Eugenio Pochini

Sangre Pirata


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es peligroso, ¡por eso me preocupo tanto por ti! ¿Ahora andas peleándote también con los muchachos de tu edad?”

      «Cállate» dijo entre sí mismo.

      «¿Con quién estás hablando, amigo?» Alejandro lo estaba esperando algunos pasos atrás. Ni había entrado en la colonia que ya lo había alcanzado.

      «Déjame ir, gordo» respondió Johnny. Sabía que decirle gordo a Alejandro no era una buena idea. Sin embargo, solamente con el verlo, podía darse cuenta de cómo su sangre hervía en sus venas. «Este todavía no es tu barrio privado. Puedo regresarme y tomar otro camino.»

      «Claro que sí.» El español no parecía molesto para la ofensa que había recibido. «Pero, como quiera es por aquí donde estabas caminado.»

      «¿Estás buscando un pretexto para pelear?»

      «Puede ser.»

      Johnny se movió con cautela hacia adelante. « Es exactamente eso que no me gusta de ti. Por favor no me provoques.»

      La sonrisa de Alejandro se hizo todavía más profunda, tanto que su cara gordita pareció dividirse en dos partes.

      «¿Cómo está tu padre?» le preguntó.

      Los pies de Johnny se negaban a moverse. Apretó los puños. Ese bastardo sabía muy bien qué argumentos utilizar para molestarlo.

      «¿Intentaron buscarlo en el estómago de algún tiburón?» continuó. «O a lo mejor se ha largado junto con una puta que conoció en algún lugar. Puede ser que se había cansado de tu mamá. Y de ti. ¿Dime qué opinas, pendejo

      Él tenía unas increíbles ganas de atacarlo, de resolver el asunto de inmediato. Pero obligó a todas las fibras de su cuerpo a desistir .

      «Te lo voy a repetir por una última vez» dijo rápidamente. «No tengo ganas de…»

      Casi ni pudo terminar la frase. Algo pasó volando junto a él. Era una piedra. Él miró a sus espaldas, aunque el cerebro le respondió de antemano. El querer tomarlo por sorpresa solamente había sido un pretexto para permitir a los miembros de la pandilla de ponerle una trampa. John vio a tres muchachos correr hacia él.

      «Esta vez estoy preparado» contestó. Su tono traicionó una fría seguridad, ya que Alejandro cambió su expresión. La sonrisa había cambiado en una mueca de incertidumbre. Luego sacó un cuchillo de punta plana, que recordaba vagamente la navaja de un barbero.

      Uno de los muchachos intentó golpearlo con un palo. Johnny lo oyó siseando cerca de sus oídos. Trató de acercarse, con la intención de golpearlo. No tuvo éxito. El oponente pegaba siempre más rápido. De repente, Alejandro lo empujó por detrás, haciéndole terminar contra el tipo que lo había atacado primero.

      «¡ Hijo de puta!» gritó y lo golpeó con un codazo en la cara.

      Johnny no se dejó sorprender. Instintivamente hundió el cuchillo en el muslo. El muchacho cayó al suelo, gritando por el dolor. Otra vez Alejandro volvió a atacarlo, sacó el cuchillo y trató de apuñalarlo. Él se dio cuenta y logró moverse a tiempo. El golpe alcanzó al joven que había arrojado la piedra hiriéndolo en el hombro. Inmediatamente los dos comenzaron a insultarse uno al otro, olvidando la pelea. El último de la banda se quedó observándolos con una expresión desorientada.

      Fue entonces cuando comprendió.

      Era el momento de vengarse.

      «Te voy a regresar el favor, gordo » comentó e hirió al español a la altura de la ceja. Vio un destello de sangre derramándose sobre su ojo, borrando la vista. Decidió aprovechar de esa situación para retirarse. Giró sobre sus talones y corrió rápido en la dirección por donde había venido, dejando atrás los gritos llenos de odio de sus agresores.

      ***

      «Estoy retrasado» se disculpó, abriendo de repente la puerta de la tienda. Tenía el aliento corto, su pecho estaba bailando bajo su vestido. El codazo que había recibido hacia que su tono de voz se escuchara muy nasal.

