luchaba con Alejandro, el capitán Woodes Rogers observaba pensativo el horizonte desde una de las ventanas de la villa del gobernador. Su imagen opaca se reflejaba en el vidrio como la de un fantasma, su corto cabello castaño y su amplia frente le daban un aire de solemne austeridad, mitigado por una pequeña estatura. La boca, reducida a un corte apenas perceptible, resaltaba un sentimiento de incertidumbre. Pero tal vez la característica que lo hacía parecer como una persona tan rígida era la espesa telaraña de cicatrices que le arruinaba el lado izquierdo de la cara.
En su corazón esperaba que la reunión con Henry Morgan durara lo menos posible. Nunca había aceptado su ascenso político, sobre todo después de ese afortunado asalto a Panamá. Seguramente le tenía mucha envidia. Siempre había sostenido que había poco que confiar en un pirata que había elegido cazar a sus semejantes, sólo para complacer a la familia real. Ceremonias y banquetes formaban parte de un estilo de vida que a él mismo le hubiera gustado hacer, aunque si lo que consideraba más importante era descubrir por qué lo había convocado nuevamente.
«Su tarea es sencilla» le había comentado durante la última reunión. «Tiene que capturar monsieur Wynne. Dado que es un pirata no necesita de más motivaciones. No se podrá escapar por siempre a ser ahorcado. Como gobernador de Jamaica y vocero de la voluntad del Rey Jorge, tenemos la obligación moral de darle esa orden. Espero que usted pueda comprender.»
“Claro que sí”, había pensado. “Maldito idiota vanidoso”.
Y seguía pensándolo ahora, cuando un soldado entró en la habitación. Se detuvo en el umbral y se puso firme en espera.
«Capitán Rogers» le dijo este. «Su excelencia sir Henry Morgan lo está esperando.»
Él le dirigió un gesto distraído con la mano y se dejó conducir en el estrecho pasillo que conducía a la antecámara, hecho aún más angosto por la multitud de obras de arte que la llenaban, un signo obvio de opulencia de las cuales el gobernador amaba rodearse.
«La ejecución tendrá lugar mañana por la mañana, mi capitán.» El soldado se paró frente a una puerta blindada con barras de hierro. «El gobernador quiere poner un alto a la piratería. Espero que usted también pueda estar presente.»
“Tu hipocresía es asombrosa, Henry” pensó Rogers. “Has encontrado una máscara más respetable para usar. Si no hubiera sido por tus amistades, tú también estarías esperando tu merecido ahorcamiento.”
Mientras tanto, el militar estaba golpeando los nudillos sobre la puerta. La voz de Morgan resonó en el otro lado, invitándolos a entrar, seguida de una risa de barítono que provocó en Rogers una nueva ola de desdén.
«Todavía se ríe como un pirata» pensó entre sí. Agarró la manija de la puerta y la cerró detrás de él, dejando al soldado solo. Inmediatamente fue invadido por el intenso olor del incienso que estaba quemando, un aroma penetrante de hierbas secas. La luz se filtraba por las ventanas y las cortinas de terciopelo temblaban en el aliento de una brisa marina. Sin embargo, no había rastro del gobernador. Ni de él ni de nadie más. Avanzó con cuidado hasta encontrarse adelante de una gran mesa cubierta de mapas.
«¿Algo está mal?» le preguntó de repente Morgan.
Woodes Rogers se dio la vuelta y tuvo miedo de tropezar. Se sentía tremendamente vulnerable. Y lento. Cuando el sentido de desconcierto desapareció, se encontró en presencia de un hombre imponente y con un vientre pronunciado. Había salido de detrás de una separación, trayendo puesto un vestido brillante con amplias de encaje. Sobre su cabeza llevaba una larga peluca empolvada que no se acompañaba por nada con su bigote rojo y espeso.
«Usted es demasiado tenso, mi capitan.» Morgan se rio otra vez. «Según nuestra opinión debería aprender a gozar de las cosas buenas que la vida le puede ofrecer.»
«Los placeres son un lujo que no puedo permitirme» replicó Rogers.
«Que lastima, en serio.»
«¿Por qué me mandó a llamar excelencia?»
