Eugenio Pochini

Sangre Pirata


Скачать книгу

apuntando su dedo hacia adelante.

      La puerta de la iglesia estaba abierta. Un puñado de hombres estaba saliendo de ese lugar sagrado. Tenían en sus manos espadas, cuchillos, hachas y pistolas. Estaban escoltando un grupo de civiles y media docena de soldados, todos desarmados.

      «¿Alguna idea?» preguntó O’Hara.

      «Habrán tomado un atajo por el mercado» opinó Rogers. «Alguien se habrá quedado atrás para saquear las tiendas en busca de suministros. Pelear cara a cara es demasiado peligroso. Nos arriesgamos a estar rodeados. Vamos a ver.»

      Algunos bucaneros miraban a los rehenes con aire indiferente; otros, al contrario, estaban, señalando y sonriendo. Los obligaron a ponerse de rodillas, en el centro de la placita. Desde el grupo, salió un tipo tan pequeño que parecía un enano.

      «¡Sáquenlo!» gritó.

      Desde adentro salió un murmullo de dolor. Un hombre vestido como sacerdote fue arrastrado hacia afuera. Rogers no lo conocía bien, pero sabía que el único sacerdote de la colonia era el padre Mckenzie, el que había confesado a Wynne antes de la ejecución.

      «Si no empiezas a hablar, tendremos que lastimar a este rebaño de ovejas perdidas.» El hombrecito comenzó a caminar nerviosamente sobre sus piernas cortas y regordetes. «Un hombre con su gran sentido moral no puede permitir que eso pase, ¿no es verdad?»

      Los piratas empezaron a reír.

      «Por eso» continuó, «¿Por qué no nos cuentas lo que Emanuel Wynne te ha confiado? Estoy seguro de que una persona a punto de morir tenga muchas cosas que decir.»

      «Ya les explique…» intentó decir Mckenzie.

      Hubo un disparo y uno de los soldados se dobló sobre sí mismo, terminando en un charco. Parte de su cráneo había desaparecido. En su lugar, palpitaba una masa sanguinolenta de materia cerebral.

      «Esta era justo una advertencia» admitió el enano, con gran satisfacción. «Mi paciencia tiene un límite.»

      «¡Estaba loco!» gritó el sacerdote, victima seguramente de una crisis histérica. «Por amor de Dios, ¡ya paren ese masacre!»

      El hombrecito no le prestó atención y llamó a uno de sus compadres. Murmuró algo. El segundo pirata asintió y alcanzó a los prisioneros. Comenzó a caminar en medio de ellos hasta que vio a un niño, abrazado en el cuello de la madre. Una sonrisa famélica le apareció en la cara. Lo agarró, dando una patada a la mujer.

      El enano se precipitó hacia ellos y sacudió el niño. Paradójicamente era solamente un poco más alto que él. «Debido a su terquedad, usted será responsable de la muerte de un pobre inocente, padre. ¿Está listo para soportar tal peso? ¿Qué le dice su conciencia?»

      «Ya basta, ¡Crook!»

      El orden inmediato, que se parecía al estallido de una bomba, hizo palidecer a Rogers. Sintió como si su estómago estuviera apretado en una presa de consternación. Cada fibra de su cuerpo fue atravesada por descargas de adrenalina. Miró abajo hacia sus manos. Estaba temblando.

      “Esa voz”, pensó. “La podría reconocer a donde sea.”

      «¿Mi Capitán?» O’Hara le estaba hablando.

      Enfocó nuevamente su atención a la entrada de la iglesia, a tiempo para ver algo cruzar la oscuridad que dominaba el interior. Las sombras, que vibraban como el aire caliente durante un día bochornoso, tomaron la forma de una figura cuyos contornos se podían evidenciar cada vez más claramente.

      «Nosotros también tenemos a nuestra dignidad» comentó el hombre que había aparecido en el umbral. Su tono de voz parecía venir directamente del fondo del Infierno .

