se convierte en asiento o en un flotador; el tamiz se convierte en recipiente, etc.) o en forma de programas de uso no conformes, especie de desviaciones o de retrasos (sentarse en lugar de recoger frutas, detenerse para asistir a una anciana), todas la peripecias proceden de un error, de una torpeza, de una inadvertencia y, globalmente, de una acción no programada. Además, es So la que, por su parte, comete la mayor parte de ellos, y quien, por venganza, impone a su madre la prueba en cuyo curso cometerá muchos errores fatales.
Los errores de los cuerpos-actantes sujetos resultan de otro tipo de resistencia corporal, la resistencia por saturación, la resistencia a la aplicación de presiones sucesivas y acumuladas de programación: la saturación, en efecto, es esa dimensión de la inercia por la cual los cuerpos atenúan o absorben la intensidad de las fuerzas que se ejercen sobre ellos.
Puesto que todo comienza aquí por prescripciones (ir a recoger frutas, ir a pescar, ir a buscar la palangana o la escudilla perdidas) que se supone que programan a los actantes, tendríamos que ver con procesos de desprogramación sistemática de los cuerpos actantes, en los que el cuerpo de cada uno de ellos impondría otros ritmos (detenciones, precipitaciones, etc.) y otras exigencias (hambre, fatiga, compasión, etc.).
Además, la desprogramación singulariza al actante. Se puede apreciar, por ejemplo, de qué manera se singulariza So al sentarse en la palangana de su madre: se distingue así, claramente, del grupo de niñas que la acompañan y que le reprochan, justamente, ese comportamiento singular. Asimismo, se singulariza deteniéndose donde la anciana enferma; expresa, en fin, su singularidad ante la Cíclope al utilizar la fórmula ritual, ¡y cuán singularizante!, «Yo soy aquella que se había perdido, y heme aquí que he vuelto»9.
Ahora bien, en este breve cuento, el problema por resolver no es el de la restauración de un orden comprometido, sino el de la restauración de las condiciones de posibilidad de sistemas de valores: ciertamente, es necesario inventar un nuevo sistema de valores, pero antes hace falta, como condición de posibilidad de ese nuevo sistema de valores, restaurar una capacidad mínima de discernimiento y de distinción. Eso es exactamente lo que permite la aplicación de los dos umbrales de inercia (remanencia y saturación): una instauración (o una restauración) de la diferencia en el seno de una dinámica corporal.
La singularización del recorrido del actante So, constituido de resistencias y de impulsiones, participa de esa restauración: ella introduce la primera distinción emergente, la de una singularidad respecto a una masa indistinta. A partir de ese momento, se desprende un nuevo esquema narrativo, diferente del esquema de la búsqueda, y que denominamos el esquema de selección axiológica:
Eso que hemos llamado «desprogramación», y que se manifiesta por una sucesión de peripecias provocadas por actos fallidos y por torpezas, se analiza, pues, al mismo tiempo, como una suspensión de programas de búsqueda y como la emergencia de una singularidad, necesaria para la puesta en marcha de la selección axiológica. En ese sentido, cada punto de bifurcación narrativa se abre sobre la multiplicidad de posibles, y el conjunto de esos puntos de bifurcación funciona entonces como un filtro en vista de la selección axiológica.
La nueva esquematización no es incompatible con un esquema de búsqueda más profundo, y que confirma el anclaje corporal de la sintaxis narrativa. Esa búsqueda, en efecto, sería la de la supervivencia física: hambre y alimento, sed y saciedad, salud y enfermedad, vida y muerte; tales son los desafíos subyacentes y evocados sin cesar. Frente a un grupo de destinadores deficientes, la supervivencia se convierte en un problema por resolver, y la solución reside en la suspensión de todos los roles y de todos los programas canónicos, y en la invención de una nueva singularidad, de manera que, útilmente, pudiera ser comparada con la elección de una víctima emisaria (aunque con este matiz: que la singularidad sea aquí salvadora sin ser sacrificada). Desde esta perspectiva, el esquema de selección axiológica es una fase necesaria del esquema de supervivencia.