Morgan lo miró con atención de arriba a abajo. Luego estiró los músculos faciales, con una expresión divertida y reluciente. «Nos gustaría platicar con usted de una cuestión muy importante. Conocemos bien sus inclinaciones. Sabemos que usted no es una persona que ama perder el tiempo.»
«Entonces podemos ir directo al grano» dijo rápidamente el corsario. «Hace más de veinte días usted me envió a buscar a Emanuel Wynne, un pirata de poco valor que…»
«Fue más que nada una casualidad» lo interrumpió el gobernador. Seguía sonriendo. «Haberlo encontrado a la deriva, no lejos de Nassau, ha sido extremadamente providencial. Ha transformado su caza en una misión de rescate.»
«De hecho se trató de pura suerte.»
«¿Y eso para usted es un problema?»
«De ninguna forma» mintió Rogers. Tuvo que esforzarse para quedarse tranquilo. Henry Morgan se dio cuenta que le había adivinado. Se había embarcado en el Delicia para ir a cazar a un pirata para, finalmente encontrarlo a pocos kilómetros del puerto. «Intento captar el lado positivo de las cosas. He evitado innecesarios días de viaje. Pero aún no ha respondido a mi pregunta. ¿Por qué me mandó a llamar?»
Morgan se le acercó. Apoyó ambas manos sobre sus hombros y apretó ligeramente. Rogers llegó a pensar que quería aplastarlo. Casi hubiera leído sus pensamientos, el otro inmediatamente dejó su agarre y lo sobrepasó con unos pocos pasos. Cogió de la mesa uno de los mapas y comenzó a estudiarlo.
«Yo pensaba que usted era una persona muy atenta a ciertos detalles» dijo, con tono burlesco. «Así nos decepciona, capitán. La contestación está exactamente bajo sus ojos.»
Rogers levantó las cejas. No parecía entender. Entonces un recuerdo brilló en su mente, frío y despiadado como un relámpago. Miró el objeto que Morgan tenía en sus manos.
«Solamente es un mapa, su señoría» comentó.
«Usted tiene toda la razón» asintió él y pasó el cilindro al corsario. «Como quiera le insto a que lo mire mejor. Es lo único que Wynne tenía con él cuando lo sacaron del mar.»
Rogers sentía que se estaban burlando de él. El tono de suficiencia con que fue interrumpido solamente lo hacía sentir aún más inquieto. Recordaba perfectamente la botella con el papel adentro que el pirata tenía con él cuando lo habían encontrado. Él no le había dado peso. Debería haberlo hecho. ¿Por qué un hombre agonizante se tomaría la molestia de proteger un mapa?
Lo extendió frente a él. Bajo la punta de sus dedos podía sentir el crujido del papel mohoso. Las líneas y curvas se intersecan entre sí, formando signos fuertes, bien derechos. Luego, pero se veían más inciertos, arriesgados. Además no había ninguna ruta a la cual hacer referencia, como si Wynne se hubiera perdido.
«Se estaba dirigiendo hacia esta isla» analizó Rogers, muy concentrado en el dibujo. «Pero no logro entender en qué tipo de mar se encontraba.» Bajó la mirada hacia la esquina inferior del mapa. Luego frunció el ceño. En esa área estaban algunos escritos. Los leyó y sus pupilas se dilataron por la sorpresa. Y luego llegó la ira.
«¿Ustedes creen que yo sea un tonto?» estalló. «¿Se trata de algún tipo de broma?»
Henry Morgan sostuvo su mirada con una dureza que no dejaba filtrar ninguna emoción.
«Ninguna broma» contestó.
«¡Es imposible! Wynne no puede haber dibujado este mapa. Estaba completamente fuera de si cuando lo encontramos. No había comido ni bebido durante varios días. Farfullaba palabras sin sentido.»
«Y las farfullas todavía ahora.»
Rogers no se rindió. Reinició a estudiar el mapa, sus ojos se movían frenéticos en las órbitas. «¡Repito que no puede haberlo dibujado simplemente porque este lugar no existe!»
«¡El Triángulo del Diablo existe, se lo puedo asegurar!»