpo actante; (2) en el segundo caso, el cuerpo es una figura entre otras, y, por ese título, las figuras de la corporalidad lograrán un lugar al lado de figuras de la temporalidad y de la espacialidad, por ejemplo; sin embargo, el cuerpo ocupa, en la dimensión figurativa, un lugar aparte, que tiene que ver con su relación con el actor, y especialmente con el actor de la enunciación, y por eso las figuras del cuerpo desembocan con frecuencia en propiedades enunciativas. Esta distinción fundará, en esta obra, un recorrido en dos partes: la primera estará consagrada al cuerpo-actante y la segunda a las figuras de la huella corporal.
Pero esta distinción, que es, ante todo, una comodidad de presentación dictada por un deseo de jerarquización teórica, no es, sin embargo, tan fácil de poner en marcha en la aproximación concreta a las semióticas-objeto, porque no ofrece, de hecho, más que dos niveles de análisis, diferentes pero perfectamente solidarios, del mismo fenómeno.
Desde una perspectiva antropológica principalmente, uno se percata de que esas dos dimensiones están estrechamente entremezcladas. En la cultura de los Tin de Nueva Guinea8, se puede constatar que el cuerpo es, primero, una configuración concebida según un principio mereológico: partes (los miembros y los órganos) son asociadas para formar un todo federativo, en el que ellas deben conservar su identidad. Esta configuración aparece de inmediato como la homóloga de la representación del entorno natural, una configuración en archipiélago, en el sentido en que las relaciones entre las partes (los órganos y los miembros) son homologables con las relaciones entre las islas y las aguas que constituyen el territorio de ese pueblo.
El cuerpo es también, en este caso, un principio explicativo de naturaleza actancial y modal porque, en retorno, ofrece la mejor representación de la fuerza de ligazón que permite a las partes del archipiélago mantenerse juntas: esa fuerza es una tensión del alma, denominada wadama, que debe ser permanentemente mantenida por la atención y por la autoscopia; y esa «explicación» se expresa, en particular, por medio de una concepción original de la salud y de la enfermedad: en la enfermedad, o bien los órganos toman su autonomía porque la fuerza de enlace está debilitada (versión ive de la enfermedad), o bien pierden su identidad porque la fuerza de enlace es demasiado potente (versión mulobi de la enfermedad). Mejor aún, durante la preparación del matrimonio, los novios hacen una exploración minuciosa y mutua del cuerpo del compañero(a) siguiendo un ritual de toques y de interacción, que debe permitir verificar si la futura unión de esos dos cuerpos no va a perturbar el principio de enlace interno propio de cada uno de ellos.
Se ve muy bien en este ejemplo, superficialmente presentado, que el cuerpo es, para esta etnia, a la vez, una configuración semiótica (partes, fuerza de enlace y forma de totalidad) que puede ser objeto de una lectura sensible (táctil, visual, olfativa, etc.) cuando se trata de interacciones sociales, y también el resorte de la semiotización de la vida y del mundo entero. En él reside, en efecto, a través de la representación propia de ese grupo humano, la significación de su entorno y del cosmos: una concepción del mundo y una forma de vida, una definición del actante competente y una malla de lectura de los acontecimientos cotidianos, y el todo es indisociable de las prácticas de sobrevivencia y de reproducción.
En la búsqueda que vamos a emprender ahora, es de prever que la forma y las transformaciones de las figuras del cuerpo permitan captar, o al menos representar, las operaciones profundas del proceso semiótico que conducen los cuerpos-actantes. Y eso podría significar que, entre el cuerpo como sustrato de las operaciones semióticas profundas, por una parte, y las figuras del cuerpo que vemos aparecer en las semióticas-objeto concretas, por otra, habría un lugar para un recorrido generativo de la significación, recorrido que no sería ya formal y lógico, sino fenoménico y encarnado.
Por esa razón, daremos gran importancia a las figuras semióticas del cuerpo (especialmente a las del movimiento y a las de la envoltura corporal, aunque también a algunas otras) para acceder, a través de ellas, a una semiosis en acto. Por esa misma razón, nos interesaremos en las diferentes formas de los campos sensibles y perceptivos, porque ellas fundamentan las formas del campo enunciativo de las semióticas-objeto particulares.
El proceder que nos proponemos seguir aquí tendrá lugar en dos momentos: «I. El cuerpo del actante: cuerpo-actante y cuerpo-sensible»; «II. Figuras semióticas del cuerpo: figuras de huella y de memoria», y obedece globalmente a estas últimas hipótesis de trabajo: (I) reconocer que el actante es un cuerpo (y no solamente que «tiene cuerpo») es también preguntarse por los efectos de ese cuerpo sobre la formación de la semiosis y sobre las instancias que la toman a cargo, así como sobre la teoría del acto y de la acción, de los que él es el operador. (II) Dar cuenta de las figuras semióticas del cuerpo propiamente dichas nos obligará a cruzar dos determinaciones complementarias: por un lado, las formas significantes específicas de la polisensorialidad, y, por otro, las formas significantes de la memoria del cuerpo y del discurso a la vez. Pero ahora, por un retorno que no estuvo al comienzo atendido, el estudio de las figuras semióticas del cuerpo desembocará en la concepción y definición de uno de los procesos fundamentales de la semiosis en general, así como de la enunciación, y, con este título, en una generalización de las propiedades de la huella y del testimonio.
Para sacar todas las consecuencias de esta hipótesis, el espacio de un libro no es suficiente. Se podrá ver, sin embargo, cómo el actante recupera la significación de sus errores y de sus lapsus; cómo el actor se multiplica en fuerza, forma y aura; cómo los contenidos de significación se encierran en el interior de contenientes; cómo los soportes semióticos se convierten en membranas y en soportes que reciben proyecciones e inscripciones; cómo las transformaciones figurativas se someten a las interacciones entre el sustrato material, las energías y la forma de las membranas que las contienen. Se verá, en fin, cómo se desarrolla el hilo del discurso sobre el fondo de la acumulación y de la memoria de las interacciones que se producen entre figuras encarnadas, gracias a las huellas que han dejado en su entorno y a aquellas otras que se dejan leer en su propio cuerpo.
I. El cuerpo y el acto
EL CUERPO EN LA SEMIOSIS
En el momento de la semiosis, se establece una función semiótica entre las percepciones del mundo exterior (lo exteroceptivo) y las percepciones del mundo interior (lo interoceptivo) para constituir, respectivamente, la expresión y el contenido de una semiótica-objeto particular. Hay que precisar de inmediato que no existen categorías