al suelo sucio, lleno de escupitajos.
—Lo que tenemos aquí no es un interrogatorio — com entó Volobúiev mientras se alejaba hacia la puerta—, sino sendas crisis nerviosas. Solo que cuando yo aúllo, lo hago por los hambrientos, mientras que tú te comportas como un bruto por los relojes y las monedas, perro sarnoso.
Abrió bien la puerta y gritó:
—¡Lapshín! A ver, alguno, buscadme a Lapshín, que invite a unos testigos y que tire para acá, tengo un burgués baboseando el suelo y sacudiéndose el trasero con los talones.
Ese mismo día la Checa moscovita se llevó a Belov. Se encontraba en estado de postración: entendía mal las preguntas. El médico al que llamaron hizo constar que sufría un fuerte choque y dio al detenido un tranquilizante, no sin ordenar antes que no se le sometiera a interrogatorio en los cinco días siguientes.
El presidente de la Checa moscovita, Messing,7 escribió su resolución: «Al jefe de la cárcel: pido que se cumplan las instrucciones del médico».
Ninguna de las búsquedas de Kuzmá Tumánov dio resultado: había desaparecido, como si se lo hubiera tragado la tierra.
Un grupo operativo de la Checa de Moscú salió en dirección a la aldea Avérkino, donde vivía el padre de Belov, Serguéi Mokéievich. Antes tenía tres tractores, pero el nuevo poder se los había confiscado en el diecinueve. El registro de la casa del viejo Belov no aportó nada nuevo.
Una semana después el médico vio en el detenido una brusca transformación. Este lo miraba ansioso a los ojos y preguntó en un susurro:
—Doctor, si soy sincero, ¿no me fusilarán?
—Yo solo soy el médico, querido, y de verdad que no conozco los pormenores… A ver, un pie sobre el otro…
—Dios mío, ¿qué pinta aquí el pie? La noche después de que usted se fuera, me desperté empapado de sudor. Me daba miedo abrir los ojos, pensaba que había sido un sueño, ha sido un sueño… Me quedé echado, sin levantarme, después abrí un ojo… el techo gris y la bombilla con rejillas. Y lo que pude llorar, doctor, toda la noche llorando. Aunque llorar era como dulce: ¿cuánto más tengo que llorar en esta vida? Y sentía dolor en una mano, como si la atravesara una corriente, estar tumbado en el catre resultaba incluso agradable… Y mear en el bacín, también es como dulce, tierno…
—Y antes ¿en qué pensaba? —preguntó el médico—. ¿Cuándo empezó con todo eso?
—¿Usted en qué piensa cuando está borracho?
—Huy, mi querido amigo, ya no recuerdo cuando he estado yo borracho…
—Pues yo, borracho, soy tonto. A saber las cosas que puedo llegar a hacer por una moza. Cuando estoy bebido, el coraje se me desata. Y a la mañana siguiente me da vergüenza mirarme al espejo: me escupiría a la jeta, pero achispado me gusto tanto… Entonces soy fuerte, lleno de desprecio, y a las mozas les resulto enigmático.
—¿Cómo es usted con respecto al sexo?
—¿El sexo es el acto sexual?
—Casi. —El doctor no pudo evitar una sonrisa.
—Solo puedo si estoy borracho. Sobrio, me quedo pasmado delante de las mozas, no puedo decir ni una palabra, y de sexo ni hablamos.
—¿En su familia nadie ha tenido la enfermedad de las caídas?
—No estoy loco, doctor, no lo estoy… Comprendo con precisión todo lo que ocurre a mi alrededor, dónde estoy y qué me puede pasar…
El doctor recetó una nueva sesión de tranquilizantes, aunque en su conversación con el jefe de la cárcel expresó su suposición de que el arrestado era completamente responsable de sus actos.
Esa misma noche Belov escribió una carta a Dzerzhinski en la que le pedía que lo llamara para interrogarlo. Cuando le denegaron el interrogatorio, se declaró en huelga de hambre. No se esperaban eso del joven. Messing, el presidente de la Checa moscovita, se acercó a la cárcel.
—¿Cuáles son sus peticiones? —preguntó a Belov—. ¿Por qué una huelga de hambre?
—Porque no me interrogan.
—No está en condiciones de ser interrogado.
—Cada día que paso sin saber… es como morir… ¡Pondré fin a mi vida!
—Con relación al fin de su vida, intentaremos no permitírselo. —Messing medio se giró hacia el jefe de la cárcel y le pidió—: Si notan algún truco de esa clase, métanlo en una celda de castigo.
—Claro, camarada Messing.
—¿Quiere declarar algo más, Belov?
—Y usted, ¿usted no tiene nada que declararme?
—¡No se haga el gracioso!
—No lo hago. Cada persona tiene su propia forma de comunicarse… Quiero saber qué es lo que me aguarda si hago una confesión.
—La confesión espontánea se ofrece cuando el hombre no puede pasar sin ella, si quiere sentirse limpio… Pero si este negocia («deme pan a cambio de mi confesión»), entonces no hay nada de qué hablar…
—Yo no pido pan, sino vivir…
—Mientras ponga condiciones, no habrá conversación que valga. Y esa huelga de hambre… acabe ya, no es serio. Aguantará dos días, después empezará a quejarse…
—¿Por qué me habla con tanta dureza?
—Dé gracias de que hable con usted, Belov. Tengo muchas ganas de fusilarlo, justo aquí, sin moverme del sitio… Está bien, está bien… Moscú no cree en las lágrimas, ya sabe. ¡Con las joyas que le hemos quitado podría alimentarse una fábrica!
—¡Pero es que tengo veinte años! ¡Solo veinte! —Belov empezó a gritar y a hacer crujir los nudillos—. ¡Quiero vivir! Es necesario que viva, lo que pasa es que soy joven y tonto.
—A los veinte años ya hay que tener algo de cabeza… Yo tengo veintiséis, por cierto. Si quiere, escriba todos los detalles y póngalo a mi nombre: cómo mató a Kuzmá Tumánov, dónde tiene instalado su escondite —Messing hablaba sin prisa, fijándose en que las pupilas de Belov se dilataban y en que este retrocedía despacito—, y cuantos más detalles escriba, será mejor…
—¿Para mí?
—Para nosotros más, por supuesto —se sonrió Messing— , pero el tribunal puede que tenga en cuenta su tonta edad, ¿por qué no? Demuestre, ¿por qué no?, que no los robó usted, sino otros, y que usted solo es un eslabón de transmisión…
«No digas nada, nada de nada —recordó Belov con precisión y claridad pasmosa la cara de Iván Ivánovich durante su último encuentro—. Por mucho miedo que tengas, por mal que te vaya, no digas nada. No es por asustarte, te estoy contando un secreto. Fíjate: hay amnistías todos los años, para el Primero de Mayo y para el aniversario de Octubre. Punto uno. Después, no van a durar mucho, el hambre los derrotará. Punto dos. No permitimos que se ofenda a los nuestros, nuestros brazos también son alargados, hemos salido de situaciones tales que tú… este es el tercer punto. Y recuerda que el tiempo siempre trabaja en beneficio de quien es valiente y duro. Al que se desanima al momento se le considera un gasto prescindible».
—No voy a escribir nada —dijo Belov al fin—. Puede no interrogarme incluso: agua que corre nunca mal coge. No han querido por las buenas, pues no hace falta.
—Pero qué canalla… —De la sorpresa, a Messing se le alargaron las palabras—. Vaya canalla estás hecho, ¿eh? Muy bien, vuelve a tu celda. Y recuerda que no volveré a hablar contigo, por mucho que lo pidas. Es mi última palabra, gusano.