fines de semana ya estoy con vosotros”.
Una oportunidad de promoción
Desde hacía seis años, la empresa de Vicente crecía de forma importante siguiendo el desarrollo del sector farmacéutico. Lo hizo incluso a un ritmo superior. Este crecimiento motivó diversas reestructuraciones en la oficina central en Madrid, incluyendo la creación de nuevos puestos de trabajo en el departamento de marketing. Vicente vio en estos cambios una posibilidad de promoción. Tenía 39 años y llevaba 15 en la misma empresa, siempre de agente comercial. De seguir en Cataluña, tenía expectativas de llegar a ser jefe regional. Sin embargo, esta posibilidad era muy lejana, ya que su jefe tenía solo 43 años y parecía muy consolidado en su puesto. La única opción era acceder a uno de los nuevos puestos creados en la oficina central en Madrid.
En un encuentro informal entre Vicente y Ramón Serra, su actual jefe regional, salió el tema de esos nuevos puestos. Vicente le comentó que le haría mucha ilusión ocupar alguno de ellos. Ramón se quedó sorprendido. Era poco habitual que un veterano y eficiente vendedor de provincias, que entre salario fijo y comisiones obtenía unos elevados ingresos, mostrase deseos de pasar a Madrid, donde probablemente no ganaría más y tendría un tipo de trabajo relativamente distinto, menos dinámico. Vicente argumentó que era capaz de superarse a sí mismo y ahora tenía su gran oportunidad; lo de ganar más era cuestión de tiempo. Finalmente, el jefe regional prometió a Vicente que haría lo que pudiera para que lograse sus deseos.
Al poco tiempo, Vicente era llamado a Madrid para entrevistarse con el director comercial para España de la multinacional donde trabajaba. En la reunión le ofrecieron ser jefe de producto para España de una línea que se pretendía reforzar y desarrollar a la vista de la nueva situación del mercado. Vicente, sin pensárselo dos veces, respondió afirmativamente a la propuesta.
Cuando Vicente llegó a casa los niños ya se habían acostado. Volvía tan contento que nada más entrar no pudo contenerse y contó todo a Maribel:
- “Me han ofrecido un puesto fantástico. Por fin llegó la oportunidad de promocionar. Aquí nunca llegaría muy lejos. Ocuparé un cargo importante y con enorme proyección futura en la compañía. Veo que consideran mi valía. No solo me tienen por un buen técnico comercial, sino que confían en mí para una actividad de mucha envergadura. Ahora, voy a ser jefe de producto y después… quién sabe hasta dónde llegaré. Además, se han comprometido a proporcionarme una ayuda económica para el cambio de vivienda y, si hace falta, me concederán crédito a bajo interés con el mismo fin. Venderemos la casa que tenemos aquí y compraremos otra en Madrid. De momento no podrá ser un barrio muy elegante, pues la vivienda está muy cara en la capital, pero todo llegará. También van a pagarme clases de inglés, pues a partir de ahora lo voy a necesitar para comunicarme con la división para Europa, que tiene su sede en Londres”.
Vicente siguió hablando con gran entusiasmo durante largo tiempo sin que Maribel abriera la boca.
- “Quieren que empiece el primero de año –concluyó Vicente–, pero vosotros de momento no tendréis que trasladaros. Así los niños acabarán el curso en su colegio. Entre tanto, yo buscaré un pequeño apartamento y vendré todos los fines de semana; con el puente aéreo Madrid-Barcelona será fácil. La empresa también se hará cargo de estos viajes. En verano venderemos la casa y nos trasladaremos todos a Madrid”.
En el rostro de Maribel se adivinaba que no compartía en absoluto el entusiasmo de su esposo. Solo después de mucho hablar, Vicente pareció darse cuenta del desagrado de Maribel:
- “¿No te alegras de esta noticia?”, le preguntó.
Maribel escuetamente respondió:
- “¿Y qué se nos ha perdido en Madrid?”.
Cuestiones:
• Analiza el comportamiento profesional y familiar de Vicente.
• ¿Por qué Vicente valora tanto su profesión? Y ¿por qué a su esposa Maribel no le hace ninguna gracia?
• ¿Qué reflexiones podrían hacerse a Vicente? ¿Qué le recomendarías?
