Inmaculada de la Fuente

Inspiración y talento


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que te cases (El derecho privado)».

      Al estallar la sublevación militar de julio de 1936 que, al no triunfar en todo el territorio ni ser sofocada completamente, derivó en Guerra Civil, Campoamor fue consciente de que no contaba con apoyos personales explícitos dentro de la legalidad ni menos aún en el bando de los sublevados. En esas fechas tenía entre manos un libro sobre los logros de las mujeres, pero lo abandonó ante aquel presente sin certezas, tenebroso. Desde el Madrid sitiado por las tropas franquistas, presenció o escuchó excesos por parte de los comités revolucionarios que, aunque apoyaban al Gobierno, mantenían unas cuotas de poder y discrecionalidad extremas que debilitaban a la España republicana. Decidió marcharse fuera de España con su madre, octogenaria, y su sobrina Consuelo, de 14 años, hija de Ignacio, a finales de agosto. Pero no consiguió billetes en el buque argentino previsto y en septiembre de 1936 tomaron en Alicante un barco de bandera alemana que iba en dirección a Italia, desde donde continuarían a Suiza. El viaje en barco estuvo lleno de complicaciones: unos pasajeros de simpatías falangistas la reconocieron y tras sopesar atentar contra ella (por haber defendido la ley de divorcio de 1932) e incluso tirarla al mar, decidieron no actuar durante el viaje por deferencia al capitán y denunciarla por radiograma al comité español fascista y a la policía italiana. Retenidas al llegar a Italia, Campoamor desplegó su dialéctica y argumentó que, si bien no era fascista (ni comunista), confiaba en que no fuera obligatorio abrazar el fascismo para atravesar Italia rumbo a Suiza. Las dejaron libres a las pocas horas. Tras hacerse eco de este episodio (en La revolución española vista por una republicana), Campoamor remite al lector a una información aparecida en diciembre de ese año en el periódico carlista El pensamiento navarro, firmado por Anjubad (o Anjubar), que detalla las vicisitudes de su viaje en barco y las aviesas intenciones de atentar contra ella de algunos pasajeros. El vespertino La Voz del 15 de diciembre y al día siguiente La Libertad y La Vanguardia se hicieron eco de la información aparecida en El pensamiento navarro. Probablemente, Campoamor se enteró a través de alguno de estos periódicos madrileños o a través de sus amigos.

      En Lausana les acogió la familia de la abogada Antoniette Quinche. A pesar de su hospitalidad, la española decidió explorar la posibilidad de afincarse en Argentina. Lo que no imaginaba es que acabaría viviendo allí diecisiete años, desde 1938 a 1955.

