Eugenio Pochini

Sangre Pirata


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«¿No querrás acabar ahorcado tú, también?»

      La discusión continuó con poco interés. Para Johnny era diferente. Tan pronto como el niño terminó, decidió seguir adelante, atraído por las palabras que se podían leer por encima del anuncio.

       POR VOLUNTAD DE SU MAJESTAD REY JORGE DE INGLATERRA

       EL GOBERNADOR DE PORT ROYAL SIR HENRY MORGAN

       ORDENA

       LA EJECUCIÓN DEL PIRATA EMANUEL WYNNE

       A LAS PRIMERAS LUCES DEL ALBA

      Las observó durante mucho tiempo. Después de la declaración seguía una lista de crímenes cometidos por Wynne. Cuando terminó de leerlos, siguió caminando.

      Regresó con sus pensamientos a cuando su padre lo había acompañado por primera vez para asistir a una ejecución. Lo tenía cargado sobre sus hombros, para que pudiera ver más allá de la multitud. Johnny seguía sonriendo divertido, hasta que algo había cambiado. Su infantil emoción de asistir a ese espectáculo se había convertido en horror en el momento en que la cuerda había sido puesta alrededor del cuello del condenado. Por alguna razón no se esperaba de verlo colgar muerto en solo unos pocos segundos. Las lágrimas se habían apoderado de su rostro casi de inmediato.

      «¿Porque estás llorando?» le había preguntado su padre.

      «Ese hombre allá…» había contestado, apuntando el dedo hacia el cadáver que estaba colgado.

      «Era una persona mala.» Stephen Underwood había intentado tranquilizarlo. «Debía pagar por sus crímenes.»

      Johnny asintió, aunque no sabía exactamente qué quería decir con esas palabras su padre. El suyo había sido un gesto instintivo, debido al irreprimible impulso de irse de allí lo antes posible.

      «No te olvides que en la vida encontrarás a muchas personas» continuó diciendo Stephen. «Todo el mundo comete algún error. Algunos se arrepienten y eligen olvidar el pasado. Otros, sin embargo, los traen puestos con orgullo en su cara como si fueran máscaras. Por favor, no confíes en esos tipos de personas. Ellos continuarán cometiendo errores justificándose, argumentando que la culpa es tuya. Y lo peor es que realmente creen en lo que dicen. Exactamente como el hombre que fue ejecutado hoy.»

      Pensando en esa frase se dió cuenta que su padre le hacía mucha falta.

      ***

      A juzgar por el ruido proveniente del Pássaro do Mar, se dio cuenta de que los clientes habían abierto los bailes. Alguien también había comenzado a tocar, ya que a los gritos se agregaba el sonido estridente de un violín.

      Johnny permaneció un momento bajo el porche y se asomó a la única ventana, apretando las palmas contra el vidrio. Una gran sala era el cuerpo central de la posada, cuyas paredes estaban cubiertas de paneles agrietados, tanto que recordaban las paredes de un viejo velero. En la parte inferior había un mostrador y, justo a la izquierda, la boca sucia de una gran chimenea. A un lado estaba la puerta de la cocina.

      Decenas de velas estaban dispuestas a lo largo de las mesas y candelabros. Lo más agradable de ese lugar era exactamente eso: la luz. A diferencia de otras posadas de Port Royal, Bartolomeu se jactaba que la suya era la más luminosa.

      El muchacho lo vio trabajar duro entre las mesas, llevando platos y jarras de un lado a otro. Se esperaba de ver también su madre, pero no había rastro de ella. Por lo general, era Anne que se preocupaba de servir a los clientes.

      Dio un paso atrás en la calle y miró hacia la única ventana de la habitación del piso de arriba. Las ventanas estaban cerradas.

      Sin embargo, recordó que las había dejadas abiertas. “Puede ser que regresó y eligió cerrarlas” pensó. De inmediato una voz insistente penetró en su cabeza: “¿Y si acaso le pasó algo? Esa fea tos no le da paz. Empeora cada día que pasa .”

