Eugenio Pochini

Sangre Pirata


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mueble. «Que la lleven a las prisiones para que le den unos latigazos.»

      «Como usted desee, excelencia.»

      Morgan empezó a enjuagarse la cara. Cuando terminó, siguió observando su imagen reflejada en el espejo. «¿Ya interrogaron al chofer?»

      El mayordomo le pasó una toalla y le ayudó a secarse. «El capitán Rogers parece haber hecho una pequeña parada en un burdel. Quería gastar un poco del dinero que usted le dió.»

      «Mmmm puede ser.»

      «¿Usted confía en él?»

      La pregunta de Fellner le pareció indiscreta. Morgan siempre lo había considerado una persona diminuta, no sólo en su apariencia física sino también en carácter. Era raro que se dejara llevar por consideraciones personales.

      «Absolutamente no» contestó. «No obstante se trata del corsario más capaz del Mar de Caribe.» Abrió la tapa del tarro y se puso una gruesa capa de polvo en el cuello y en el rostro, creando una noble palidez. Luego aplicó el colorante rojo en las mejillas y en los labios. «¿Nuestro carruaje está listo?»

      «Claro que si» contestó Fellner.

      «Muy bien» comentó Morgan y comenzó a vestirse con la ropa más formal y elegante que poseía: una camisa de seda blanca y unas medias del mismo color. Todo acompañado por un chaleco azul. Para completar su vestimenta, la inevitable peluca, que cubriría su escaso pelo rojo.

      Una vez que terminó, dio un paso atrás para permitir que el mayordomo le diera una mirada. Fellner ajustó el cuello de su camisa y asintió satisfecho.

      «Se ve muy bien, excelencia» anunció.

      «Entonces démonos prisa.» Morgan salió de la habitación, dirigiéndose hacia la gran escalera de la entrada. «Este maldito farseto nos está haciendo morir de calor.»

      ***

      Johnny empezó a toser otra vez tan pronto como salió de la posada. Después de los problemas con el ron, Bartolomeu le había sugerido que bebiera un trago de hidromel, alegando que le ayudaría.

      No había sido así. Corrió detrás de un callejón, dobló las rodillas y cerró los brazos al pecho. Luego vomitó. El sabor ácido de los jugos gástricos le borró la vista, haciendo que los contornos se vieran indistintos. Tuvo que esperar en esa posición unos minutos antes de levantarse.

      «Qué asco» comentó, mientras que salía del pequeño callejón.

      «¡Quítate!»

      A gritarle, había sido la poderosa voz de un soldado. Junto con sus compañeros, estaba custodiando el cuerpo sin vida de una persona. Uno de ellos lo había agarrado por debajo de las axilas y lo estaba arrastrando por la calle en el silencio de aquella mañana tan bochornosa.

      “Hay algo que parece diferente”. Su pensamiento nació espontáneamente en su mente, pero no se trataba tanto de la vista del cadáver, sino de la ausencia del habitual apiñamiento que sofocaba la calle principal. De hecho, se sorprendió aún más cuando los comerciantes cerraron los puestos de ventas y se dirigieron hacia el puerto. Incluso las prostitutas habían desaparecido.

      «¡Pero claro!» exclamó. Le habló a una de las guardias, que se había quedado atrás con respecto a los demás. «¿Ya empezó la ejecución?»

      El soldado se quedó como dudoso, sin saber qué contestar, como se realmente no hubiera entendido que quería ese muchacho de él.

      «Todavía no» contestó finalmente. «Si te das prisa…»

      Johnny no escuchó el resto de la frase. Ya estaba corriendo, siguiendo la corriente de personas que estaba entrando en el lugar del evento.

      ***

      Una vez en el carruaje, Morgan se asombró en encontrar a Rogers sentado cómodamente entre las almohadas que llenaban los asientos. Parecía sereno, sin la sombra de ninguna preocupación. Y era esa seguridad suya que ponía tan nervioso el gobernador.

      «¿Usted que hace aquí?» preguntó sin poder ocultar su fastidio.

      «Pensé que le podría gustar un poco de compañía» contestó el corsario.

      «Usted es demasiado presumido, mi estimado capitán.»

      «Ándale. No sea tan rígido. Al final de todo es culpa de usted si me encuentro en esta situación.»

      Morgan se tomó el derecho de no replicar. Había pocos elementos en su vida que lo podían irritar. Uno de ellos estaba sentado justo frente a él. Nadie nunca había tenido el valor de burlarse de él tan abiertamente.

      «¿Cómo piensa proceder?» le preguntó.

      «No será una tarea sencilla» explicó el capitán. «El mapa no tiene puntos de referencias. Tendremos que navegar a ciegas.»

      «Estamos seguros que usted lo podrá lograr.»

      Rogers se encogió de hombros, casi para hacerle saber que el asunto no le interesaba. Desde que se habían puesto en marcha, no se había detenido ni por un momento de mirar afuera por la ventana.

      Por otra parte, el gobernador estaba inmerso en la evaluación de que Port Royal era una colonia sin duda rica, aunque sí, eso no era suficiente para hacerla agradable. Y lo mostraba claramente el área por donde estaban pasando. Los caminos se reducían a callejones estrechos, sumergidos en la suciedad. Los edificios, apoyados uno en contra del otro, eran mal construidos. Los colonos también tenían algo equivocado. Sin embargo, siendo una persona ansiosa y oportunista, había pensado de poder explotar la ciudad a su gusto. A final de cuenta ¿Qué diferencia había entre un pirata y un político?

      «Zarparemos en unos días» explicó Rogers. «La tripulación debe completar unos últimos preparativos. Por el momento no he dado demasiadas explicaciones sobre el viaje.»

      «Menos gente será implicada, mejor será para nosotros.»

      «Sin embargo, no podré mantener este secreto con la tripulación por demasiado tiempo, antes o después deberán saber lo que vamos a hacer o, me arriesgaría a un motín.»

      «Usted no arriesga nada, capitán» dijo Morgan. «Y aunque fuera, como quiera tendrá derecho a la cantidad de dinero que establecimos en la nueva carta de compromiso.»

      «¿No le preocupan las locuras de Wynne?»

      «Absolutamente no.»

      «¿Y porque?»

      «Aunque fueran los delirios de un loco, no tendríamos nada que perder.» El gobernador quitó una pequeña partícula de polvo desde su chaleco. «A esta hora el padre Mckenzie estará confesando el prisionero. Aunque de verdad no creo haga mucha diferencia.»

      «Todos somos pecadores» sentenció el corsario.

      «Este es un mundo cínico y cruel. Usted debería saberlo mejor que nosotros. No pensábamos que usted fuera un moralista. ¿Tiene ascendencia puritana?»

      «Mis ascendencias no son importantes.»

      «¿Entonces porque está clase de moraleja justo ahora?»

      «El mío no quería ser un reproche» aclaró Rogers, tranquilo.

      «Claro, claro» comentó Morgan. « Monsieur Wynne puede regresar su asquerosa alma al Creador sin más ceremonias. Supimos lo que queríamos saber. Si, a parte la reunión será numerosa, mejor. Esto nos permitirá reforzar nuestra posición con la población. Así se darán cuenta de que uno no puede escaparse del juicio de Dios.»

      El corsario gruño una aprobación sin el mínimo entusiasmo.

      «La ejecución de Wynne será un evento inolvidable.»

      Con este último comentario Morgan se quedó en silencio en espera de llegar en Fort Charles.

      ***

      La plaza estaba dividida en dos