María Mendoza Micholot

100 años de periodismo en el Perú


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en las páginas conmemorativas. La más antigua parece ser la necrología del presbítero José Mateo Aguilar, publicada en 1862, y la corona fúnebre dedicada al expresidente San Román a pocos días de su muerte, en abril de 1863, tuvo mayor difusión quizás porque fue un retrato post mórtem, repitiendo la costumbre colonial de pintar las facciones de los muertos.

      Algunos estudios fotográficos hacían caricaturas de acontecimientos importantes, en temas como la guerra con España (1864-1866) y la toma de las islas guaneras de Chincha (1864):

      […] seguramente a raíz de la guerra con España, Mariano Ignacio Prado ya había constatado la importancia de la imagen fotográfica como medio de persuasión y propaganda. En octubre de 1867, cuando tuvo que marchar hacia Arequipa con sus tropas para combatir la revolución iniciada allí, Prado decidió incorporar a Félix Salazar, un joven fotógrafo peruano, quien —según El Comercio— enviaría una colección de vistas (Majluf y Wuffarden 2001: 56).

      Así como la fotografía y la pintura no fueron excluyentes, la caricatura fue una de las formas que adoptó la llamada fotografía de acontecimientos, “cuyo desarrollo local no parece tener paralelo en otros países”.

      La caricatura política en la prensa limeña habría aparecido a mediados del siglo XIX. Ramón Castilla fue uno de los más caricaturizados (Mc Evoy 2007: 140), aunque no necesariamente para denigrarlo. Fue el caso del establecimiento fotográfico del norteamericano J. Williez, quien en la serie litográfica lograda entre 1850 y 1860 (Zevallos 2010: 19), denominada “Adefesios”, ensalzó a Ramón Castilla mientras caricaturizaba a sus contrincantes militares, los consignatarios del guano y grupos conservadores. En su local, ubicado en el Portal de Botoneros, ofrecía láminas en las que aparecían José Rufino Echenique y Torrijos, muy cotizadas por los limeños por su mordaz humor (Leonardini 2003: 32).

      Se considera a Eugenio Maunoury como el primer fotógrafo-caricaturista, quien explotó sus dotes de dibujante para, en los primeros años de la década de 1860, elaborar jocosas figuras con cabezas enormes o humanizar animales que encarnaban personajes políticos. Igualmente, el estadounidense Villroy L. Richardson apoyó la campaña electoral de Manuel Pardo en 1871 haciendo sátira de los miembros prominentes del militarismo. Los presentaba vestidos de frailes y monjas, con base en retratos eclesiásticos difundidos por otros estudios, como Courret y Negretti, o en fotomontajes. La gracia le costó purgar prisión entre diciembre de 1871 y setiembre de 1872.

      Como lo demuestran bien estos montajes o las caricaturas, la fotografía no siempre sirvió como un medio objetivo de representación. En este primer período, la veracidad documental estuvo lejos de ser la única función de la práctica fotográfica, que adquirió en ocasiones visos de militancia ideológica. A medio camino entre el sensacionalismo y la intervención política directa, ella no solo registró los hechos de la historia contemporánea, sino que además llegó a constituir un activo agente de la vida social y política (Majluf y Wuffarden 2001: 57).

      Antes de la Guerra del Pacífico, la expansión de la fotografía coincidió con el período de mayor auge económico. Es más, contribuyó positivamente “a forjar la imagen de la joven república y a proyectarla hacia el mundo” y a registrar visualmente el país, en un esfuerzo sostenido por parte de iniciativas individuales. Entre 1860 y 1879 hay un esfuerzo, al parecer de independientes, de asistir al desarrollo del país, a la construcción de obras de infraestructura como las líneas ferroviarias y a la modernización (Majluf y Wuffarden 2001: 64).

      Durante la guerra, Lima —la capital más importante para el mercado fotográfico en la América del Sur— entró “en un penoso paréntesis”. Los únicos estudios que permanecieron al estallar la guerra fueron el de Rafael Castillo y el de la Casa Courret (Majluf y Wuffarden 2001: 92).

