Felix Guattari

Las luchas del deseo


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cuestionamiento del trabajo, del sistema de representación política, radios libres, etc.). En la subjetividad consciente e inconsciente de los individuos y de los grupos sociales, no dejarán de aparecer mutaciones de consecuencias imprevisibles.

       Nuevas máquinas de guerra revolucionaria, agenciamientos de deseo y lucha de clases

      ¿Hasta dónde podrá llegar esta revolución molecular? ¿No está condenada, en el mejor de los casos, a vegetar en los guetos “a la alemana”? ¿El sabotaje molecular de la subjetividad social dominante se basta a sí mismo? ¿Debe la revolución molecular establecer alianzas con fuerzas sociales del nivel molar (global)? La tesis principal que aquí se sostiene es que los axiomas del CMI (clausura, desterritorialización de los antiguos espacios nacionales, regionales, profesionales, etc., multicentraje, nuevas segmentaridades), jamás lograrán terminar con ella. Los recursos del CMI son quizás más infinitos en el orden de la producción y de la manipulación de las instituciones y de las leyes. Pero se enfrentan y se enfrentarán de un modo cada vez más violento, con un verdadero muro o más bien con una maraña de hostigamientos infranqueables en el terreno de la economía libidinal de los grupos sociales. Esto proviene del hecho de que la revolución molecular no sólo tiene que ver con las relaciones cotidianas entre hombres y mujeres, homo y heterosexuales, niños, adultos, etc., interviene también y, ante todo, en las mutaciones productivas como tales. La encontramos en el corazón de los procesos mentales puestos en juego por la nueva división mundial del trabajo, por la revolución informática. El desarrollo de las fuerzas productivas depende de ella. Por esta razón, el CMI no podrá esquivarla. La revolución molecular es portadora de coeficientes de libertad inasimilables, irrecuperables por el sistema dominante. Esto no significa que dicha revolución molecular sea automáticamente portadora de una revolución social capaz de parir una sociedad, una economía y una cultura liberadas del CMI. ¿No era acaso una revolución molecular la que sirvió de fermento al Nacional Socialismo? De aquí puede resultar lo mejor y lo peor. La conclusión de este tipo de transformaciones depende esencialmente de la capacidad que tengan los agenciamientos explícitamente revolucionarios para articularlas con luchas de interés, políticas y sociales. Esta es la cuestión esencial. A falta de tal articulación ninguna mutación de deseo, ninguna revolución molecular, ninguna lucha por espacios de libertad logrará impulsar transformaciones sociales y económicas a gran escala.

      ¿Cómo imaginar, entonces, que máquinas de guerra revolucionarias de nuevo tipo logren injertarse, a la vez, en las contradicciones sociales manifiestas y en esta revolución molecular?

      La actitud de la mayoría de los militantes profesionales con respecto a estos problemas consiste, frecuentemente, en reconocer la importancia de esos nuevos terrenos de contestación, pero añaden enseguida que nada positivo se puede esperar de ellos por el momento: “Es necesario que hayamos alcanzado primero nuestros objetivos políticos, antes de poder intervenir en cuestiones de vida cotidiana, de escuela, de relación de grupos, de convivencia, de ecología, etc.”

      Casi todas las corrientes de izquierda, de extrema izquierda, de la autonomía, etc. (esto era manifiesto en Italia en el período del 77), convergen en esta posición. Cada uno a su manera está dispuesto a explotar los “nuevos movimientos sociales” que se han desarrollado desde los años sesenta, pero nadie plantea el problema de forjar instrumentos de lucha realmente adaptados a estos movimientos. En cuanto se trata de entrar en este universo vago de los deseos, de la vida cotidiana, de las libertades concretas, una extraña sordera y una miopía selectiva aparecen en los portavoces “oficiales”. Les produce pánico la idea de que un desorden pernicioso pueda contaminar las filas de sus organizaciones. Los homosexuales, los locos, las radios libres, las feministas, los ecologistas, en el fondo todo eso es un poco sospechoso. En realidad, esta perturbación proviene del hecho de que lo amenazado es su persona de militante, su funcionamiento personal; no sólo sus concepciones en materia de organización, sino también sus “intereses” afectivos en un determinado tipo de organización.

