—¡Bravo!
Sus miradas se encontraron. Vsévolod sonrió y en sus ojos no había ni la severidad ni el sentimiento de superioridad que tanto había temido Stepansky.
Vsévolod, a su vez, reparó en que el polaco estaba sin afeitar, que tenía la camisa arrugada, las botas sin limpiar y el abrigo sucio; en el hombro izquierdo había algo de pelusilla, y los dedos estaban cubiertos de esa capa grisácea de suciedad especialmente visible en unas manos tan bien cuidadas y gruesas.
—¡Bravo! —repitió Stepansky—. Razona usted con claridad, joven…
—No merece la pena hacerlo de otra manera.
—No pretendía ofenderlo con la mención a su juventud…
—Eso es algo que no ofende. Al contrario…
—No sé si habrá tenido usted ocasión —dijo Stepansky, que empezaba a cabrearse— de tratar con agentes serios y formales de los servicios de información extranjeros, pero quiero hacerle una observación: el Estado Mayor polaco se encuentra ahora en el centro de interés de todos los países europeos. Yo, en particular, tengo contacto con franceses e ingleses.
—¿Recuerda el nombre de su gente en París y en Londres?
—Naturalmente.
—¿Las operaciones?
—¿Las antiguas?
—Y las nuevas.
—Las que tienen intención de realizar Londres o París, no. Pero sus operaciones no se me escapan, me considero especialista en el mundo de los sóviets… ¿Cuándo va a informar de esta entrevista a sus superiores? ¿Puede llamar a alguno de sus jefes con responsabilidades?
—Ya lo organizaremos —prometió Vsévolod.
—¿Cuándo?
—Dentro de unos siete días.
—No es posible…
—Qué se le va a hacer…
Después de una larga pausa Vsévolod preguntó:
—¿Cuándo le han robado?
No lo sabía con seguridad y no podía saberlo. Simplemente su cerebro —el cerebro de un analista, de un hombre valiente y alegre— había analizado los hechos automáticamente; de toda la cantidad de información recibida Vsévolod había seleccionado la siguiente: en primer lugar, el polaco tenía hambre, pues había mirado varios carteles de tabernas y olfateaba los olores de las salchichas fritas; en segundo lugar, quería fumar, pero no tenía tabaco; en tercero, Stef-Stepansky tenía fama de presumido y su ropa siempre se distinguía por un gusto impecable, mientras que ahora estaba desaliñado y sucio; en cuarto, remarcaba cuanto podía su importancia, algo que suele pasar con la gente que se ve obligada, debido a determinadas circunstancias, a cifrar más esperanzas en el pasado que a confiar en un futuro salvador.
Stef-Stepansky frunció el ceño con repugnancia:
—¿Han sido ustedes?
—¿Acaso sus amigos en la embajada no han podido ayudarlo? —continuó Vsévolod sin responder a su respuesta.
—¿Ha vivido usted en Europa?
—Sí.
—Por lo visto en el ambiente de la emigración… Apoyo mutuo, camaradería y cosas así… Es jov… Perdone…
—Pero no, por Dios, está bien… Es que nosotros no nos ganamos los rangos con la edad.
—¿Con sus cualidades en el trabajo?
—Exacto.
—¿Y quién da dinero en Europa «solo porque sí»?
—Ponga una denuncia y diga que le ha robado la Checa… ¿Es que no le ofrecerían ayuda para el camino de vuelta?
—¡Bravo! ¿Y qué hago en Polonia?
«¡Lo tengo! —se dijo Vsévolod—. ¡El ratón ha caído en la trampa! Allí no tendría nada que llevarse a la boca porque lo echarán del servicio, en el portamonedas se ha llevado algo importante o demasiado dinero. Lo de venir a vernos va en serio, parece».
—Tenga, fume un poco —propuso Vsévolod.
Por la forma ansiosa con que Stepansky daba caladas, intentando al mismo tiempo sujetar el cigarrillo de manera que no quedaran al descubierto sus dedos sucios, Vladímirov terminó de convencerse de que su versión era correcta.
—Vamos a picar algo, ¿quiere? —propuso Vsévolod.
Tras ordenar para Stepansky salchichas hechas al estilo cochero, gelatina y cerveza, dijo:
—Supongo que no tiene sentido que vayamos a un restaurante, podría haber conocidos suyos.
Stepansky asintió en silencio, porque no podía abrir la boca: las salchichas estaban calientes, pero, como todo hombre hambriento, había partido un trozo demasiado grande y con cuidado aspiraba aire por las fosas nasales, para de alguna manera enfriar la carne chisporroteante, basta, maravillosa…
Después de comer Stef-Stepansky cerró los ojos y dijo:
—Y ahora, por dormir una horita, media vida.
—Vamos a mi casa, deliberaremos allí, y puede echarse a descansar mientras le preparan una habitación de hotel. Todavía tengo algunas preguntas que hacerle.
—Adelante…
—¿El apellido Bechkovski no le dice nada?
—No.
—¿Y Krakowiacki?
—No.
—¿Qué me dice de Lesnowrodzki?
—¿El coronel Lesnowrodzki? Creo que es el supervisor de su representación en Varsovia.
Nota del representante plenipotenciario de la rSfSr en Varsovia para Skirmunt, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia
En el transcurso de las últimas semanas, en la representación plenipotenciaria rusa ha aparecido varias veces una persona desconocida que a posteriori ha resultado ser el coronel Lesnowrodzki, agente de la II Sección del Estado Mayor polaco, con el ofrecimiento de suministrar al Gobierno ruso documentos oficiales secretos del Estado Mayor de Polonia. En la representación plenipotenciaria rusa ha recibido constantes negativas de servirse de su ofrecimiento. Con todo, el 10 de octubre, ya entrada la tarde, el coronel Lesnowrodzki apareció en la representación plenipotenciaria rusa trayendo consigo diferentes documentos y un expediente secreto completo sobre el espionaje polaco en Alemania con numerosos sellos, firmas y timbres de la II Sección, con un mapa y fotografías de, presuntamente, los espías polacos en Alemania, y propuso que le compraran todos estos documentos por 500 000 marcos. Nada más ser informado de este asunto, llamé enseguida al viceministro Dąbski y le pedí que enviara inmediatamente a la representación plenipotenciaria a un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, junto con representantes de otras autoridades para levantar acta y arrestar al coronel Lesnowrodzki. Lamentablemente, debido a lo tardío de la hora, el viceministro Dąbski no pudo enviar a un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores. A la representación plenipotenciaria solo se enviaron delegados de la policía general y de la judicial, quienes detuvieron al coronel Lesnowrodzki, pero se negaron a interrogarlo. La ausencia en el expediente de la primera declaración del señor Lesnowrodzki en la misma representación plenipotenciaria constituye un detrimento considerable para su normal instrucción, que puede influir en su ulterior desarrollo. Mientras se esperaba a los representantes de las autoridades polacas, el coronel Lesnowrodzki reconoció que, en su calidad de agente de la II Sección del Estado Mayor, su jefe inmediato el mayor Kierzkowski le había encomendado ganarse la confianza de la representación plenipotenciaria con finalidad provocadora y que los documentos facilitados eran una falsificación preparada por la II Sección y que a él se los había entregado el mayor Kierzkowski para que los vendiera en la