      El período de la reconstrucción nacional, en la década de 1890, devolvió vida a la fotografía y con ella a su tarea de mostrar el Perú al resto del mundo. Destacan fotógrafos como Charles Kroehle, con sus trabajos sobre la Amazonía; Fernando Garreaud, quien hizo un balance gráfico del país por encargo de Piérola, el cual concluyó cuando gobernaba López de Romaña; captó paisajes y sitios arqueológicos que sirvieron para promover el turismo; Luis D. Gismondi, con sus imágenes del sur; y Max T. Vargas, quien fotografió calles e iglesias de Puno, Arequipa y Cusco.

      Después de la guerra, el auge del fotograbado y la litografía se deben al nacimiento de revistas nacionales, como El Correo del Perú (1871-1877), que introduce grabados nacionales y extranjeros, tomados de fotografías o de reproducciones de obras europeas. Pero como sostiene Nanda Leonardini, esta modalidad no solo se mantiene sino que se amplía.

      En ese lapso destaca la obra del empresario Peter Bacigalupi, quien funda y dirige El Perú Ilustrado (1887-1892), de avanzada tecnología en la impresión, calidad de contenidos y reconocidas firmas (recuadro 10).

      Utilizó como base documental para realizar litografías la fotografía. Y sobre todo fue escuela para las futuras generaciones.

      Esta revista, donde laboran reconocidos artistas como el peruano Evaristo San Cristóval, el norteamericano Williams Taylor y el italiano Carlos Fabbri, tiene como política abrir las puertas a jóvenes artistas interesados en aprender litografía, quienes practican dicho arte en los talleres del mismo semanario, estímulo recompensado con la publicación de los trabajos (Leonardini 2003: 25).

      Bacigalupi no solo fue el que mayor importancia concedió a las imágenes fotográficas y las reprodujo en sus páginas a través de grabados, sino que promovió el arte en los aficionados. Es más, distribuyó nuevas máquinas Kodak en el país, contribuyendo a la popularización de la fotografía, y fue el precursor de los procesos fotomecánicos (Majluf y Wuffarden 2001: 103-104).

      Ello explica la proliferación de publicaciones desde fines del siglo XIX hasta los años 1930, como América Ilustrada (1890), Boletín de Lima (1891), El Hispano Americano (1891), El Perú Artístico (1893-1895), La Revista Social (1897), Lima Ilustrada (1898-1904), El Rímac (1889-1890) y, en el nuevo siglo, Actualidades (1903-1908), Prisma (1905-1908), Variedades (1908-1930), Ilustración Peruana (1909-1913) y Mundial (1920-1930).

       Prensa y mujer

      La presencia de la mujer en el periodismo tiene sus raíces en el siglo XIX. La escritura femenina, que durante las centurias previas salía de los conventos, se expresó en la pluma de un grupo de “ilustradas” escritoras (Guardia 2006: 265) que abrieron trocha en un mundo en el que la mujer no tenía voz ni voto.

      La producción de Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera ha sido revalorada a lo largo de la historia, pero falta mucho por hacer respecto al trabajo de otras pioneras, como Juana Manuela Gorriti, Teresa González de Fanning, Carolina Freire de Jaimes, Lastenia Larriva.

      Sus trabajos se hallan compilados en los libros que escribieron, pero sobre todo en los diarios y semanarios culturales que fundaron, dirigieron o colaboraron, como La Revista de Lima (1859-1862), El Correo del Perú (1871-1877) y El Perú Ilustrado (1887-1892), en cuyas páginas se pueden encontrar los retratos de estas literatas. Francesca Denegri, estudiosa de la trayectoria de las mujeres ilustradas del siglo XIX, dice que en la segunda mitad de esa centuria “la prensa era el más importante espacio de debate cultural”. Allí se dio cuenta de sus ‘veladas literarias’ y de sus escritos influenciados por la poética romántica, la intelectualidad liberal, la ideología civilista, la indigenista y la política, un terreno en el que no se les permitió inmiscuirse demasiado (Denegri 1996: 12).

      El caso de Clorinda Matto de Turner es representativo del rol intelectual, literario y activista de la mujer en la prensa durante este período. A diferencia del resto de escritoras costeñas, provenía de una familia cusqueña de notables. Perteneció a la generación literaria nacida entre 1852 y 1866, que también integraron Abelardo Gamarra, Elvira García y García, Alberto Ulloa Cisneros y otros exponentes. Fundó el semanario de