Domènec Melé

Ética Profesional


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humanos. A veces se desoye este llamado y no se mejora; al contrario. Pero esto no significa que el llamado a mejorar esté reservado a unos pocos. Viene con la condición misma de persona.

      Ser una persona fuertemente egoísta, alcohólica o drogadicta no es una fatalidad sino consecuencia de un conjunto repetido de actos en los cuales se ha desoído el llamado a buscar y a hacer aquello que más conviene para crecer en humanidad.

      El trabajo para estar plenamente integrado en la vida en su conjunto ha de contribuir a la común vocación humana al desarrollo. El propio trabajo es también una vocación, como hemos visto, que se concreta en una profesión determinada. La vocación profesional ha de integrase en la vocación humana a florecer como personas.

      Ciertamente, el trabajo no es lo único que nos desarrolla. También contribuye a este desarrollo la amistad sincera, que busca el bien del otro, la vida de familia en la que se construye un proyecto común, y la participación en la vida social con voluntad de servicio. Sin embargo, al trabajo –y en gran medida al trabajo profesional– dedicamos una parte importante de nuestra vida y sería lastimoso despreciarlo.

      En este contexto se sitúa la idea de realización personal. Realizarse es hacer realidad alguna cosa; es pasar de la posibilidad a la efectividad. Así, por ejemplo, la posibilidad de ser pintor se realiza cuando se pinta y la posibilidad de establecer lazos de amistad se convierte en realidad cuando realmente hay amistad. El ser humano tiene muchas capacidades y, si se dan las condiciones requeridas y sobre todo dependiendo de su voluntad, puede hacerlas realidad. Hablar de realización personal a veces se interpreta como hacer realidad algún deseo profundo que se toma como fin primordial de toda la vida: lo que a uno le gustaría llegar a ser. Sin embargo, eso no siempre coincide con lo que lo realiza plenamente como persona. Así, por ejemplo, alguien puede buscar su realización en tener éxito en la profesión o ganar mucho dinero, pero la vida humana parecer tener fines superiores a estos. La realización personal se logra creciendo como persona, floreciendo en humanidad, es decir, en aquello que es más genuino en el ser humano, lo cual está relacionado con la capacidad humana de conocer y amar.

      Un buen ejercicio de la libertad personal es clave para el crecimiento humano personal. La libertad no solo consiste en la capacidad de elegir, sino también, y sobre todo, en la capacidad para decidir actuar bien o mal. Con esta autodeterminación a actuar de un modo u otro, la persona puede mejorar o puede degradarse en humanidad.

      Dicho de otro modo, una persona puede buscar sinceramente el sentido de la vida y orientarla coherentemente o, por el contrario, puede desenvolverse siguiendo sus cambiantes deseos y gustos sin ninguna brújula que oriente su vida. Una libertad madura requiere deliberar sobre aquello que es más conveniente para la propia vida más allá de lo que se apetece en cada momento. De tal deliberación depende que una persona crezca o no en virtudes y florezca en su humanidad. Si una persona hace lo que apetece en cada momento, aunque tal cosa manifiesta libertad, esa no es una libertad madura, sino un modo de obrar regido por gustos y sentimientos, que prescinde de una deliberación acerca de si seguir tales gustos o sentimientos me conviene para mejorar como persona. En otras palabras, una libertad madura es una libertad responsable que tiene en cuenta las consecuencias de cada decisión.

      Una última cuestión, pero no por última menos importante, es qué puede motivar a obrar bien. Dicho de otro modo, ¿qué puede moverme a obrar bien, esto es, con ética? Es una cuestión particularmente importante cuando actuar bien puede acarrear algún perjuicio en algo que nos interese: quedar mal con el jefe, perder un cliente o incluso perder el empleo. Son situaciones límites, pero que pueden ocurrir. A veces, con un poco de imaginación podrán encontrarse salidas airosas para actuar bien y eliminar o minimizar los perjuicios.

