los cuernos del animal a la propia Dirce. Los dioses del Olimpo, sin embargo, indignados ante el bárbaro fin de la mujer, la transformaron en fuente, que brotó en las cercanías de Tebas y llevó su nombre. Dioniso, a quien Dirce había tributado honores especiales, hizo enloquecer a Antíope. Se dice que la mujer, demente y errabunda, recorrió gran parte de Grecia; la locura no amortiguó su belleza, por lo que, cuando llegó a Corinto, el rey Focas, al verla, se enamoró de ella, la convirtió en su esposa y consiguió sanarla de la demencia con que Dioniso la había castigado para vengar la muerte de Dirce.
APIS
Divinidad egipcia, representada por una figura de toro completamente negro, consagrado al dios Serapis. En el templo de Menfis se guardaba un toro al que se consideraba como el dios mismo y al que los sacerdotes ofrecían alimentos y bebidas en vasos de oro. Cuando el toro negro moría, todo Egipto vestía de luto, hasta que se conseguía encontrar otro animal idéntico que pudiese ocupar el lugar del dios Apis.
APOLO
Hijo de Zeus y de Leto (Latona), hermano gemelo de Ártemis, nació junto al monte Cinto en la isla de Delos. Se cuenta que Latona, perseguida por los celos de Hera, tuvo que peregrinar durante largo tiempo de un lugar a otro, a fin de encontrar un lugar seguro para dar a luz. Delos había sido, hasta entonces, una enorme roca que flotaba en el Océa no. Después del nacimiento de Apolo y de Ártemis, Poseidón le dio estabilidad fijándola con fuertes columnas hincadas en el fondo del mar. Cuando nació el dios, algunos cisnes sagrados dieron siete veces la vuelta a la isla volando, el séptimo día del mes; luego lo condujeron a su país a orillas del Océano, junto a los Hiperbóreos, que vivían en paz y justicia bajo un cielo siempre puro. Con frecuencia Apolo volvía allí para invernar, de lo cual deriva su sobrenombre de Hiperbóreo. En el hijo de Zeus, el Cielo, y de Latona, la Noche, los antiguos simbolizaron el milagro deslumbrante de la luz. Al despuntar la aurora, Apolo montaba en su carro tirado por blancos caballos alados e iniciaba su ascensión hacia el centro del cielo y otorgaba a su paso luz y calor a la tierra. Era venerado como Targelo, por los beneficios que producía en la vegetación y como el destructor de los ratones (Esminteo) y de los saltamontes (Parnoplio). Como dios de la luz tuvo que enfrentarse con los monstruos de las tinieblas. Cuando contaba sólo cuatro días de vida, mató en un valle, al pie del Parnaso, a la serpiente Pitón, nacida del limo de la tierra después del diluvio, que Hera había sacado de las tinieblas para que luchase contra él. La serpiente infestaba el lugar sagrado de Delfos, donde debía aparecer el oráculo de Apolo. En conmemoración de esta hazaña, el dios recibió el sobrenombre de Pitio, llamándose también Pitia a la Sibila, y juegos Píticos a los que se celebraban en Delfos para recordar la victoria del hijo de Latona. De la misma manera que conseguía dispersar las tinieblas de la noche, Apolo ahuyentaba la ignorancia con su arte adivinatoria, revelando la voluntad de Zeus; en él se inspiraban la Sibila y los adivinos. Además de Delfos, que fue siempre el lugar más importante, sus oráculos estaban extendidos por muchos países; había uno, por ejemplo, cerca de Colofón, otro junto a Mileto, otros en la región de Troya, en Licia y en diversos lugares del continente helénico. Los antiguos, además de ocuparse del espíritu, se ocuparon también del cuerpo y consideraron a Apolo como progenitor de los médicos y padre de Asclepio (en latín Esculapio). Este aprendió el arte de la medicina del centauro Quirón, a quien su padre lo había confiado después de la muerte de la madre, Corónides. Sin embargo, cuando este quiso sobrepasar los límites de la naturaleza devolviendo la vida a los muertos, se granjeó las iras de Zeus, que con un rayo lo hundió en el Hades. Apolo, para vengar a su hijo, mató con sus flechas a los Cíclopes que habían forjado el rayo de Zeus. Coexisten en Apolo dos aspectos. Es el defensor de la salud y del orden, de las leyes y de la justicia, pero provoca también la muerte, la peste y la ruina. El dios fue castigado dos veces con el exilio entre los mortales. La primera vez cuando conspiró con Poseidón, Hera y Atenea para encadenar a Zeus y dejarlo suspendido en el centro del cielo. La conjura fracasó y, junto con Poseidón, tuvo que ayudar al rey de Troya, Laomedonte, a construir las murallas de la ciudad. Terminado el trabajo, los dos dioses pidieron una recompensa al rey, pero este rehusó amenazándoles con cortarles las orejas y venderles como esclavos si insistían. Más