cerámica, sellos de piedra y pequeñas figuras de arcilla en el único centro de culto localizado hasta ahora (Tell Qasile). Distintas pruebas materiales demuestran el asentamiento de otros «pueblos del mar» en la región.
Los hallazgos arqueológicos atribuidos a las tribus israelitas durante el periodo de los Jueces no son excesivos y pueden interpretarse de diversas maneras. Sin embargo, la ausencia de descubrimientos sobre determinados hechos recogidos en la Biblia no constituye un argumento convincente para negarlos. Por ejemplo, no se han descubierto hasta ahora restos de asentamientos israelitas en el Canaán del Bronce Final, cuando suele fecharse el éxodo a Egipto. Sobre las conquistas de ciudades narradas en el libro de Josué, la información que aportan las excavaciones tampoco es relevante: no hay restos de murallas en Jericó, que pudieron haber desaparecido de muchas maneras y, por tanto, nada contradice el relato bíblico.
La ciudad de Ay, sin embargo, se destruyó en el Bronce Antiguo y no se reconstruyó hasta la Edad del Hierro I, por lo que no había ninguna ciudad cananea en el segundo milenio a.C. En este caso, el redactor de la narración bíblica quizá atribuyó a Josué hechos que ocurrieron durante la conquista posterior de la ciudad. Carecemos de razones para negar que, como afirma el pasaje bíblico correspondiente, Josué conquistó las ciudades cananeas de la Šefelá y la región montañosa (Jerusalén, Hebrón, Yarmut, Laquíš) pues, efectivamente, se destruyeron los estratos de esa época. Y en cuanto a Jasor, la principal ciudad cananea, sí está probada su destrucción por los israelitas en el siglo XIII a.C.
Con una sola excepción, también hay correlación entre la narración bíblica y los hallazgos arqueológicos en ciudades no conquistadas por los israelitas porque en tales asentamientos pervivió la cultura cananea. Más adelante expondremos las hipótesis que se barajan para explicar el resultado actual de las investigaciones sobre lo relatado en el libro de Josué, rico en concordancias con las excavaciones arqueológicas pero en el que tampoco faltan discrepancias.
Los especialistas divergen sobre los criterios que definen los primeros asentamientos israelitas en Canaán, y permanece la duda sobre la identificación de muchos yacimientos. El mejor camino fue establecer esos criterios tras estudiar los núcleos israelitas mencionados en la Biblia (por ejemplo Silo, Dan y Beršeba) y, a falta de otras fuentes, fiarse de tal atribución. Tras hacerlo se ha comprobado que las conclusiones se ajustan a lo relatado en el libro de los Jueces. Los israelitas eran un pueblo sedentario, dedicado a labores agrícolas y ganaderas que, si bien fueron influidos por los cananeos en aspectos significativos de su cultura material (arquitectura, cerámica, artesanía, arte), pronto adoptaron un modo de vida distinto al de sus vecinos.
Según Finkelstein, los israelitas llegaron desde el este y al principio se asentaron en las márgenes orientales de las montañas centrales de Canaán para, desde allí, extenderse después a la Alta Galilea, Judá y el Négueb septentrional. Los cálculos del mencionado autor indican que, en sus inicios, el asentamiento pudo alcanzar las 20.000 personas, llegando a 60.000 a fines de la Edad de Hierro I, poco antes de la monarquía israelita.
La Edad del Hierro II es mejor conocida. Como afirma el arqueólogo israelí Gabriel Barkay, «la arqueología de la Edad del Hierro II en la tierra de Israel es una arqueología histórica, y el objetivo del arqueólogo debe ser integrar los hallazgos arqueológicos con las fuentes escritas, de las que la Biblia es la más importante. La arqueología histórica, en esta época, ya no trata con pueblos anónimos y con culturas sin nombre; las lenguas, las tradiciones, la religión, las creaciones literarias y artísticas y la evolución histórica de los israelitas y, en menor grado, de sus vecinos, se conocen bien.»
A comienzos del Hierro II la cultura material muestra ya pocas huellas del pasado cananeo. La transición a la monarquía transformó el patrón de asentamiento israelita. Algunos yacimientos se arrasaron, otros se abandonaron y también los hay que evidencian por su pobreza síntomas de crisis. Simultáneamente, antiguas ciudades se fortificaron y surgieron nuevos núcleos de población. Los restos manifiestan claras distinciones entre las culturas del reino de Israel, el reino de Judá, los filisteos y los reinos transjordanos. Predominan los asentamientos urbanos y las excavaciones han permitido hacer planos completos de ciudades, cuyas técnicas de construcción y objetos prueban la existencia de un mercado cultural común que alcanzaba el norte de África e incluso la península Ibérica.
