Julio Hevia Garrido Lecca

Lenguas y devenires en pugna


Скачать книгу

antes que denunciantes (Bourdieu, 1991: 431-32, 471-73, 479, 489, 494).

      Sin embargo, no estará demás revisar la perfección de ese vaivén entre voces consagradas y mayorías en desventaja; sospechar de aquella armonía comunicativa que dice neutralizar las diferencias. He ahí los ecos de un paternalismo inequívocamente humanista resonando detrás de la advertencia de estilo, ésa que suele recordarse antes de salir al aire: “no olvide que está hablando para el gran público, le rogamos que...”. Vayamos pues a los indicadores: ¿Con qué espíritu, por ejemplo, se aborda el análisis del consumo de los video-juegos? ¿En nombre de qué principios el comportamiento de los asistentes a las discotecas o a los pubs es tildado de vandálico y antisocial? Una mirada desapasionada detectaría, sin mucho esfuerzo, reclamos airados, voces de alarma, moralismos y moralejas del más variado calibre.

      Se nos recordará, en nombre del neoliberalismo y la libertad de expresión, que hay que respetar los matices y valores abstraídos en cada caso. Sin embargo lo sustancial de tales pronunciamientos es que siguen girando en torno a los mismos vicios retóricos; siguen acusando el escandaloso desgaste de las fórmulas sempiternas. Ello revela la imposibilidad manifestada por especialistas e intelectuales de ocupar otro lugar, de asumir otras funciones, de plantearse otras interrogantes (Foucault, 1973). Más puede, en todo caso, la ideología prejuiciosa que los habita y de cuyo desfase parecen no poder, ni querer, tomar conciencia.

      Resulta, en todo caso, digno de mención que gran parte de lo dicho, escrito y/o mostrado sobre las modalidades de actuar entre jóvenes, esté comandado por el archiconocido trío frustración-regresión-agresión. Probablemente no sea éste el lugar para evocar las condiciones en medio de las que una psicología experimental, interesada en los comportamientos sociales, formalizó tal cadena en el laboratorio; ni el momento para esclarecer las razones que tornaron idónea la secuencia frustración-regresión-agresión como recurso descriptivo ante ciertos desajustes que el propio régimen capitalista imprimía en sus odas al rendimiento (Lacan, 1984 II: 239-44). Sin embargo, entre tanto desencanto tanato-lógico (estados policíacos, guerras frías, bélica informativa) y tanta euforia tecno-lógica (electrónica, virtual, interactiva) no podemos obviar cuánto las pontificadas verdades de la ciencia y el aura religiosa de la que se proveen han sufrido un inevitable crepúsculo.

      Tal desorden dio lugar a “n” versiones, que al dispersarse entre las lenguas y combinarse en los más diversos cotos comunicacionales, confirmaron la línea de mira de Wittgenstein, quien imaginaba los lenguajes como juegos, como sistemas permutables, como conjuntos de reglas a respetar o a modificar (Wittgenstein, 1982). Sabemos que sobre tales entrecruzamientos y malentendidos poetizó tempranamente Baudelaire, y que el trabajo del genial Joyce consistió en una desbordante experimentación novelística en la que no sólo los acontecimientos se tornaban textos sino que fundamentalmente, los textos devenían acontecimientos. De tales desbordes se han nutrido, sin duda, gran parte de las variantes que la narrativa moderna ha mostrado en el siglo XX.

      En consecuencia, y volviendo al imperio que ciertos dogmatismos reflejan a título evidentemente ingenuo, cabría señalar que el constante e indiscriminado uso de ciertos conceptos, devenidos lugares comunes, suele determinar severos equívocos en el afán de dar respuesta a lo actual mediante lo pretérito. Modo tradicional de operar sobre el fenómeno contemporáneo con las baterías de ayer. Adelantémonos a la réplica de rigor: ¿Caben acaso otras opciones? Nos parece que sí. De tal modo que en vez de creer-saber, inequívoca y orgullosamente, lo que se está mirando, podría mirarse con más humildad lo que se quiere-saber; tampoco estaría mal abandonar el oficio de vaticinador o profeta profesional, de legislador o párroco oficial, para procurar un compromiso que traicione las más caras tradiciones del saber intelectual. Estudiar la posibilidad de aproximarse, en vez de tomar distancia, pero también, y sobre todo, lo inverso: relajar el nexo con los axiomas que agobian, despegar las hipótesis que abruman, cancelar las amortizaciones con todos los acreedores de las inmutables macrohermenéuticas. Ser gitano en la propia tierra, extranjero en la lengua matriz, hacer tartamudear a la expresión: son los consejos de los filósofos de la diferencia. Esos pensadores suelen evocar también las instrucciones de Kafka: moverse en la cuerda floja, robar al bebé de su cuna (Deleuze y Guattari, 1977).

