Inmaculada de la Fuente

Inspiración y talento


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en el Círculo Republicano de la calle Puertaferrisa (actual Portaferrissa). Su última intervención en la asamblea anual de Sociedad de Naciones fue en 1934, dentro de una delegación liderada por Salvador de Madariaga.

      Empezaba a formar parte de la élite cultural y profesional femenina. Solo las infatigables María de Maeztu (en el campo educativo y académico) e Isabel Oyarzábal y María Lejárraga habían mostrado un interés tan vivo por formar parte de organizaciones feministas transversales. Campoamor parecía seguir sus pasos, sumando, además, su presencia en los foros jurídicos donde confluía con Victoria Kent. Pero rechazó colaborar con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que, de forma selectiva, quería incorporar a mujeres de prestigio a determinadas organizaciones. No aceptó la propuesta del Ministerio de Trabajo de estar presente en los comités paritarios de trabajadores-empresarios —una forma de maquillar la realidad con una representación femenina escogida—, aunque otras colegas sí se integraran. Su negativa causó malestar en el Gobierno y la llevó a pedir una excedencia de su puesto de mecanógrafa en el Ministerio de Instrucción Pública. Como consecuencia, Primo de Rivera no la incluyó en 1927 en la Asamblea Nacional Consultiva, donde había trece puestos reservados a mujeres de prestigio, entre ellas María de Maeztu. Hay que tener en cuenta que en 1926 Campoamor había rechazado estar en la Junta Directiva del Ateneo madrileño cuando Primo de Rivera decidió intervenir en la institución y nombrar él mismo una Junta Directiva en la que habría un puesto para ella. Aunque el 13 de marzo de 1930 sí iba a entrar como secretaria tercera en la junta ateneísta por votación democrática, lo que la convertiría en la primera mujer que tuvo un cargo directivo en el Ateneo. Era ya miembro de Acción Republicana desde 1929 y llegó a formar parte del Consejo Nacional, aunque, en El voto femenino y yo, puntualizó que en aquel entonces, más que militar en el partido como tal, consideraba que se sentía parte de un grupo.

      María Cambrils y las redes feministas

      Antes de dedicarse a la política activa, mantuvo amistad con algunas mujeres del PSOE como la valenciana María Cambrils, a la que le prologó el libro Feminismo socialista, publicado en 1925. Cambrils dedicó el libro al fundador de su partido, Pablo Iglesias Posse, su «venerable maestro» y sufragó ella misma la edición, indicando que lo recaudado por la venta del libro se destinaría a un fondo para comprar una imprenta para El Socialista. En la introducción del libro se leía:

      Todo hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas.

      Campoamor definía a Cambrils en el prólogo como una militante que «cree en la mujer porque cree en sí misma». La feminista socialista, por su parte, escribió que Campoamor era una abogada «de extraordinarias condiciones oratorias y periodista de nervio», refiriéndose a sus columnas en «El Día y otros diarios españoles».

      La amistad con María Cambrils no era un hecho aislado. Campoamor se había interesado tiempo atrás por la Escuela Nueva, proyecto pedagógico radicado en la Casa del Pueblo de Madrid que pretendía dotar de una formación cultural básica a los trabajadores y difundir el socialismo. Asistió a sus actividades, dio conferencias en agrupaciones y colaboró también en El Socialista. Y en 1927 participó con feministas socialistas en un mitin contra el artículo 438 del Código Penal. Denunciado ya por Carmen de Burgos, el rechazo a este vestigio calderoniano unía a la mayoría de las mujeres. Campoamor lo tenía claro: «Hay que dar otro recurso que la pistola al marido burlado para deshacerse de su mujer: hay que darle el divorcio», declaró. La Segunda República abolió dicho artículo, aunque había desaparecido ya de hecho del Código Penal de la dictadura de Primo de Rivera. Pero estos nexos feministas y culturales con determinados socialistas no se extendieron a sus dirigentes y, a la hora de entrar en política, sus pasos se dirigieron a Acción Republicana.

