calaverada.130
Entretanto Dª. Teresa, y sobre todo la locuacísima Rosa (que cuidó mucho de nombrar varias veces a su ama con los dos títulos en pleito), enteraron velis nolis131 al ceremonioso Marqués de todo lo acontecido en la casa y sus cercanías desde que la tarde anterior sonó el primer tiro hasta aquel mismísimo instante, sin omitir la repugnancia de D. Jorge a dejarse cuidar132 y compadecer por las personas que le habían salvado la vida.
Luego que dejaron de hablar la Generala y la gallega, interrogó el Marqués al doctor Sánchez, el cual le informó acerca de las heridas del Capitán en el sentido que ya conocemos, insistiendo en que no debía trasladársele a otro punto, so pena133 de comprometer su curación y hasta su vida.
Por último: el buen D. Álvaro se volvió hacia Angustias en ademán interrogante, o sea explorando si quería añadir alguna cosa a la relación de los demás; y, viendo que la joven se limitaba a hacer un leve saludo negativo, tomó su excelencia las precauciones nasales134 y laríngeas, así como la expedita y grave actitud de quien se dispusiese a hablar en un senado (era senador), y dijo entre serio y afable…
(Pero este discurso debe ir en pieza separada, por si alguna vez lo incluyen en las Obras completas del Marqués, quien también era literato… de los apellidados "de orden".)
III
PODER DE LA ELOCUENCIA
– Señores: en medio de la tribulación que nos aflige, y prescindiendo de consideraciones políticas acerca de los tristísimos acontecimientos de ayer, paréceme que en modo alguno135 podemos quejarnos…
– ¡No te quejes tú, si es que nada te duele!.. Pero ¿cuándo me toca a mí hablar? – interrumpió136 el Capitán Veneno.
– ¡A ti nunca, mi querido Jorge! – le respondió el Marqués suavemente. – Te conozco demasiado para necesitar que me expliques tus actos positivos o negativos. ¡Bástame con el relato de estos señores!137
El Capitán, en quien ya se había notado el profundo respeto… o desprecio con que sistemáticamente se abstenía de llevar la contraria a138 su ilustre primo, cruzó los brazos a lo filósofo, clavó la vista en el techo de la alcoba, y se puso a silbar el himno de Riego.139
– Decía… – prosiguió el Marqués – que de lo peor ha sucedido lo mejor. La nueva desgracia que se ha buscado mi incorregible y muy amado pariente don Jorge de Córdoba, a quien nadie mandaba echar su cuarto a espadas140 en el jaleo de ayer tarde (pues que está de reemplazo, según costumbre, y ya podía haber escarmentado141 de meterse en libros de caballerías), es cosa que tiene facilísimo remedio, o que lo tuvo, felizmente, en el momento oportuno, gracias al heroísmo de esta gallarda señorita, a los caritativos sentimientos de mi señora la generala de Barbastro, Condesa de Santurce, a la pericia del digno doctor en medicina y cirugía Sr. Sánchez, cuya fama érame conocida hace muchos años, y al celo de esta diligente servidora…
Aquí la gallega se echó a llorar.
– Pasemos a la parte dispositiva… – continuó el Marqués, en quien, por lo visto, predominaba el órgano de la clasificación y el deslinde, y que, de consiguiente, hubiera podido ser un gran perito agrónomo.142– Señoras y señores143: supuesto que, a juicio de la ciencia, de acuerdo con el sentido común, fuera muy peligroso mover de ese hospitalario lecho a nuestro interesante enfermo y primo hermano mío don Jorge de Córdoba, me resigno a que continúe perturbando esta sosegada vivienda hasta tanto que pueda ser trasladado a la mía o a la suya. Pero entiéndase que todo ello es partiendo de la base,144 ¡oh querido pariente!, de que tu generoso corazón y el ilustre nombre que llevas sabrán hacerte prescindir de ciertos resabios145 de colegio, cuartel o casino, y ahorrar descontentos y sinsabores146 a la respetable dama y a la digna señorita que, eficazmente secundadas por su activa y robusta doméstica, te libraron de morir en mitad de la calle… – ¡No me repliques! ¡Sabes que yo pienso mucho las cosas antes de proveer,147 y que nunca revoco mis propios autos! Por lo demás, la señora Generala y yo hablaremos a solas (cuando le sea cómodo, pues yo no tengo nunca prisa) acerca de insignificantes pormenores de conducta, que darán forma natural y admisible a lo que siempre será, en el fondo, una gran148 caridad de su parte… – Y, como quiera que ya he dilucidado por medio de este ligero discurso, para el cual no venía preparado, todos los aspectos y fases de la cuestión, ceso por ahora en el ejercicio de la palabra. He dicho.
El Capitán seguía silbando el himno de Riego, y aun creemos que el de Bilbao149 y el de Maella, con los iracundos ojos fijos en el techo de la alcoba, que no sabemos como no principió a arder o no se vino al suelo.
Angustias y su madre, al ver derrotado a su enemigo, habían procurado dos o tres veces llamarle la atención, a fin de calmarlo o consolarlo con su mansa y benévola actitud; pero él les había contestado por medio de rápidos y agrios gestos, muy parecidos a juramentos de venganza, tornando en seguida a su patriótica música, con expresión más viva y ardorosa.
Dijérase que era un loco en presencia de su loquero; pues no otro oficio que este último representaba el Marqués en aquel cuadro.
IV
PREÁMBULOS INDISPENSABLES
Retirose en esto150 el doctor Sánchez, quien, a fuer de151 experimentado fisiólogo y psicólogo, todo lo había comprendido y calificado, cual si se tratase de autómatas y no de personas, y entonces el Marqués pidió de nuevo a la viuda que le concediese unos minutos de audiencia particular.
Doña Teresa le condujo a su gabinete, situado al extremo opuesto de la sala, y, una vez establecidos allí en sendas butacas152 los dos sexagenarios, comenzó el hombre de mundo por pedir agua templada con azúcar, alegando que le fatigaba hablar dos veces seguidas, desde que pronunció en el senado un discurso de tres días en contra de los ferrocarriles y telégrafos; pero, en realidad, lo que se propuso al pedir el agua, fue dar tiempo a que la guipuzcoana le explicase qué generalato153 y qué condado154 eran aquellos de que el buen señor no tenía anterior noticia, y que hacían mucho al caso, dado que iban a tratar de dinero.
¡Pueden imaginarse los lectores con cuánto gusto se explayaría la pobre mujer en tal materia, a poco155 que le hurgó156 D. Álvaro!.. Refirió su expediente de pe a pa, sin olvidar aquello del derecho157 virtual, retrospectivo e implícito… a tener que comer, que le asistía,158 con sujeción al artículo 10 del Convenio de Vergara; y cuando ya no le quedó más que decir y comenzó a abanicarse en señal de tregua, apoderose de la palabra el Marqués de los Tomillares, y habló en los términos siguientes:
(Pero bueno será que vaya también por separada su interesante relación, modelo de análisis expositivo,