en la orilla, que le hacía señas para que se acercara. So, hábilmente, condujo la piragua con la ayuda de su remo hacia la orilla. Al acercarse, constató que la vieja estaba cubierta de llagas purulentas. La vieja la esperó y, cuando So echó pie a tierra, le dijo:
—Mi pequeña, ¿quieres hacerme un favor? Toma un bastón, golpea mis llagas y luego echa encima un poco de remedio.
—Madrecita —respondió So—, ven aquí, junto a mí. Te voy a curar enseguida.
Y, delicadamente, levantó con suavidad las costras de las llagas, las lavó con sumo cuidado y extendió el remedio encima. En agradecimiento, la vieja le preparó un gran pescado de sabor exquisito, bañado con una salsa deliciosa. So, abierto el apetito por el olor del pescado, se lo comió todo. Luego, la vieja le dijo:
— ¿ Y dónde vas así tú sola?
—Dejé escapar la palangana de mi madre y el río se la llevó. Mi madre, encolerizada, me ordenó que fuera a buscarla y que la llevase de nuevo a casa.
—La Cíclope, que vive un poco más lejos, seguramente que ha recogido tu palangana. No temas. Vete ahora y, cuando veas la piragua de la Cíclope, vete a interceptarla con la tuya. Cuando pretenda matarte, tú le dirás: « Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta», y entonces ella te dejará.
So agradeció a la vieja señora, volvió a su piragua y se dejó llevar de nuevo por la corriente. El día comenzaba a caer cuando, de repente, ante ella, apareció la piragua de la Cíclope. So, al ver ese monstruo que la miraba cruelmente con su único ojo, sintió que se le paralizaba el corazón; pero, acordándose de las recomendaciones de la vieja señora, dio un fuerte impulso a su piragua y fue directamente a interceptar la de la Cíclope.
Esta se tambaleó y se puso a gritar:
—¡Voy a matarte!
—Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta.
Instantáneamente, el rayo cruel del ojo de la Cíclope se apagó. Cogió a la niña de la mano y la llevo a su casa; preparó la cena y la compartió con So. Después, le asignó una cama para pasar la noche. Cuando la oscuridad ya era completa, se acercó a So con intención de matarla. La niña, que no dormía aún, al verla tan cerca, gritó:
—¿ Qué pasa? Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta.
La Cíclope, entonces, se alejó gruñendo. Varias veces, durante la noche, se repitió la misma escena: la Cíclope se acercaba con intención de matar a la niña, pero esta, cada vez, la detenía con la misma frase. Finalmente, amaneció el nuevo día para gran consuelo de So. La Cíclope calentó las sobras de la cena de la víspera. Después de haber comido, le dijo a la niña:
—Ven conmigo al bosque.
—No, madre, no voy a ir al bosque —respondió So, desconfiada.
—Bueno, iré yo sola. Pero seguramente tendré sed cuando vuelva. Vete a sacar agua con esto y guárdala dentro para mí.
Y le dio un tamiz a la niña. Era, indudablemente, una prueba imposible de realizar; el fracaso hubiera permitido a la Cíclope castigar a la niña y matarla. La Cíclope se fue al bosque y So bajó al río. Trató en vano, durante un rato, de sacar agua. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, renunció a la tarea y regresó a casa de la Cíclope.
La Cíclope no había regresado todavía, así que So pudo registrar a su gusto, y pronto encontró la palangana de su madre y se apoderó de ella. Luego, huyó, saltó a su piragua y, a grandes golpes de remo, tomó el camino de regreso. La Cíclope, al no encontrar a So a su regreso, salió en persecución de la niña. Pero esta le llevaba tal ventaja que la Cíclope no pudo alcanzarla, y, gruñendo de rabia, volvió a su casa.
Un poco más tarde, la madre de So coge la escudilla de la niña para ir a pescar. La escudilla se le escurre de las manos y es arrastrada por la corriente. Cuando So vio a su madre volver sin su escudilla, le preguntó:
—¡Madre! ¿Dónde está mi escudilla?