      Era alto, impresionante, casi regio en su aspecto amenazante. Llevaba un largo abrigo de color negro, apretado por una chaqueta color carmesí. Alrededor de sus hombros tenía una banda de cuero donde colgaban tres pares de pistolas. Una barba larga y obscura como brea enmarcaba su rostro, parcialmente ocultado por una nube de humo que se desarrollaba a partir de unas mechas prendidas bajo el tricornio, coronado por un conjunto de plumas negras como las de un cuervo. Debajo de la cortina brillaban unos ojos brillantes como el hielo caliente. En su mano derecha sostenía un sable.

      Barbanegra por fin había llegado.

      ***

      La situación estaba empeorando y Johnny lo entendió mirando la expresión preocupada del viejo: una palidez mortal lo había convertido en una especie de fantasma y el efecto estaba subrayado por sus cejas fruncidas.

      Desde donde se encontraba no lograba distinguir claramente la bahía, pero el resplandor rojo que serpeaba sobre ella no dejaba ninguna duda. Lentamente sintió crecer un miedo oscuro, un temor sordo.

      «¡Tenemos que largarnos de aquí!» Avery lo agarró violentamente por un brazo. «Ya no estamos seguros.»

      Él empezó a mirarlo fijamente, sin darse cuenta realmente de lo que estaba hablando: cientos de imágenes se superponían en su mente, un coacervo indistinto que tenía el sabor de la muerte.

      Entre todos surgía un único, fundamental pensamiento.

      «¡Tengo que regresar con mi madre!» gritó. Se liberó del agarre y desapareció entre los árboles. Un par de veces se tropezó entre las raíces, con el riesgo de caerse en el lodo. Con la fuerza de la desesperación, encontró el equilibrio y se puso de pie.

      Tenía que correr. Solamente correr.

      Era lo único verdaderamente importante.

      Pasó la capilla y salió del cementerio, dirigiéndose hacia el puente. Llegando a la mitad, empezó a dudar. Se sentía perdido ¿Qué creía poder hacer?

      “No puedo abandonarla” pensó. Esa sensación de estar perdido lo había asustado, como si viera todo a través de una lente deformante.

      «¡Espera!» atrás de él Avery le estaba hablando.

      Johnny pareció reanimarse. Se volvió y lo vio correr hacia él. Esperó que lo alcanzara. Luego, lo abrazó y empezó a llorar. Después de un momento sintió que alguien tocaba sus antebrazos. Durante unos segundos, su mirada cruzó únicamente el pecho delgado del anciano.

      «Es demasiado peligroso regresar» dijo. Tenía un tono muy decidido.

      «Te lo ruego.» El muchacho alzó la cabeza, dudando, con las mejillas mojadas por las lágrimas. Movía la boca como si estuviera rumiando. «Tengo que regresar por ella. Déjame ir.»

      «No puedo hacerlo.»

      «Tú no entiendes.»

      «Claro que sí.»

      «¡No!» gritó él, desesperado. Distorsionó sus facciones en una mueca de ira e intentó escapar nuevamente del agarre.

      «¡Ya basta!» le gritó Avery y le dio una bofetada, dejando marcas rojas sobre sus mejillas. Johnny abrió la boca, mirándolo nuevamente, alternando sentimientos de odio e incredulidad. «Si te llegara a pasar algo nunca me lo podría perdonar.» Su tono se había modificado, ahora tenía como un aire más protector. «Es una promesa que le hice a tu mamá.»

      A él le hubiera gustado replicar, pero no tenía fuerzas. Esa revelación lo petrificó. Acusó un fuerte dolor en el estómago, el latido de su corazón era muy acelerado y las extremidades parecían derretidas como la cera de una vela.

      «Unos dos meses después de la desaparición de tu padre» siguió contando el anciano, «Anne vino a verme. Dijo que Bart le había contado toda la verdad sobre nuestro pasado. Me rogó que cuidara de ti, si llegara a ser necesario.»

      Las lágrimas de Johnny empezaron a salir más rápidamente. «¿Porque nunca me lo dijeron?»

      Otra vez el mismo tono suave de antes. «El mundo no es un lugar agradable, créeme. He visto demasiadas cosas para pensar de manera diferente. No estás listo para enfrentarlo. Desde que te conocí,