      Uno de sus frentes internacionales giraba en torno a la Federación Internacional de Mujeres Universitarias fundada en Londres en 1919 por Virginia Gildersleeve, Caroline Spurgeon y Rose Sidgwick. Influidas por las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial, decidieron potenciar la educación de la mujer en todos los ámbitos y crear redes internacionales de universitarias. Un caldo de cultivo idóneo para fomentar las ideas feministas. En España, María de Maeztu impulsó en 1920 Juventud Universitaria Femenina, que Clara Campoamor presidió desde 1929, dándole un carácter más reivindicativo. Pero como para homologarse con la Federación Internacional se requería que sus miembros fueran no estudiantes, sino mujeres con la carrera terminada, en 1921 pasó a llamarse Federación Española de Mujeres Universitarias. Aunque sin perder su nombre original; de hecho, en España coexistieron ambas siglas. En 1928 la Federación Internacional de Mujeres Universitarias celebró su Congreso en Barcelona, Madrid y Sevilla, teniendo a Campoamor como anfitriona.

      En la entrevista realizada por Josefina Carabias para Estampa en 1931, confesó su fe republicana al comentar que en su casa no eran los Reyes los que traían los juguetes en enero, sino una señora a la que su padre llamaba «la República», una lejana, etérea y desconocida dama que había desaparecido del horizonte paterno en 1874 y que empezó a tomar cuerpo en el imaginario político de su hija al final de la segunda década del siglo XX. Campoamor, al igual que su hermano Ignacio, compartía el ideario de los políticos conjurados en San Sebastián: sustituir la debilitada monarquía de Alfonso XIII, que había perdido peso al apoyar la dictadura de Primo de Rivera, por su soñada República. Tras la sublevación de Jaca y la detención del comité revolucionario que apoyaba el Pacto de San Sebastián, Campoamor, al igual que Victoria Kent —abogada de Álvaro de Albornoz— colaboró en la defensa de dos dirigentes guipuzcoanos condenados a muerte, Manuel Andrés Casaus y José Bago, además de su propio hermano, Ignacio Campoamor. A este, redactor de La Prensa y secretario de la Unión Republicana de San Sebastián, le pedían de doce a veinte años de prisión. El 6 de abril de 1930, en el marco de su defensa, Clara Campoamor participó en San Sebastián en un mitin con Miguel de Unamuno a favor de la amnistía. Ocho días después llegaría la República y serían liberados. Su hermano fue nombrado poco después gobernador de Cuenca hasta 1933 y acabaría también en el exilio.

      El 14 de abril de 1931 la abogada se encontraba en San Sebastián y se la vio en uno de los balcones del Centro republicano celebrando la proclamación de la República. Con ella estaba la feminista suiza Antoniette Quinche, a quien había conocido en 1929 en un Foro Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, una organización que había creado la propia abogada española. En un viaje de Campoamor a París en 1928 —su primera visita a la capital francesa—, para participar en el IX Congreso Internacional sobre Protección a la Infancia, surgieron los primeros contactos con juristas francesas y alemanas a las que se agregaron abogadas de otros países. El resultado de estos primeros encuentros fue la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, fundada por Campoamor, la alemana Margaret Brendt, las francesas Marcelle Kraemer Bach y Agatha Divrande y la letrada estona Poska Gruntal.

      En abril de 1928 fue admitida en la Real Sociedad Madrileña de Amigos del País, con una conferencia sobre «Las instituciones tutelares del menor delincuente en Austria y Alemania», un tema que conocía a través de sus colegas europeas y en el que tenía puntos de vista comunes con la experta española, Matilde Huici. Atenta a la vertiente internacional de esta problemática, formó parte del núcleo fundador de la sección española del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y de la Federación Internacional de Uniones Intelectuales, foros promovidos por la Sociedad de Naciones en los que participaron también sus compañeras Kent y Huici, la pintora María Luisa Pérez Herrero y Rosario Lacy, médico de profesión y feminista, aunque se inscribiera en una ideología más conservadora.

      Este incesante activismo prefiguraba ya su salto a la política. De hecho, en 1929 había pedido la excedencia en la Escuela de Adultas, uno de sus trabajos alimenticios seguros, al haber accedido por oposición. Llegó a las Cortes españolas a los 43 años, siendo ya una abogada respetada. Dos años antes, en 1929, había fundado con Matilde Huici la Agrupación Liberal Socialista, un proyecto de corto vuelo en el que intentó aunar sus ideales liberales y sociales, aunque precisamente por eso había cierta indefinición en su programa y suscitó