Las tres instancias del cuerpo-actante
El Mí-carne es la instancia de referencia, la identidad postulada, aunque siempre susceptible de desplazarse, así como la sede y la fuente de la sensorio-motricidad; es también el sistema material cuya inercia puede manifestarse sea por remanencia, sea por saturación.
El Sí-cuerpo es la instancia que se refiere al Mí-carne (de ahí su carácter reflejo y la elección del pronombre reflexivo para designarlo) y a la sensorio-motricidad para obedecerla o contradecirla, para acompañarla o para evitarla; es, pues, la identidad en construcción en el ejercicio mismo del quehacer semiótico. Si distinguimos los dos tipos de Sí, opondremos lo siguiente: (1) la identidad que otorgan los roles (Sí-idem), cuyo modo de producción implica el recubrimiento por cada nueva fase de desarrollo, y que asume las operaciones que dependen de la captación (saisie); (2) la identidad que proporcionan las actitudes (Sí-ipse), cuyo modo de construcción se basa en la acumulación progresiva de rasgos transitorios, sabiendo que, con cada identidad transitoria, el actante se descubre como un otro; este tipo de Sí asume las operaciones que dependen de la mira (visée).
Los tres tipos de identidad que permiten describir el devenir del cuerpo-actante remiten, por consiguiente, a tres operaciones semióticas de base: la toma de posición y la referencia (por el Mí-carne), la captación (por el Sí-idem) y la mira (por el Sí-ipse). Como esas tres operaciones son las homólogas semióticas de las diferentes presiones y tensiones evocadas más arriba, entran en interacción en el modelo de la producción del acto, presentado aquí en forma de un punto con tres vectores:
Las tres zonas de correlación definen y caracterizan tres tipos de esquemas reguladores de los actos «encarnados»: la cohesión de la acción reposa en la confrontación entre, por un lado, las diferentes fases del Mí-carne, y, por otro, el principio de repetición-similitud que caracteriza al Sí-idem. La coherencia de la acción se basa en la conducción de las fases del Mí-carne por el principio de mira permanente que caracteriza al Sí-ipse. La congruencia de la acción resulta de la confrontación entre los dos modos de construcción del Sí (la repetición de roles similares, por un lado, y la permanencia de la mira, por el otro). La congruencia, en suma, sería la resultante de la cohesión y de la coherencia.
El desarrollo del modelo consiste, entonces, en explorar las diferentes posibilidades de correlaciones tensivas entre esos tres tipos de valencias10. En cada una de las zonas de correlación, se encuentran posiciones débiles (articuladas por los grados débiles de las valencias) y posiciones fuertes (articuladas por los grados más fuertes de las valencias). De ese hecho, en este modelo de tres valencias, se obtienen tres zonas de valencias débiles (en el centro del esquema), donde el acto emerge apenas en ausencia de presiones y de impulsiones del Mí o del Sí, y ocho zonas de valencias fuertes (por el contorno del esquema), que se pueden reagrupar en tres grandes tipos, según estén dominados por el Mí-carne, por el Sí-idem o por el Sí-ipse.
1. La zona en la que el Mídomina es la de los esquemas de emergencia axiológica. En el seno del desorden de los actos no programados, de un encadenamiento de torpezas, de actos fallidos o de negligencias, el Mí retoma la iniciativa para fijar su singularidad referencial, a la vez contra las tensiones de repetición del Sí-idem y en contra de las tensiones teleológicas del Sí-ipse. El esquema narrativo de la selección axiológica (cf. supra, «So y la Cíclope») es una realización posible. Generalizando un poco, podríamos decir que, en esa zona, es preciso desprogramar la acción para poder redistribuir sus valores: esa sería el área de la invención de los sistemas de valores, de la