      Antes de partir a Buenos Aires, dejando a su madre al cuidado de la familia Quinche, que la acogería hasta su muerte, publicó en francés en 1937 La révolution espagnole vue par une republicana (La revolución española vista por una republicana), un libro muy crítico con los errores y divisiones en el seno del bando republicano. Posiblemente, había llevado consigo algunas notas redactadas en las semanas del verano del 36 que vivió en Madrid y terminó de escribirlo y pasarlo a limpio en Lausana. Aunque debió traducirlo ella misma al francés al escribirlo, contó con la supervisión de Antoniette Quinche, que figura como traductora. Es un libro apresurado, escrito sobre la marcha y con algunos errores y reiteraciones que, pese a todo, se lee con facilidad por el estilo vibrante de la autora. Es también un texto lleno de dolor e impotencia, una justificación vital que le permite a ella, republicana fuera del poder, analizar de forma implacable las vacilaciones y equivocaciones de sus antiguos compañeros en su camino hacia el desastre. Se considera que La revolución española vista por una republicana es uno de los primeros textos de literatura memorialista sobre la Guerra Civil y los desaciertos y desmanes producidos en el lado republicano. Escrito desde la frontera y la encrucijada personal, la autora no se reconoce en los prohombres de la República que fueron sus compañeros y, aun sabiendo que los sublevados la consideran su enemiga, aflora en ella el sentimiento de no pertenencia a la clase dirigente. Al contrario que Elena Fortún que, en 1943, pasada la guerra, escribe el borrador de Celia en la revolución, un libro que se nutre, desde el filtro literario, de su experiencia en la retaguardia madrileña (similar a la de Campoamor), y decide no publicarlo debido a su dureza (aunque finalmente saliera a la luz en los años ochenta del siglo XX), Campoamor necesitaba compartirlo ya, dar la voz de alarma sobre lo que sucedía y podía ocurrir. La revolución española vista por una republicana es un testimonio con hallazgos lúcidos, pero en cierto modo inacabado al centrarse en los primeros meses de una guerra que duró tres años. Sus críticas a la imprevisión política de los gobernantes y a la falta de técnica al enfrentarse a los sublevados parecen atinadas, pero intercala ajustes de cuentas con políticos que la marginaron como Azaña o que, como Prieto, se mostró beligerante en el Parlamento. De Casares Quiroga recuerda su apodo de Civilón con sarcasmo, y salva a los moderados, como Diego Martínez Barrio, por su propuesta del 20 de julio de hacer un gobierno de conciliación. La republicana aborda una cuestión crucial, la entrega de armas al pueblo amenazado para combatir a los sublevados y defenderse de los civiles emboscados en zona republicana. No hay duda de que distribuir armas o consentir que miembros de comités o sindicatos las portaran provocó que hubiera eslabones de poder que escaparon al control del Gobierno. Pero no analiza, porque ese no es su objetivo, cuál podría haber sido la alternativa ante unos sublevados dispuestos a ir hasta el final. Aunque tiene presente que la situación de guerra creada en España parte de la sublevación militar de julio de 1936, en la introducción del libro que hace la traductora, Antoniette Quinche, no se alude al golpe militar, tal vez por darlo por sabido, y se ciñe a la revolución que bulle en el lado republicano. No sorprende que, a pesar del valioso punto de vista que aporta, el libro supusiera un mazazo para muchos republicanos derrotados que se tropezaron con él en Francia o supieron de su existencia en América. Amigos suyos o defensores de la causa republicana se sintieron dolidos, interpretando que achacaba a su torpeza su posterior derrota. Otros no entendieron cuál había sido su propósito al publicarlo. Entre ellos su admirada amiga y sufragista Paulina Luisi, la socialista uruguaya con quien había estado en Madrid y Sevilla y cuya correspondencia se interrumpió tras manifestarle ella su malestar. Esta y otras reacciones le hicieron meditar a su autora sobre el alcance del libro y su eco en el exilio y, aunque no se arrepintió de haberlo publicado, en Argentina optó por no citarlo entre sus libros publicados. Tampoco se planteó traducirlo de momento al castellano.

      La primera edición en español de La revolución española vista por una republicana, traducida del francés, se publicó en España décadas después en el Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y luego en Renacimiento, ya en 2007, con anotaciones de Luis Español Bouché, su traductor. En 2018 ha vuelto a reeditarse con nuevas aportaciones de Español Bouché sobre Clara Campoamor a partir de la biografía canónica de Concha Fagoaga y Paloma Saavedra.

      Buenos Aires, una segunda vida

      En una de sus cartas a Gregorio Marañón, residente en París, fechada desde Pernambuco (Brasil) el 17 de febrero de 1938, mientras viaja a Argentina, Campoamor, que tenía entonces 50 años, le confiesa su inquietud por su futura vida en América, por lo que se deduce que llegó a Buenos Aires unas semanas después, al inicio de la primavera de 1938. Se decantó por Buenos Aires tras descartar Montevideo, una de sus primeras opciones: allí vivía Paulina Luisi, pero su amistad se había enfriado por su posición sobre la contienda española. Su estancia en Argentina fue un intento de reinventarse desde la literatura, el periodismo y la divulgación cultural. Supuso iniciar una segunda vida dentro de su biografía. Quizás se animó a probar suerte en Buenos Aires al saber que había ya un grupo de republicanos liberales, entre ellos el expresidente Niceto Alcalá-Zamora, exiliado en la capital bonaerense, y el diputado cordobés Federico Fernández de Castillejo, buen amigo suyo, que acababa de llegar. La exdiputada se integró en el círculo de Alcalá-Zamora (estuvo cerca de él cuando murió y asistió a su despedida en el cementerio de la Chacarita y en el homenaje que se le tributó), y fue vecina de Fernández de Castillejo y su familia. Con este último compartió intereses culturales y escribió Heroísmo criollo: la marina argentina en el drama español, el relato de las vicisitudes de los refugiados españoles que llegaron por mar tras la derrota. La disposición de Losada y otras editoriales a acoger en sus colecciones la obra de los exiliados españoles y el contacto con otros refugiados (aunque en el exilio se reprodujeran las diferencias entre ellos mantenidas en España y vivieran en compartimentos estancos) facilitó que colaborara en diversas publicaciones. Entre 1943 y 1945 escribió, para la revista mensual Chabela, ensayos sobre poetas del Siglo de Oro y del Renacimiento o del Romanticismo, y autores latinoamericanos como Amado Nervo o la poeta y feminista sor