      A continuación, y en el afán de acercarnos a la efervescencia citadina, a ese real ensordecedor del que los enciclopedismos huyen, se aludirá a un par de nociones que debemos a Lacan e implícitamente a Hegel, al sostener que los antifaces del deseo, de los que solemos resultar cómplices, requieren, para su emergencia, de un escenario, de un setting. Ese lugar sería, ya lo dijimos, la cotidianidad moderna, considerada incluso como (no)lugar del deseo (Lefebvre, 1972: 147-8). Dimensión inconsciente, entonces, en la que han de caber todas las paradojas e inconsistencias. Allí donde las oposiciones se alternan o diluyen; y donde, en buena cuenta, siguiendo la lección de Freud, no habrían exclusiones. En tal sentido se ha señalado que, desde el orden analítico, no hay más incongruencia que la del teórico exigiendo a la estética popular, funcionamientos y usos que le son ajenos; solicitando al orden coloquial recursos que no harían más que ordenar el desorden y, en el camino, tergiversar su dinámica (Bourdieu, 1991: 30 y 93). A propósito de la diferencia entre enunciados descriptivos y enunciados realizativos, Austin señalaba el error de la filosofía, y de la propia lingüística, al restringir el alcance de los enunciados, muchos de ellos sin sentido estricto según Kant, privando así del espacio analítico correspondiente a una serie de oraciones cuyo carácter no descriptivo es constante y evidente (Austin, 1971: 41-4).

      Desde otra óptica Baudrillard, luego de poner en cuestión las propias nociones de lo social y de lo masivo, ha sustentado que la llamada pasividad del destinatario, lejos de ser una materia manipulable emerge como auténtica resistencia: ésta se nutriría de la saturación y la indiferencia, tantas veces criticadas, del anónimo colectivo (Baudrillard, 1985: 21-9, 36-41). Parece inevitable concluir que la famosa interactividad de fin de siglo ha tomado el relevo de las ilusiones participativas pretéritas: allí donde un fascinado Enzensberger atisba insospechados efectos democráticos (Baudrillard, 1974: 194-233).

      Se torna entonces inminente recoger ciertos indicadores que la lengua, en su inquieta permanencia, en su abrupta deriva, plasma en los usos proverbiales. Nótese la evidente “despersonalización” del sujeto anónimo cuando muestra y esconde su expresión mediante frases del tipo: “Las personas no saben qué actitud tomar”, “Uno no es nadie para opinar”, “La gente tiene que optar por lo más práctico”, o más drásticamente “¿Y qué es lo que quieren que uno haga?”. Debe también destacarse la propagación del se (Lefebvre, 1972: 146, 152, 162-3, 193, 224). Se dice, se rumorea, se viene escuchando, a veces intercambiables por giros más íntimos y fórmulas más discretas como la que encierra un “me han contado”. Del lenguaje directo al lenguaje indirecto, del lenguaje simple y llano al metalenguaje, tales subterfugios certificarían la recurrencia del juego entre embragues y desembragues (Benveniste, 1971) que los sujetos del discurso operan. Así, pues, de un lado tales juegos colocan al usuario en la comodidad de un registro impersonal y, de otro lado, lo proveen de recursos siempre, y en algún grado, incorporables; expresiones fácilmente apropiables. Objetos todos de adherencias identificatorias indiscutibles, a pesar de su transitoriedad. No es casual que este orden de cosas se dé en una época en que se asiste a la superación de la antinomia, otrora homenajeada, entre individuo y sociedad. Que tal resquebrajamiento resulte paralelo al de la polaridad entre esferas públicas y recintos privados.

      Hoy por hoy, cuando las entrevistas televisivas alcanzan su cresta más empinada y el intimismo que éstas procuran recrear se confunde con la intimidación propiamente dicha, nos encontraríamos ante lo que Baudrillard supo denominar porno-estéreo. En tales formatos los anonimatos no reconocibles