      Una dolorosa sensación ardiente envolvió su vientre. Era como si una rata hubiera prendido fuego, y, a pesar de eso, siguiera carcomiendo su estómago.

      Corrió por el callejón que atravesaba la posada, abrió la puerta de atrás y subió las escaleras. Los ruidos de los huéspedes se hicieron confundidos, lejanos. Era como atravesar un túnel excavado dentro de una montaña. Una galería en cuyo fondo brillaban los dientes dorados del pirata.

      «¿Madre?» gritó, tocando a la puerta del departamento. Del otro lado pero no llegó ninguna contestación. «Madre, soy yo. Estoy entrando.»

      La habitación estaba inmersa en la oscuridad más completa. En su interior sentía el acre olor del sudor, mezclado con algo que parecía hierro oxidado.

      Finalmente lo reconoció.

      Era sangre.

      En pánico, buscó la lámpara de aceite que estaba encima de una mesilla de noche adyacente a la entrada. La encontró en el segundo intento. A tientas nuevamente inspeccionó la superficie de los muebles. Cuando sus dedos tocaron el encendedor lo prendió. La lámpara brilló con una pequeña llama, y la luz comenzó a estirarse en el suelo hasta llegar a los pies de la cama. Fue entonces cuando notó algo. Un movimiento imperceptible. Alguien se había movido a la sombra.

      En ese momento escucho un extraño ruido, seguido de un golpe.

      Todo eso fue suficiente para convertir sus dudas en certezas.

      Anne estaba tumbada en la cama, con el pelo largo y oscuro desordenado sobre la almohada. Recordaba el cadáver de un pulpo llevado a la orilla por las corrientes. Johnny se acercó a ella y ella levantó ligeramente los párpados. Tenía una cara cerúlea, hinchada de sudor. Las esquinas de la boca manchadas de rojo. Una corriente de sangre se había derramado sobre su mejilla, terminando en la almohada donde había formado una mancha irregular y espesa.

      «John, ¿eres tú?» preguntó, la voz que era apenas un susurro. Su pecho bailaba con ritmos irregulares.

      «Sí» contestó él.

      «No puedo ver bien. Tengo la vista borrosa.»

      El chico se quedó pensando, sin saber qué comentar. Tenía miedo de que cualquier cosa que iba a decir no hubiera resultado muy convincente.

      «Vas a ver que no será nada grave» intentó minimizar, acariciando su frente. Estaba fría. «Mañana seguro te sentirás mejor.»«¿Tu cómo estás?»«No te preocupes por mí.»

      La mujer sonrió. Se quejó nuevamente y él tomó su mano.

      «Debes descansar» le dijo.«Si, tienes razón» admitió Anne.

      «¿Hay algo que pueda hacer?»

      «Tengo la garganta muy seca.»

      Johnny alcanzó el lavabo con el agua y sumergió una taza. Volvió con su madre. Suavemente se sentó a su lado, colocándole una mano detrás de su espalda para ayudarla a beber. La mujer tragó el líquido con voracidad. «Trabajaste muchos en estos días. Debes descansar. Dormir te hará sentir mejor.»

      «Tengo miedo» dijo ella cansada.

      «No hay nada que temer madre.»

      “¿Estoy intentando convencer a ella o a mí mismo?” se preguntó.«Ahora relájate» continuó diciendo el muchacho, intentando no externar su preocupación. «Ahora bajo y voy a hablar con Bartolomeu. Seguramente necesitará una mano en la cocina.»

      «No te vayas.»

      «Regreso enseguida.»

      Los ojos de Anne se pusieron brillantes. Una lágrima corrió por su cara. «Ya perdí a tu padre. Por favor, no me dejes sola.»

      «Está bien. Me quedo aquí contigo.»

      Johnny se quedó escuchando la respiración de la mujer que regresaba a la regularidad hasta que se quedó dormida. Él