Maurizio Lazzarato

¿Te acuerdas de la revolución?


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fueron propietarios de esclavos hasta 1860.

      El relato de la revolución más política ha elidido cuidadosamente el hecho de que una de las razones de la revuelta de los colonos contra Inglaterra había sido salvaguardar esta institución, amenazada por los ingleses. La Constitución de Estados Unidos preservó y defendió la esclavitud sin nunca nombrarla. Se ocupaba directamente de la esclavitud en seis puntos e indirectamente en cinco. El texto protegía la propiedad de los esclavistas, autorizaba al Congreso a movilizar milicias contra las revueltas de esclavos, prohibía al gobierno federal intervenir para poner fin a la importación de esclavos por un período de veinte años y obligaba a los estados donde la esclavitud era ilegal a devolver a los esclavos que se escapaban de los estados esclavistas a sus amos.

      Mientras Thomas Jefferson escribía “todos los hombres son creados iguales”, un hombre negro que nunca habría disfrutado de este derecho aparentemente natural aguardaba a un costado las órdenes de su amo. Era Robert Hemings, medio hermano de Martha Jefferson, casada con Thomas Jefferson, nacido de la relación del padre de Martha con una mujer negra en su propiedad. El padre de la revolución lo había elegido de entre sus trescientos esclavos para que lo acompañara a Filadelfia, de modo que pudiera garantizarle todas las comodidades, mientras el amo se dejaba llevar por la redacción de la Declaración de Independencia. Acosado por la posibilidad de una revolución esclavista como la de Santo Domingo, Jefferson prohibió la entrada al territorio estadounidense de todos los esclavos que, por una razón u otra, pasaron por Haití.

      Para la elección de George Washington en 1789, el “Nosotros, el pueblo” que votó constituía solo el 6% de la población. El sistema electoral estadounidense todavía hoy está marcado por la esclavitud.

      Se dice, incluso en los círculos de “izquierda”, que los estadounidenses no han sido imperialistas, aunque lo han sido desde el principio. La famosa frontera estadounidense es una frontera colonial, el ejemplo mismo de lo que es un imperialismo. Fue relanzada después de la “revolución”, porque el pequeño propietario rural, modelo del hombre nuevo democrático, solo podía realizarse si continuaba apropiándose de las “tierras libres”, masacrando a los indios y poblándolas inmediatamente de esclavos negros. Hollywood celebró esta serie de genocidios que llevaron a la extinción de los pueblos indígenas y su cultura como una aventura humana, motivo de orgullo. Entre 1776 y 1887, en plena democracia política, Estados Unidos se apoderó de más de 1500 millones de hectáreas de tierras indígenas por medio de tratados o por la fuerza.

      La libertad política celebrada por la filósofa exiliada en Estados Unidos solo concernía a los blancos. En 1857, la Corte Suprema dictaminó que los negros, tanto esclavos como libres, eran descendientes de una raza “esclava”. “Nosotros, el pueblo” asume una significación muy precisa: “Nosotros, los blancos, propietarios”, que las revoluciones anticoloniales del siglo XX entendieron muy bien.

      Los estados del Norte no entraron en guerra con los estados del Sur para abolir la esclavitud, sino para evitar la secesión. Durante la Guerra Civil, Lincoln había convencido al Congreso de financiar la repatriación de negros a África, porque si los blancos tenían problemas con los negros y los negros con los blancos, la solución consistía en deportar a la población negra a su tierra considerada original.

      La abolición de la esclavitud no transformó al negro en un “trabajador libre”, sino que lo sometió al “trabajo forzado”. Después de la abolición formal de la esclavitud, Estados Unidos fue el primer Estado moderno en introducir la segregación racial y el primero en encerrar a los indígenas americanos en reservas.

      El universalismo occidental tiene una aplicación ejemplar en las leyes de Jim Crow, en las que también se inspiraron los nazis. Si bien reconocen la igualdad jurídica, discriminaban a las personas por su raza.