tarde, Apolo se vengó de la ciudad y de la dinastía. En castigo por haber matado a los Cíclopes, Zeus le mandó a trabajar como pastor en casa del buen rey Admeto de Feres, en Tesalia. Durante un año, Apolo guardó los rebaños, que prosperaron extraordinariamente en aquel periodo, llevando la abundancia a la casa del rey. Sin embargo, un día, mientras Apolo guardaba los animales como de costumbre, se durmió a causa del bochorno agobiante. Hermes le robó cincuenta hermosas cabezas de ganado. Para aplacar al dios, que amenazaba con matarlo, el ladrón le regaló un caparazón de tortuga en el cual estaban colocadas algunas cuerdas tensas, sujetas con clavijas; fue la primera cítara. Apolo no quiso separarse nunca de ella y llenó de armonía el Olimpo y la tierra. Al extenderse sus atributos de sanador de cuerpos y espíritus, Apolo se convirtió en protector de todo cuanto estaba sujeto a las reglas de la proporción y del ritmo en la tierra, y tenía el poder de infundir paz y tranquilidad en los ánimos, es decir, la música, la poesía, el canto, el arte de edificar y el de reproducir la figura de los dioses. Dirigió el coro de las Musas y residía con ellas en el Helicón. De ahí su título de Musageta. Fue desafiado como músico por Pan, experto en la flauta fabricada con cañas. Midas, rey de Frigia, hizo de juez y entregó el premio al velloso, al de las patas de cabra. En venganza, Apolo hizo que le creciesen orejas de asno. Otra competición tuvo lugar entre el dios y el sátiro frigio Marsias, hábil flautista. Marsias resultó vencido y Apolo, implacable, atándolo a un árbol, lo desolló vivo. Con esta leyenda de significado mítico y moral se pretendía atestiguar una supremacía de la música griega sobre la asiática, de la noble cítara sobre la flauta silvestre, mientras que se advertía que no se tenía que intentar lo imposible. Numerosas y generalmente infortunadas son las leyendas sobre los amores de Apolo. Se enamoró de la ninfa Dafne, transformada en laurel por la Tierra, cuando el dios estaba a punto de poseerla. Desde entonces, el laurel estuvo consagrado a Apolo y con él se coronaba a los héroes y poetas. Corónides, que concibió a su hijo Asclepio, lo traicionó con un mortal, atrayéndose la venganza de Apolo y la muerte. Apolo se prendó también de Casandra, hija del rey Príamo, y, para seducirla, se ofreció a enseñarle el arte de la adivinación. Casandra aceptó, pero no cumplió lo pactado, por lo cual Apolo la castigó quitándole el don de la persuasión; profetizaba pero nadie la creía; Apolo no amó tan sólo a mujeres, sino también a algunos donceles, entre los cuales los más célebres son Jacinto y Cipariso, cuya muerte, o mejor aún, cuya metamorfosis – el primero se transformó en flor homónima y el segundo en ciprés– lo afligieron profundamente. Apolo era representado como un joven bellísimo, de figura atrayente y armoniosa, de rostro sereno e inspirado. Según sus distintos atributos aparecía sobre el carro solar, con la cítara y el laurel o junto al trípode en el que se apoyaba la Sibila para profetizar. Su culto figuró entre los más difundidos en las diversas regiones de Grecia; en Delfos, en el valle de Tempo, en Creta, en Delos y en las costas de Asia Menor era honrado su nombre. Le estaban dedicados el cisne, la palma y el laurel. Los romanos no tardaron en acoger en el panteón de sus dioses al Apolo griego y lo veneraron con el nombre de Febo, una de las mayores divinidades del Olimpo romano, con sus tres atributos de adivino, médico y protector de las Musas. Durante la guerra contra Cartago se instituyeron los juegos Apolinares, inspirados en los Píticos. Augusto lo veneró de manera especial porque creía que la victoria de Accio debía atribuirse a su intervención, y mandó construir un templo en su honor sobre el Palatino.
En las artes figurativas Apolo aparece representado con frecuencia hasta el punto de que su iconografía supera a la de Zeus, su padre. No ha habido pintor, escultor ni artista que no le haya dedicado una parte notable, acaso la mejor, de su talento. Recordaremos las obras más importantes que han llegado hasta nosotros: la Cabeza de Apolo, del siglo V, está en el Museo Barroco de Roma; la Crátera ática con Apolo, Dioniso y Hermes y El Apolo de Veyo del siglo V, en el Museo de Villa Julia de Roma; el Apolo Citaredo, bronce del siglo V y el Apolo de Belvedere – la más hermosa de las estatuas– ambas en el Museo Vaticano de Roma; el Apolo Citaredo de Pompeya, en el Museo Nacional de Nápoles; el Apolo del frontón del templo de Zeus, en Olimpia; el Apolo llamado Pitión, del siglo V, en el Museo Nacional de Atenas;