Felix Guattari

Las luchas del deseo


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sobre las libertades; 3. Las luchas de las múltiples categorías “no garantizadas”,38 marginalizadas por la nueva segmentaridad del CMI; 4. Las luchas sociales más tradicionales.

      Los pocos esbozos que han surgido en este sentido, a partir de los años 60 en los EE. UU., en Italia, en Francia, etc., no podrían servir de modelo. Sin embargo, no avanzaremos en la reconstrucción de un verdadero movimiento revolucionario más que a través de múltiples y sucesivas aproximaciones de este tipo, parciales y llenas de altibajos. En esta perspectiva, debemos prepararnos para los encuentros más imprevistos.

      Los movimientos obreros y los movimientos revolucionarios, a todos los niveles, están lejos aún de haber comprendido la importancia del debate sobre todos estos asuntos de organización. Les vendría bien ponerse al día siguiendo la escuela del CMI, que por su parte se ha dado los medios de forjar nuevas armas para afrontar los trastornos que engendran sus reconversiones y su nueva segmentaridad. El CMI no posee teóricos en estos asuntos. No los necesita. Le basta con una práctica sistemática; sabe lo que es el multicentraje de las decisiones; no le plantea mayor problema el hecho de no disponer de estado mayor central, ni de una súper comisión política para orientarse en las situaciones complejas. (Aunque haga creer en la existencia de estados mayores; de ahí el mito orquestado en torno a la famosa “Comisión Trilateral”. Se deja creer que “ahí es por donde va la cosa”, que ahí es donde hay que apuntar, mientras los verdaderos “actantes”, los verdaderos centros de decisión, están en otro lado).

      Mientras nosotros mismos sigamos dominados por una concepción de los antagonismos sociales, que ya no tiene mayor relación con la situación presente, seguiremos caminando en círculo en nuestros guetos, nos mantendremos indefinidamente a la defensiva, incapaces de apreciar el alcance de las nuevas formas de resistencia en los campos más diversos. Antes que nada, se trata de darse cuenta del grado en que estamos contaminados por los engaños y trampas del CMI. La primera de estas trampas es el sentimiento de impotencia que conduce a una especie de “abandonismo” a las fatalidades del CMI. Por un lado, el Gulag; por el otro, las migajas de libertad del capitalismo y, fuera de eso, aproximaciones confusas hacia un vago socialismo del que no se ve ni el inicio del comienzo, ni sus verdaderas finalidades. Ya seamos de izquierda o de extrema izquierda, ya seamos políticos o apolíticos, tenemos la impresión de estar encerrados en el interior de una fortaleza o, más bien, de un enrejado de alambres de púa que se despliegan no sólo sobre toda la superficie del planeta, sino también en todos los rincones del imaginario. Y, sin embargo, el CMI es mucho más frágil de lo que parece y, por la naturaleza misma de su desarrollo, está destinado a fragilizarse cada vez más. Sin duda, en el futuro, el CMI logrará resolver todavía innumerables problemas técnicos, económicos y de control social. Pero la revolución molecular se le escapará progresivamente. Otra sociedad está gestándose desde ya en los modos de sensibilidad, en los modos relacionales, en los vínculos con el trabajo, con la ciudad, con el medio ambiente, con la cultura, en una palabra: en el inconsciente social. En la medida que se sentirá sobrepasado por esas olas de transformaciones moleculares, cuya naturaleza y contorno se le escapan, el CMI se endurecerá. Ese es el sentido del temible recrudecimiento reaccionario en París, Roma, Londres, New York, Tokio, Moscú, etc. Pero los cientos de millones de jóvenes que hacen frente a lo absurdo de este sistema en América Latina, en Asia, en África, constituyen del mismo modo una ola portadora de otro futuro. Los neoliberales de toda especie se hacen dulces ilusiones si piensan realmente que las cosas se arreglarán por sí mismas en el “mundo feliz” capitalista. Podemos conjeturar razonablemente que las más diversas pruebas de fuerza revolucionaria irán desarrollándose en los próximos decenios.

      Nos corresponde a todos considerar en qué medida —por pequeña que sea— cada uno de nosotros puede trabajar en el levantamiento de máquinas revolucionarias políticas, teóricas, libidinales y estéticas que puedan acelerar la cristalización de un modo de organización social menos absurdo que el que toleramos hoy en día.