Durante la Edad del Hierro II-a (siglos X y IX a.C.) faltan sincronismos entre el registro arqueológico y la magnificencia que reflejan los textos bíblicos, aunque el descubrimiento de las puertas de entrada de Jasor, Meguiddo y Guézer, de tiempos del rey Salomón, evidencian cierto esplendor. Diseminados por los Altos del Négueb se han descubierto restos de casi 50 fortalezas, muchas ya excavadas, destruidas en el 925 a.C. por el faraón egipcio Shishak. Aún se discute si fueron construidas por los amalecitas en el siglo XI a.C. o por los israelitas en esa misma época o un siglo después.
Al Hierro pertenecen también las primeras acrópolis separadas y fortificadas de Israel, como la que probablemente existió en el Monte del Templo de Jerusalén, o la que se halló en Samaria, capital política y religiosa de Israel desde 876 hasta 722 a.C. Hay además vestigios de palacios (Meguiddo, Laquíš, Tel Dan, Samaría) construidos con sillería, como afirma la Biblia. En ellos y en Jerusalén se han descubierto capiteles protojónicos o «de palmeta israelita», como también se les denomina. Las tallas de marfil encontradas en tierras del reino de Israel demuestran la influencia fenicia, aunque no faltan objetos autóctonos como vasos de culto, altares de incienso, sellos de piedra y cerámica propia.
La abundancia de inscripciones constituye una de las mayores sorpresas de los restos de la Edad del Hierro II-b (siglo VIII a.C.) de Israel y Judá. El hecho revela el alto grado de instrucción de la sociedad israelita, también en esto diferente a los egipcios y mesopotámicos, mayoritariamente analfabetos. Los yacimientos reflejan además un notable desarrollo urbanístico. La planificación no fue exclusiva de Samaria y Jerusalén, capitales de Israel y Judá respectivamente, pues se aprecia igualmente en ciudades más pequeñas, dotadas de sistemas de abastecimiento de agua y laderas de acceso reforzadas para resistir mejor al enemigo. Aun así el reino de Israel, inestable, no aguantó la presión y a fines de la etapa acabó siendo incorporado por Asiria. La mezcla de israelitas y asirios dio origen a un nuevo pueblo, los samaritanos.
A lo largo de la Edad del Hierro III-a (siglo VII y principios del VI a.C.) los asirios conquistaron la mayoría de la región, incluyendo las franjas costeras norte (Fenicia) y sur (Filistea). En Judá los monarcas de la dinastía de David, obligados a tributar a los asirios (y en la última década sometidos a los babilonios), continuaron reinando hasta el 587 a.C. Esa cierta independencia explica las diferencias materiales que se observan entre Israel y Judá. En este reino se reforzaron las defensas urbanas, encontrándose numerosas figurillas femeninas asociadas al culto de fertilidad de Aštoret desfiguradas a propósito, quizá por la purificación religiosa emprendida por Josías hacia el 622 a.C.
Las excavaciones confirman nuevamente el panorama general que ofrecen los textos bíblicos. En primer lugar, porque hay más restos asirios en el antiguo reino de Israel que en Judá. También porque, en ambos reinos, los núcleos urbanos reflejan las conquistas asirias en capas de destrucción. Tales conquistas, registradas en los anales asirios y descritas en relieves de sus palacios, fueron seguidas de un proceso de asentamiento. Ello explica tanto el cambio de la cultura material local como la aparición de objetos israelitas en enclaves asirios tradicionales. Entre los hallazgos que avalan la presencia asiria en Israel y en Judá se encuentran estelas reales, ataúdes cerámicos y sellos, así como una tipología cerámica y un modo de construcción característico de los invasores. Sin embargo, escasean los restos de arte asirio. Muerto el rey Asurbanipal, y conquistada su capital imperial Nínive por los babilonios, acabó la presencia asiria en Israel y en Judá.
En esta época Jerusalén es con mucho la ciudad más grande de Judá, pero siguen sin identificarse la mayoría de los edificios que en ella menciona la Biblia. Se cree que la toma de Israel por los asirios contribuyó al crecimiento de la urbe, cuyas laderas se aterrazaron. Aunque razones religiosas, culturales, políticas e incluso estéticas hicieron creer a muchos en una Jerusalén casi invencible, lo cierto es que por sus dimensiones no pasaba de ser una ciudad media del Asia occidental de la Edad del Hierro.