DIGNIDAD DEL TRABAJO
El trabajo profesional, realizado por cuenta propia, en colaboración con otros profesionales o trabajando para alguna empresa o firma de servicio, es el medio ordinario para ganarse la vida. Exige esfuerzo y con frecuencia encierra penalidades. Pero supondría una visión muy pobre ver el trabajo únicamente como una penalidad irremediable o como un simple medio para ganarse la vida, sin descubrir otros significados profundos que encierra13.
El trabajo permite ejercitar los propios talentos y plasmarlos en algo valioso que, a menudo, lleva la huella de quien lo ha realizado. El trabajo potencia nuestras capacidades y permite que crezcamos como profesionales y como personas. El trabajo permite sacar adelante la familia, contribuye al progreso personal y al del propio país. Con el trabajo no solo se produce algo, con el trabajo se presta un servicio a personas concretas y de algún modo repercute en toda la sociedad: el trabajo contribuye al bien común, es decir, al bien de toda la comunidad.
Mediante el trabajo los profesionales conocen y se relacionan con otras personas, empezando por sus compañeros de profesión y siguiendo con clientes y proveedores. A través del trabajo se suelen crear vínculos que expresan compañerismo, y hasta afecto y amistad, con quienes se colabora o se participa de una misma actividad laboral. El trabajo hace posible, además, desarrollar nuevos conocimientos o crear nuevas técnicas.
Ciertamente, el trabajo con frecuencia es fuente de inquietudes y cansancio, pero también es verdad que el trabajo puede ser fuente de satisfacción por la tarea realizada, el servicio prestado o simplemente por brindar la oportunidad de hacer algo que gusta hacerlo.
Todo ello nos hace intuir que el trabajo encierra dignidad. Sin embargo, en la consideración social del trabajo tal dignidad no siempre es suficientemente resaltada. Es frecuente ver el trabajo exclusivamente en su valor utilitario: como fuente de remuneración, beneficio económico, prestigio o poder. Algunas ideologías enfatizan tanto el valor económico del trabajo que llegan a identificarlo con una mercancía que se vende por un salario. Otras ven el trabajo como una fuente anónima de producción, esto es, como un factor económico para crear riqueza, sin más. En este sentido se habla de la “fuerza laboral” o de “mano de obra”.
Estas visiones no aciertan a descubrir que el trabajo, por ser prolongación de la persona, participa de su dignidad y por ello puede afirmarse que el trabajo tiene dignidad. Es claro que el trabajo merece un salario y que es una fuerza productiva, pero si el trabajo tiene dignidad, es incorrecto considerarlo como mera mercancía o como simple fuerza laboral para fines productivos. El trabajo es ante todo una prestación personal, actividad de una persona, consciente y libre, que merece todo respeto y consideración. La fuente de la dignidad del trabajo hay que buscarla, pues, en la persona que trabaja y no en el valor económico de lo producido ni en la admiración social de la tarea realizada.
La dignidad del trabajo deriva de quien lo realiza: una persona, es decir, alguien dotado de dignidad. Y si la dignidad del trabajo depende de la persona del trabajador, es necesario afirmar que todos los trabajos honrados están revestidos de idéntica dignidad y, de algún modo, sirven al bien común. No tiene pues sentido minusvalorar ningún trabajo honrado.
Por otra parte, el trabajo es actividad de toda la persona, no solo de las manos, ni solo del intelecto. Si bien es cierto que en algunas profesiones el aspecto corporal es más evidente, y así se habla de trabajos manuales, en realidad mente y cuerpo concurren en el trabajo. También los trabajos aparentemente más intelectuales tienen algo de manual, como la escritura, el uso del ordenador u otros medios tecnológicos para expresar ideas y comunicarse. Los trabajos manuales exigen también cierta reflexión. Todo trabajo es, pues, manual e intelectual a la vez. En rigor, tampoco hay trabajos puramente directivos y otros estrictamente operativos. Los trabajos profesionales que conllevan dirección o liderazgo de personas tienen algo de operativo, y los trabajos llamados operativos no suelen reducirse a mera ejecución mecánica de órdenes recibidas. En ellos hay que poner la cabeza e incluso el corazón, entendido como símbolo de sentimientos