      «Me doy cuenta» contestó Avery. Estaba sentado sobre un taburete, en un rincón en las sombras. Desde la pipa que colgaba de sus labios, salían olas de humo de color azul. Daban vueltas hacia las vigas del techo, donde yacían en una nube opaca. El rostro lleno de arrugas no revelaba ningún tipo de emoción. Se levantó lentamente y cruzó el arco de piedra que dividía la tienda en dos áreas distintas. Llegó a la fragua. Con tranquilidad empezó a estudiar el yunque. Daba la impresión de que nunca lo había visto antes en su vida.

      «Déjame explicarte…» intentó decir Johnny.

      Avery se movió con una rapidez casi impensable para un hombre de su edad. Estiró su mano rugosa y agarró su antebrazo, entrecerrándolo con fuerza. «¡En serio que ya no sé qué hacer contigo!» Desde su boca casi sin dientes salían brotes de saliva. «Llegas tardes y te vas cuando tú quieres. ¡Eres un irresponsable! Si no era por Bartolomeu nunca hubiera aceptado contratarte para trabajar conmigo.» Luego modificó su expresión. «¿Que te pasó?»

      Johnny titubeó. Vio en los ojos ardientes de su interlocutor una vaga sensación de duda. ¿O se trataba de compasión? Habría preferido escuchar el regaño de siempre en lugar que tener que contar su encuentro con Alejandro.

      «No es tu problema, viejo» contestó con rencor el joven.

      El rostro arrugado de Avery pareció relajarse. Lo Soltó y se rascó el cráneo pelado, cruzado solamente por dos mechones de pelo gris sobre sus orejas.

      «Tuviste problemas con el gordo español, ¿verdad?» preguntó.

      El joven volvió su mirada.

      «Está bien» continuó diciendo el hombre. «Haz como quieras. No es necesario decir nada más. Ahora es importante averiguar si tienes o no la nariz rota. Luego veremos de encontrar una excusa que podremos usar con tu mamá. Le podemos comentar que te lastimaste aquí. Esa mujer se preocupa demasiado por ti. Un día le romperás el corazón.»

      «¿Y tú qué sabes?» contestó Johnny.

      «Tú de mí no conoces muchas cosas.»

      Y eso era verdad.

      Prácticamente no sabía nada de Bennet Avery.

      Algunos rumores decían que había sido protagonista de algunos asaltos llevados a cabo en contra del barco Queen Anne’s Revenge, el barco del pirata Barbanegra. Por supuesto, según lo que comentaba el viejo hombre eran puras mentiras que la gente decía para crearle problemas. Pero Johnny seguía dudando. A veces se había preguntado si no era su imaginación que hablaba: tal vez no era una buena idea dejarla ir así a brida suelta. Y sin embargo, las perplejidades sobre el pasado del anciano lo llenaban de curiosidad. En varias ocasiones, lo había escuchado contar algunas partes de su vida, a menudo acompañados por un par de copas de ron. Como conocido de Bartolomeu, la suya era una presencia constante en el Passaro do Mar. Sin embargo, sus historias siempre tenían algo que no encajaba. Parecía, de hecho, que voluntariamente omitiera siempre ciertos detalles.

      «Acércate» le dijo Avery, listo a pasarle un balde lleno de agua, «por favor, antes de empezar a trabajar, límpiate.»

      Sin decir una palabra, Johnny obedeció. Puso el balde sobre un barril y metió la cabeza en su interior. El agua fresca le dio un ligero escalofrío. Aguantó la respiración un rato. Luego volvió a emerger, inhalando aire fresco en sus pulmones. Sus dedos involuntariamente subieron hasta la punta de la nariz.

      «¿Entonces?» preguntó nuevamente el anciano hombre.

      «El dolor ha disminuido» comentó Johnny. No podía creerlo.

      «Si tu nariz estuviera rota ahora estarías llorando como el mocoso que eres. Tuviste suerte.»

      «Me fue mejor que a ellos» añadió Jhonny mostrando el cuchillo con la punta plana. Le dio vuelta entre sus manos. Sobre la lama estaba una mancha de sangre seca.

      Avery