      Sin necesidad de llegar a situaciones extremas, conviene considerar qué motivaciones puede tener el profesional para actuar bien. Cabe señalar las siguientes, de menor a mayor calidad motivacional:

      • Evitar riesgos de penalización, ya que muchas veces contravenir la ética es también ilegal. Sin embargo, la legalidad solo incluye evitar comportamientos delictivos. La ética es mucho más amplia que la legalidad.

      • Responder positivamente a presiones del entorno profesional (gremio, asociación profesional, etc.) que pueden incluir desprestigio y, en algunos casos, sanciones. También esta motivación suele estar limitada a mínimos éticos.

      • Ganar reputación de honradez y que el entorno tenga confianza en el comportamiento profesional. Esto abarca un ámbito de actuación no limitado a mínimos éticos, pero está fundamentado en factores externos basados en la imagen, que puede no responder a la realidad.

      • Mantener la integridad personal. Se valora la degradación de la persona que acarrea obrar mal, impidiendo un pleno desarrollo humano, y al revés. En este sentido, Sócrates ya advertía que era peor cometer una injusticia que sufrirla, porque mientras actuar injustamente degrada en humanidad a quien así actúa, sufrirla, aunque produzca sufrimiento, no destruye la integridad personal.

      • Querer agradar a Dios. En personas religiosas, querer actuar para agradar a Dios es una motivación importante, ya que actuar mal ofende a Dios, autor de la ley moral. En teología, la ofensa a Dios por una mala conducta se denomina ‘pecado’, que significa “rechazo de la voluntad de Dios”. De modo parecido a Sócrates, pero desde una perspectiva más profunda, el Evangelio invita a preguntarse: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mc 8, 36).

      Estas dos últimas motivaciones responden a motivos interiores, y no tanto a los efectos externos, del comportamiento. Por ello, pueden ser especialmente relevantes cuando actuar bien causa un perjuicio económico o exige tener que actuar en dirección contraria a la habitual en un ambiente más o menos corrupto y los efectos externos no se perciben como demasiado relevantes.

      Aunque el desarrollo personal es responsabilidad de cada uno, el entorno humano y social en que se vive puede favorecer o dificultar el desarrollo. Conseguir este buen entorno es bueno para todos –es “bien común”– y todos están llamados a conseguirlo, cada uno desde su lugar en la vida y con su trabajo. En relación con estos dos aspectos del desarrollo surge el concepto de “desarrollo humano integral”16, que incluye el desarrollo personal y la contribución al desarrollo de los demás.

      En realidad, ambos desarrollos están relacionados: el hombre, como ser social que es, no puede crecer en humanidad despreciando a los demás o dejando de favorecer su desarrollo. En este sentido cabe hablar de vocación al desarrollo humano integral en el cual, como hemos visto en este capítulo, el trabajo profesional tiene un papel destacado. Con el trabajo se sirve a quienes utilizan sus resultados, se facilita el trabajo de otros, se sostiene a la propia familia, se desarrollan conocimientos y técnicas, se da buen ejemplo y se consiguen recursos que pueden ayudar a personas necesitadas. En este servicio a los demás, quien trabaja crece en su humanidad.

      Las instituciones sociales pueden contribuir al desarrollo humano integral, pero, como señaló el papa Benedicto XVI, “las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos. Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios”17.

      Concluyamos remarcando que la vocación de toda persona al desarrollo humano integral incluye el propio crecimiento o florecimiento humano, que no se logra sin servir a los demás y favorecer que también ellos se puedan desarrollar como personas.

      1. ¿Por qué el trabajo tiene dignidad?

      2. Explica, con ejemplos, qué tipos de motivos pueden dar significado al trabajo más allá de su valor económico.

      3. Argumenta por qué el trabajo profesional no debe ser considerado como una mercancía o una anónima fuerza de producción.

      4. Indica significados del trabajo profesional, más allá de su valor económico.

      5.