—Se me ha caído en el río y no he podido atraparla, la corriente se la ha llevado.
—Pues vete inmediatamente a traérmela, ya sabes cuánto la quiero.
Renegando, la madre de So tomó una piragua y partió en busca de la escudilla. Cuando la vieja la llamó y le rogó que se acercara para lavar sus llagas, la madre de So le respondió con dureza que ella no había ido hasta allí para curar las llagas de una vieja a la que ni siquiera conocía. Y siguió su camino sin detenerse. La vieja no le indicó, pues, lo que convenía hacer al encontrarse con la Cíclope.
Poco tiempo después, la madre de So se encontró cara a cara con la Cíclope, cuya piragua interceptó. Paralizada por el terror, no se movió, no dijo nada. La Cíclope la atravesó entonces con su cuchillo arrojadizo, la mató, la despedazó, la coció y la comió.
Cuentos del bosque, recogidos por J. M. C. Thomas, colección Fleuve et Flamme, CNL, Edicef.
“So y la Cíclope” se halla en la intersección de dos familias de cuentos bien conocidas: la de Cenicienta (la madre injusta y la hija rehabilitada) y la de Caperucita Roja (una tarea doméstica que transforma en prueba el encuentro del lobo o de la ogresa [según las versiones])7. Resumamos en pocas líneas. Una niña es enviada por su madre a recoger frutos en el bosque con una palangana; va allí en compañía de otras niñas del lugar; se le escapa de las manos cuando la está lavando en el río y retorna a su casa sin la palangana, por lo que su madre la castiga y la obliga a volver al río a recuperar el recipiente, y le prohíbe regresar sin la palangana. En el camino, se detiene junto a una anciana repugnante, sucia y enferma, a la que cuida con solicitud. En recompensa, la vieja señora le enseña la fórmula que le permitirá escapar de la Cíclope, que tratará de matarla. So utiliza la fórmula cuando se encuentra con la Cíclope, escapa y recupera el recipiente que tanto quiere su madre. Ahora, su madre va a pescar y lleva la escudilla preferida de So; se le va de las manos, la lleva la corriente y su hija le exige que vaya a buscar su escudilla preferida. La madre parte en busca del recipiente, se niega a curar a la anciana enferma que se lo pide, se encuentra con la Cíclope, y, como no dispone de la fórmula mágica de la vieja, la Cíclope la mata y la devora.
El conjunto del cuento (así como de los cuentos tipos de referencia) está animado por los errores sucesivos de los protagonistas. Distinguimos aquí dos tipos: (1) los errores de los destinadores, y (2) los errores de los actantes sujetos.
Los errores de los destinadores revelan la ausencia de discernimiento: la naturaleza ofrece sus beneficios a todos los que piensan en servirse de ellos, en todo tiempo y para todo el mundo; la Cíclope da muerte a todos aquellos que pasan a su alcance, sin distinción de méritos o de deméritos; la madre castiga a su hija fuera de toda proporción por la falta cometida, y la hija hace lo mismo con su madre; la Cíclope no olvida lo que le dicen ni lo que hace, etc. La cuantificación de los sujetos (cualquiera, nadie) como la de los objetos (todo, nada, cualquier cosa) es la expresión semántica de esa ausencia de discernimiento, e impide la puesta en marcha de cualquier sistema de valores. Los errores de los destinadores aparecen ahora como acciones reflejas que no tienen en cuenta las propiedades particulares de los actantes sujetos ni las presiones locales ejercidas provisional o accidentalmente por el entorno. Se podría considerar que esos cuerpos-actantes destinadores resisten por remanencia8.
Los errores de los actantes sujetos son igualmente diversos y recurrentes. Por ejemplo, los instrumentos que utilizan para cumplir sus tareas son siempre desviados de su uso canónico: la niña parte a recoger frutas con una palangana [y no con una cesta], la usa para sentarse [luego, la usa para sacar agua del río]; la madre va a pescar con una escudilla [y no con una red], la deja escapar en el río y se la