      La segregación escolar no fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Estados Unidos hasta 1954. Las otras leyes Jim Crow fueron derogadas por la Civil Rights Act [Ley de Derechos Civiles] en 1964 y la Voting Rights Act [Ley de Derechos Electorales] en 1965.

      En “Europa y Estados Unidos”, según Foucault, los “suplicios” habían dado paso a un castigo “moderno”. En Estados Unidos, aun en la primera mitad del siglo XX, el suplicio de personas negras se ponía en escena y constituía un espectáculo que atraía a multitudes blancas.

      En los periódicos locales se publicaban anuncios del linchamiento y se añadían coches suplementarios a los trenes para los espectadores, a veces millares, procedentes de localidades situadas a kilómetros de distancia. Los niños podían tener el día libre en el colegio para asistir al linchamiento. El espectáculo podía incluir la castración, el desollamiento, la hoguera, el ahorcamiento, el empleo de armas de fuego. Se vendían souvenirs que podían incluir los dedos de las manos y los pies, los dientes, los huesos e incluso los genitales de la víctima, así como postales con ilustraciones sobre el evento.27

      Entre 1882 y 1968, al menos 4742 personas, en su mayoría afroamericanas, fueron linchadas en Estados Unidos.

      El problema sigue siendo el mismo. Para el racismo (como de hecho para el sexismo), no hay “progreso” posible. Los avances en materia de derechos deben ser conquistados por la lucha. Solo las movilizaciones de los negros en la década de 1960, paralelas a las luchas de los pueblos colonizados, harán que el racismo retroceda por un breve período.

      Las luchas de los negros por los derechos civiles “fueron un capítulo importante en la guerra de clases en Estados Unidos”. Como se reconoce en el informe de la Comisión Kerner encargado por el presidente Lyndon Johnson tras los disturbios de las comunidades negras en el verano de 1967 (citado en el hermoso libro de Sylvie Laurent, La couleur du marché, al que voy a recurrir muy seguido), se trata de una división de clases: “Nuestro país está escindido en dos sociedades distintas, una negra y otra blanca, separadas y desiguales”.

      El mismo informe señala que “debido al desempleo, las malas condiciones de vivienda y el acoso policial, los negros fueron condenados a un estado de alienación social del que las políticas públicas eran culpables”, porque la asistencia social había sido el dominio exclusivo de los blancos, “confiscada para su beneficio”. Cuando Johnson lanza el programa de “guerra contra la pobreza”, está abriendo una lucha de clases entre blancos y negros porque las políticas de redistribución del bienestar trataron de romper tímidamente el monopolio de los blancos sobre las políticas públicas.

      La campaña que en este período se lanzó contra las políticas keynesianas del New Deal en general, y las políticas de la “Gran Sociedad” de Johnson en particular, obtuvo un éxito inmediato, ya que los blancos eran muy conscientes de que estas podían socavar “un orden racial tricentenario”.

      Los estadounidenses de las clases medias y populares, especialmente en el Sur, están más inclinados a renunciar a su estado de bienestar cuando están convencidos de que las políticas sociales están destinadas a los negros (y en particular a las mujeres negras solteras).28

      El nacimiento del neoliberalismo en Estados Unidos provocó una adhesión inmediata, incluso entre la clase trabajadora blanca, porque sus batallas contra el “asistencialismo” y por la “iniciativa individual” fueron leídas a través del prisma del racismo contra los negros.

      El neoliberalismo emprendió la tarea de deshacer sistemáticamente la “libertad ganada con tanto esfuerzo por los estadounidenses negros” a través de la constitución de una política de recolonización interna, justificada y legitimada por el funcionamiento del mercado. Gary Becker y Milton Friedman estaban convencidos de que el mercado es “daltónico”, que la desregulación del mercado laboral y la reducción de las políticas sociales, exaltando la responsabilidad individual, se encargarían espontáneamente de acabar con el racismo. Incluso un acto racista, según Becker, inventor del concepto de “capital humano”, forma parte de las elecciones individuales que hay que “dejar hacer”, porque es a través de ellas, así como gracias a la coordinación impersonal del mercado, que se producirá la abolición del racismo.

      Las preferencias