Los robots no decretan el fin del trabajo (ni siquiera del empleo), no van a sustituir a los hombres, sino que organizarán un trabajo fragmentado, disperso, precario y subpago, que desestabilizará los estatutos fordistas. Fragmentación, dispersión, precarización no son consecuencias de la máquina técnica, sino de la máquina de poder capitalista.
El desarrollo capitalista de la técnica elimina continuamente el “trabajo necesario” (asalariado, remunerado, institucionalizado, etc.), pero aumenta considerablemente el trabajo necesario no remunerado.
2. LA MÁQUINA MUNDIAL DEL PODER
El elemento natural que anima la industria hacia el exterior es el mar.
G. W. F. HEGEL
El fascismo no es lo contrario de la democracia, sino su evolución en tiempos de crisis.
BERTOLT BRECHT
La democracia en África es un lujo.
JACQUES CHIRAC
Mucho antes de que la explotación del trabajo abstracto forjara las constituciones materiales y formales de los países del Norte, la opresión de las mujeres y los esclavos cumplió con ese mismo rol.
Las relaciones de clase hombres/mujeres y blancos/racializados no son solo modos de producción. También son elementos constitutivos de la política moderna, en particular de la política del Estado. En cuanto al patriarcado, Jean Bodin, en el siglo XVI largo donde todo comenzó, captó la función de pater familias en el momento de la constitución del Estado moderno. Frente al poder soberano se levantan los padres de familia que, junto con los propietarios, limitan su acción:
En realidad, el soberano y el padre de familia no establecen un poder dual dentro del Estado, sino una doble imagen de un titular único del legítimo ejercicio del poder soberano. El pater familias es el equivalente del soberano en el ámbito de las relaciones privadas que posibilitan la existencia misma del Estado.15
Identificando “al ciudadano con el varón padre de familia”, Bodin revela el fundamento del sujeto político moderno y sus exclusiones devenidas desde entonces objeto de litigio.
Cada vez que la soberanía es cuestionada por las revoluciones de la época moderna, este modelo de ciudadano soberano va a ser atacado tanto por la identificación que presupone entre ciudadanía y propiedad como por la identificación de la ciudadanía con el género sexual.16
Asimismo, la relación de clase entre blancos y no blancos es tanto un modo de producción (colonial/esclavista) como un elemento constitutivo de la política y el Estado moderno.
La constitución material de la máquina política (absolutista y constitucional) no puede ser pensada únicamente a partir de Europa. Debe necesariamente incluir la conquista de América, construida transversalmente por la separación entre centro y periferia.
La naturaleza y el funcionamiento de la máquina mundial del capital, su síntesis disyuntiva y su doble reterritorialización indisociablemente “económica” y “política”, no solo desplazan nuestra concepción del capital, del valor, de la fuerza de trabajo y de su composición, sino también la idea que tenemos del poder.
La máquina mundial que simultáneamente incluye y excluye para capturar mejor el trabajo abstracto y el excedente (ecológico) de trabajo gratuito (o muy barato) no podría funcionar sin la ayuda del Estado, del derecho, de la guerra, de la fuerza.
El funcionamiento del mercado, la producción y el consumo se encuentra siempre acompañado, sostenido y amparado por el poder directo y sin mediación de la guerra, la conquista, el sometimiento por la fuerza que se ejerce sobre el esclavo, la mujer, el colonizado, el indígena e incluso el obrero que, una vez que ingresó a la fábrica, está sujeto al “poder despótico del capitalista”, para usar las palabras de Marx.
Cuando elogian sus libertades tanto económicas como políticas, los liberales olvidan sistemáticamente que la mayor parte de la humanidad (los colonizados, las mujeres) está sujeta a sus poderes militares arbitrarios y despóticos. Emiten juicios, articulan análisis sobre la política, la justicia y la libertad sin nunca tener en cuenta la dimensión mundial y social de su maquinaria política.
“Siempre hubo economías-mundo, al menos desde hace mucho tiempo”, dice Fernand Braudel, pero la singularidad del capitalismo no radica solo en su máquina productiva global y su doble movimiento que valoriza el trabajo abstracto y desvaloriza cualquier otro tipo de actividad, sino también en la distribución de un adentro europeo donde reina el Estado, la constitución, la ley, la guerra sujeta a reglas, y de un afuera colonial donde el estado de excepción, la guerra sin límites, la arbitrariedad y la violencia sin limitaciones legales son la regla.
La división internacional del trabajo y la división internacional de la guerra, del derecho y de la soberanía son simultáneas y complementarias, de manera que los dos procesos son concomitantes e inseparables, con Europa como centro propulsor. El adentro y el afuera de la máquina política se cruzan con el adentro y el afuera de la máquina económica.
Si bien es verdad que el capital disuelve todo lo sólido, moviliza lo fijo, pone en movimiento lo estable, también está establecido que el capitalismo debe reterritorializar todo lo que hizo volar por los aires. Para ello, necesita del Estado (primer espacio de reterritorialización), pero también del suelo colonial (segundo espacio de reterritorialización) y sus relaciones. Si el primer proceso de reterritorialización fue descrito notablemente por Deleuze y Guattari, el segundo es ignorado por casi todos, con la notable excepción de Carl Schmitt.
Para abordar este segundo aspecto del funcionamiento de la máquina global no podemos apoyarnos en Moore ni en Marx, ni siquiera en David Harvey, que hizo del espacio el objeto de sus estudios. Si la cuestión de la división espacial está en el centro de las investigaciones de Harvey, el análisis de la organización mundial de la guerra, del Estado y de las leyes que deciden su reparto y su naturaleza resulta insuficiente y no se aparta de la senda abierta por Marx. Cuando describe la acumulación primitiva, Marx evoca la acción violenta del Estado, del ejército, el rol depredador de las finanzas (deuda pública). Pero lo que está en cuestión a partir de la conquista de América es algo más: una concertación estratégica entre “Estados y soberanos europeos” no solo para repartirse las tierras de las conquistas coloniales, sino también, a partir de estas, para establecer una nueva configuración del orden jurídico, de la guerra y del Estado en la propia Europa. La acción de la Conquista y la colonización retorna constantemente al continente europeo, primero como fuerza constitutiva del orden político y luego, en el siglo XX, como fuerza destructora de este mismo orden.
La descripción de la síntesis disyuntiva de la política, el derecho y el Estado no hay que buscarla entre los marxistas, sino en El nomos de la tierra, de Carl Schmitt, donde esta separación/conjunción aparece perfectamente descrita.17
En el trabajo de Carl Schmitt, la división del espacio político mundial es contemporánea de la constitución del mercado mundial. Las primeras tentativas de repartición de tierras por parte de los europeos, sobre la base de la nueva dimensión global que resultó de las guerras de conquista coloniales, “comenzaron inmediatamente después del descubrimiento del Nuevo Mundo”.
El Nuevo Mundo es a la vez proveedor de bienes gratuitos, una condición para el desarrollo del capitalismo industrial, y un requisito previo para el orden jurídico y político europeo. En efecto, “la aparición de inmensos espacios libres” y la “toma de la tierra”, integradas en las estrategias de los Estados europeos, fue lo que hizo “posible un nuevo derecho de gentes europeo de estructura interestatal”.
La constitución política, el Estado, el derecho encuentran su fundamento no solo en el fin de las guerras religiosas en Europa, sino también en la apropiación de la inmensidad de las tierras “libremente ocupables y legítimamente apropiables”. El Estado colonizador puede considerar las tierras que ha tomado