      Todo el problema está en que estas organizaciones son asimilables, en un grado u otro, a los equipamientos del poder. Independientemente del hecho de que aquellos que las animan se declaren de derecha o izquierda, funcionan en el sentido del conformismo. Trabajan de modo que los procesos moleculares entran en conformidad con las estratificaciones globales (molares). La verdad es que el sistema del CMI se alimenta precisamente de este tipo de equipamiento de poder. Las economías occidentales podrían funcionar hoy en día sin los sindicatos, los comités de empresa, las mutuales, los partidos de izquierda y, quizás también… los grupúsculos de extrema izquierda. No se puede, pues, esperar gran cosa por ese lado. Al menos en Europa, porque en países como los de América Latina, por ejemplo, puede que este tipo de formación tenga todavía que cumplir una función importante. Aunque allí también los problemas relativos a la revolución molecular se plantearán, sin duda, con una agudeza cada vez mayor (problemas raciales, problemas de la mujer, problemas de las poblaciones marginales, etc.). Toda clase de compromisos, de combinaciones reformistas seguirán gestándose. Toda clase de manifestaciones simbólicas o violentas seguirán animando la actualidad, pero nada de eso nos acercará a un verdadero proceso de transformación revolucionaria.

      Henos aquí enfrentados de nuevo con la lancinante pregunta: ¿cómo “inventar” nuevos tipos de organizaciones capaces de obrar en el sentido de esta confluencia, de este cúmulo de efecto de las revoluciones moleculares, de las luchas de clase en Europa y de las luchas de emancipación en el tercer mundo; organizaciones capaces de responder caso por caso, cuando no golpe por golpe, a las transformaciones segmentarias del CMI que tiene por consecuencia que ya no se pueda seguir hablando de masas indiferenciadas? ¿Cómo conseguirán semejantes agenciamientos de lucha (a diferencia de las organizaciones tradicionales), procurarse los medios de análisis que les permitan no ser sorprendidos ni por las innovaciones institucionales tecnológicas del capitalismo, ni por los brotes de respuesta revolucionaria que los trabajadores y las poblaciones sometidas al CMI experimentan en cada etapa? Nadie puede definir hoy en día lo que serán las formas futuras de coordinación y organización de la revolución molecular, pero lo que parece evidente es que implicarán —como premisa absoluta— el respeto a la autonomía y singularidad de cada uno de sus segmentos. Desde ahora resulta claro que la sensibilidad de estos segmentos, su nivel de conciencia, sus ritmos de acción, sus justificaciones teóricas no coinciden. Parece deseable e incluso esencial que no coincidan jamás. Sus contradicciones, sus antagonismos, no deberán ser “resueltos” ni por una dialéctica imperativa, ni por aparatos de dirección que los dominen y opriman.

      Entonces, ¿qué forma de organización? ¿Algo vago, poco definido? ¿Un retorno a las concepciones anárquicas de la Belle Époque? No necesariamente, e incluso seguro que no. A partir del momento en que este imperativo de respeto a los rasgos de singularidad y heterogeneidad de los diversos segmentos de luchas se pusieran en marcha, sería posible desarrollar, sobre objetivos delimitados, un nuevo modo de estructuración —ni vago ni fluido—. Las realidades con las que se enfrentan la revolución molecular y la revolución social, son difíciles; requieren la constitución de aparatos de lucha, de máquinas de guerra revolucionaria eficaces. Pero para que tales organismos de decisión lleguen a ser “tolerables” y no sean rechazados como injertos nocivos, es indispensable que no comporten ninguna “sistemocracia”, tanto a nivel inconsciente como a nivel ideológico manifiesto. Muchos de los que han experimentado el carácter pernicioso de las formas tradicionales de militantismo, se contentan hoy con reaccionar de manera sistemáticamente hostil frente a cualquier forma de organización e incluso, frente a cualquier persona que quisiera asumir la presidencia de una reunión, la redacción de un texto, etc. A partir del momento en que la preocupación primera y permanente ha pasado a ser la de una auténtica confluencia entre las luchas globales (molares) y moleculares, el problema de la instalación de organismos no sólo de información, sino también de decisión se plantea bajo una nueva luz (a escala global, a escala de la ciudad, de la región, de un sector de actividad, a escala europea e incluso más allá). Con todo lo que eso puede suponer en cuanto a rigor y disciplina de acción, aunque respondiendo a métodos radicalmente distintos de aquellos usados por los socialdemócratas y por los bolcheviques: no programáticos, sino diagramáticos.